Jesús se negó a considerar que las mujeres y los niños tuvieran menos importancia o fueran inferiores. Esto volvió del revés a una sociedad en la que los niños y las mujeres ocupaban uno de los últimos escalones.
Una de las formas en que Jesús volvió del revés su mundo consistió en conceder a las mujeres exactamente el mismo valor y la misma dignidad que a los varones. Destacó entre sus contemporáneos como el único maestro que podía contar con mujeres entre sus amigos y discípulos.
Se nos habla de María de Betania, a quien él animó a que se sentara a sus pies como un discípulo (Lc 10, 38-42). Su estrecha amistad con María Magdalena, a quién enseñó y con quien habló de muchas cosas.
El hecho de que se mezclara tan libremente con las mujeres, especialmente con las que eran conocidas como prostitutas, era un verdadero escándalo (Lc 7, 39; Mt 11, 19). Lo único que no le importaba a Jesús era su reputación.
Lo que sí que le preocupaba era la manera en que las prostitutas y las mujeres sorprendidas en adulterio eran tratadas en aquella sociedad. Ellas, y no los varones, eran acusadas y condenadas como pecadoras. La prostitución y el adulterio no son posibles si no hay demanda por parte de los varones y si éstos no proporcionan el dinero.
¿Por qué se echa siempre la culpa a las mujeres?. La posición de Jesús queda bellamente ilustrada en la escena en que salva a la mujer acusada de adulterio de los hombres que querían apedrearla (Jn, 8, 1-11)
Por Albert Nolan en el libro "Jesús, hoy"
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