Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy – Juan, capítulo 15 – nos vuelve a
llevar al Cenáculo, donde escuchamos el mandamiento nuevo de Jesús. Dice así:
“Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (v.
12). Y, pensando en el sacrificio de la cruz ya inminente, añade: “No hay amor
más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo
que yo les mando” (vv.13-14).
Estas palabras, pronunciadas durante la última Cena, resumen todo
el mensaje de Jesús; es más, resumen todo lo que Él ha hecho: Jesús ha dado la
vida por sus amigos. Amigos que no lo habían comprendido, que en el momento
crucial lo han abandonado, traicionado y renegado. Esto nos dice que Él nos ama
aun no siendo merecedores de su amor: ¡así nos ama Jesús!
De este modo, Jesús nos muestra el camino para seguirlo, el camino
del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que permanece siempre como
algo abstracto o exterior a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo, porque
Él, en primer lugar, lo ha realizado, le ha dado carne, y así la ley del amor
es escrita una vez para siempre en el corazón del hombre (Cfr. Jer 31,33). ¿Y
cómo está escrita? Está escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este
mismo Espíritu, que Jesús nos da, ¡podemos caminar también nosotros por este
camino!
Es un camino concreto, un camino que nos conduce a salir de
nosotros mismo para ir hacia los demás. Jesús nos ha mostrado que el amor de
Dios se realiza en el amor al prójimo. Ambos van juntos. Las páginas del
Evangelio están llenas de este amor: adultos y niños, cultos e ignorantes,
ricos y pobres, justos y pecadores han tenido acogida en el corazón de Cristo.
Por tanto, esta Palabra del Señor nos llama a amarnos unos a
otros, incluso si no siempre nos entendemos, no siempre vamos de acuerdo… pero
es precisamente allí donde se ve el amor cristiano. Un amor que también se
manifiesta si existen diferencias de opinión o de carácter, ¡pero el amor es
más grande que estas diferencias! Éste es el amor que nos ha enseñado Jesús. Es
un amor nuevo porque ha sido renovado por Jesús y por su Espíritu. Es un amor
redimido, liberado del egoísmo. Un amor que da la alegría a nuestro corazón,
como dice el mismo Jesús: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de
ustedes, y ese gozo sea perfecto” (v.11).
Es precisamente el amor de Cristo, que el Espíritu Santo derrama
en nuestros corazones, el que realiza cada día prodigios en la Iglesia y en el
mundo. Son tantos pequeños y grandes gestos que obedecen al mandamiento del
Señor: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Cfr. Jn 15,12).
Gestos pequeños, de todos los días, gestos de cercanía a un
anciano, a un niño, a un enfermo, a una persona sola y con dificultades, sin
casa, sin trabajo, inmigrada, refugiada… Gracias a la fuerza de esta Palabra de
Cristo, cada uno de nosotros puede estar cerca del hermano y de la hermana que
encuentra. Gestos de cercanía, de proximidad. En estos gestos se manifiesta el
amor que Cristo nos ha enseñado.
Que en esto nos ayude nuestra Madre Santísima, para que en la vida
cotidiana de cada uno de nosotros el amor de Dios y el amor del próximo
estén siempre unidos.
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