El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida en
el que se recogen, con una intensidad especial, algunos rasgos fundamentales
que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos para ser fieles a
su persona y a su proyecto. También en nuestros días.
«Permaneced en mi amor». Es lo primero. No se trata solo de vivir en una
religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe
del Padre. Ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una
cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán
incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será
siempre no desviarse del amor.
Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido.
Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el
mandato del amor fraterno: «Este es mi mandamiento; que os améis unos a otros
como yo os he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos
mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y
desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Solo del mandato
del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación,
lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.
Jesús no presenta este mandato del amor como una ley que ha de regir
nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os
hablo de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a
plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que
nada ni nadie puede llenar de alegría.
Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto,
cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús,
según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin
quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas,
resentimientos, lamentos y desazón.
A nuestro cristianismo le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se
hace y se vive con amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el
entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la
convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario