Su sonrisa permanente refleja
ese rostro que quiere Francisco para la Iglesia
En un país cainita como España, es extraño que exista una
persona de la que todo el mundo hable bien. Y si nos referimos a alguien de
Iglesia, ni les cuento. Y bueno, ya si es un obispo, apaga y vámonos.
Al hombre de quien voy a hablarles lo conozco desde hace varios
años. He compartido con él retiros
espirituales, convivencias, trabajo en la televisión, entrevistas, tertulias,
varias conversaciones, dudas... He tenido el placer de haber sido catequista
durante unos meses en su equipo de pastoral de Roncesvalles y, sobre todo, he
tenido la suerte de ser su amigo.
Estos días entre Navarra y Vitoria se ha estado moviendo
un hombre, un sacerdote para ser más concretos, que responde a esa
extraña raza de personas hacia la que todo el mundo tiene buenas palabras.
Hablo del nuevo obispo de Vitoria.
Juan Carlos Elizalde, ahora Monseñor Juan
Carlos (¡qué raro suena!), es el reflejo en nuestra Iglesia de aquellas
palabras que resonaron en el bautismo de su fundador: "Tú eres mi hijo
amado". Y no por casualidad es éste su lema episcopal. Porque sencillamente
así se siente cualquiera que converse unos minutos con Juan Carlos.
Reside en él esa extraña capacidad que tienen algunos hombres
muy ocupados, pero geniales, de hacer sentir a su interlocutor que no tienen
otra cosa mejor en el mundo que escuchar sus problemas y su vida.
Humilde y cercano, con una sonrisa
permanente, refleja ese rostro que quiere Francisco para la Iglesia. El rostro
de una Iglesia que acoge, que no condena, que perdona y que ante toda situación
sabe ver las circunstancias personales de cada individuo. Quedó claro su estilo
cuando, en la alocución final de su ordenación episcopal, afirmó que quería que
los pobres, parados, inmigrantes y marginados sean el corazón de la Iglesia de
Vitoria.
Están de suerte en la capital vasca con el
obispo que les ha tocado. Y con el que les podía tocar, también. Pues, como
confirmaron varios medios, en la terna también estaba Mikel Garciandia, otro
grande de nuestra diócesis, una de las mejores cabezas (y corazón) que tenemos
en Navarra.
Para finalizar, no me equivoco al creer que, desde ahora, las
cartas pastorales que pueda escribir Juan Carlos avivarán en muchos de nosotros el interés por leer la opinión semanal de un obispo.
Sencillamente porque con él nunca es "el mismo rollo de siempre". Él
llega, toca y, lo más importante, anima a seguir creyendo.
Amigos y amigas de Vitoria, sigan a este hombre, léanle, conózcanle y,
si tienen la oportunidad, hablen personalmente con él. Porque en ese momento
estarán delante de un Hombre de Dios.
Alejandro Palacios
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