Quiero acercarme a vosotros para deciros con todas mis fuerzas dónde está
la novedad del Año Nuevo. ¡Qué fuerza tiene para nuestra vida, y para la vida
de todos los hombres, descubrir dónde está la novedad! ¡Cuántas veces decimos
feliz Año Nuevo! Pero muchas veces nos quedamos en unos nuevos días que
comienzan y en cómo va pasando la vida, casi sin darnos cuenta. La novedad del
Año que comienza es que Jesucristo está con nosotros. No estamos solos. Dios
nos acompaña, es más, va delante de nosotros. Nos ha revelado su rostro, y por
Él hemos conocido quién es Dios y quiénes somos nosotros. Por eso os digo a
todos vosotros también esas palabras que tantas veces nos decimos, pero os las
acerco con este contenido: ¡Feliz Año Nuevo! Lo nuevo surge porque Dios vino a
esta historia, se hizo Hombre: “la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre
nosotros”. De ahí también el título y el contenido del Mensaje que el Papa
Francisco nos ha regalado en la XLVIII Jornada Mundial de la Paz: “No esclavos,
sino hermanos”. El año nuevo se convierte en una llamada a renovar nuestra
adhesión absoluta y total a Dios, y en él a todos los hombres. “Decididos a ser
libres y generar libertad”.
Entremos al comenzar el año experimentando que el Señor nos
bendice, que ilumina nuestro rostro con su Rostro, que nos hace conocer los
caminos que tenemos que seguir los hombres para experimentar y dar la paz y la
salvación a todos, que hemos de contar con alegría que es Dios quien da la
justicia verdadera y que hace posible que los pueblos vivan con rectitud y no
haciéndose esclavos los hombres unos de otros. Ello nos manifiesta la urgencia
de hacer que todos los hombres conozcan la alegría del Evangelio, que es el
mismo Jesucristo. En conocerlo y acogerlo en nosotros está el presente y el
futuro de la libertad de los hombres. Escuchemos de Él el proyecto de Dios
sobre la humanidad. Es un proyecto en el que la vida de discípulos de Cristo
nos hace nacer de nuevo y regenera siempre la fraternidad entre los hombres.
Globalicemos la fraternidad y no la división y el desencuentro. Una fraternidad
que se expresa en la multiplicidad y en la diferencia. Volvamos nuestra mirada
a Jesucristo, contemplemos su rostro. ¡Qué maravilla es poder descubrir a los
primeros cristianos entre los que se encontraban judíos y griegos, esclavos y
libres hombres y mujeres! (cf. 1 Co 12, 13; Ga 3, 28). Entre los primeros
cristianos había diversidad de origen, diversidad de condición social, pero no
disminuía entre ellos la dignidad de cada uno, que era la misma, ni excluirían
a nadie de la pertenencia al pueblo de Dios.
Pensemos por un momento en la multiplicidad de rostros de
esclavitud que existen a nuestro alrededor, también en estos momentos de la
historia humana: oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores de
la vida económico-social, entre tantos emigrantes que sufren condiciones de
vida que impiden vivir con la dignidad que todo ser humano por ser hijo de Dios
tiene. Pensemos también en las personas que están obligadas a ejercer la
prostitución, entre los cuales se encuentran también menores. Es necesario
anunciar la alegría del Evangelio, entre otras cosas para hacer ver las causas
profundas de la esclavitud que viven tantas personas. Todos los hombres y
mujeres de buena voluntad sabemos que especialmente la raíz de las esclavitudes
está en una concepción de la persona recortada y construida a nuestro gusto o
según nuestros intereses, a la que en vez de ver “como imagen y semejanza de Dios”,
tratamos como un objeto.
Y esa falsa concepción trae la corrupción
del corazón humano, que sabemos se corrompe cuando se aleja de Dios y, por
ello, de los demás, que en vez de verlos como hermanos, los ve como
contrincantes o enemigos. “Decididos a ser libres y engendrar libertad”. La
corrupción del corazón trae pobreza, subdesarrollo, exclusión, envidias,
enfrentamientos, odios, el que me sobren los que no piensan como yo. El corazón
siempre se corrompe cuando los hombres y las mujeres estamos dispuestos a
cualquier cosa para ser nosotros los beneficiados de todo. Hagamos un
compromiso real por derrotar la esclavitud y por estar “decididos a ser libres
y generar libertad”. Esta decisión pasa necesariamente por entregar la alegría
del Evangelio, que es globalizar la fraternidad, no la esclavitud o la
indiferencia. ¿Cómo hacer posible esto?:
1) Déjate
bendecir por Dios. Dejarnos bendecir, proteger e iluminar por el Señor. El
Señor nos habla también a nosotros hoy: Él se ha fijado en nosotros, nos
ha mirado, nos ha amado, se ha hecho hombre por nosotros, nos ha mostrado su
rostro, nos ha regalado el rostro humano verdadero, es el rostro que construye,
alimenta, proyecta y diseña una manera de ser y de estar en el mundo.
2) No
ignores que eres hijo de Dios y, por ello, hermano de todos los hombres.
Sabernos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos de todos los hombres. Esto es
lo que nos ha revelado nuestro Señor Jesucristo: que somos hijos y, por ello,
hermanos.
3) Conserva
como María y medita todas las cosas en tu corazón. Conservar como María en
su silencio admirable y contemplativo a Dios mismo. María está ante el
misterio, llena de luz y de amor, de fe y esperanza, de amor y donación. María
vive desde la interioridad, que en definitiva es saber escuchar y vivir la
Palabra que da vida a nuestro corazón y a los hombres. En el centro de su vida
puso a Dios como prioridad y de primera necesidad para estar “decididos a ser libres
y generar libertad”. Si Dios está ausente, la vida personal y social enferma.
Con gran
afecto, os bendice:
+Carlos, Arzobispo de Madrid
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