sábado, 4 de abril de 2015

Sábado Santo: Silencio, nada y vacío

Descenso al infierno: primera victoria

El sábado Santo es un día aciago porque el silencio, el vacío y la oscuridad lo presiden todo, mostrando su potencia y consistencia.

Pero según el credo cristiano, es, además, la jornada en la que Jesús "desciende a los infiernos", es decir, en la que la nada (y la derrota existencial que comporta) se constituye en la única y definitiva respuesta a su grito de abandono en la cruz. "Descender a los infiernos" equivale a experimentar hasta el fondo el poder de la muerte y, por tanto, la fuerza del silencio, de la oscuridad y del vacío. Y, por extensión, la potencia de la injusticia y del sufrimiento que comportan.

Es cierto que no faltan quienes entienden este "descenso a los infiernos" como un adentramiento en el "Sheol" judío (el reino de la oscuridad y del alejamiento de Dios) para sacar de allí a los justos que también moran en este lugar de tinieblas, pero, dejando al margen la procedencia o no de esta representación, el descenso a los infiernos es, primera y fundamentalmente, la victoria de la muerte, así como la experimentación de su potencia "en propia carne". Se "desciende a los infiernos" cuando nos adentramos en el lado más oscuro de la existencia y cuando la última y definitiva palabra la tienen la injustica, el silencio, el olvido y la nada.

Quizá, por ello, no extraña que el sábado santo sea (¿intencionadamente?) tan irrelevante cultural e, incluso, litúrgicamente. Asomarse a lo simbolizado por este día es recordar la fragilidad de nuestra finitud y la posibilidad de experimentar la vida como inevitable adentramiento en el imperio del horror y de la injusticia como nuestra morada definitiva.
Eso es algo que siempre ha dado vértigo. También en nuestros días, por más que se apele al coraje para afrontar el perecer.
Y, sin embargo, también es posible vivir esta jornada como un tiempo en el que es posible vivir la ausencia, el silencio o el vacío (cuando, por ejemplo, es provocado por la pérdida del amante o del amado) como la manera de relacionarse con ellos y como una estimulante provocación a movilizarse para poner sordina al triunfo (aparente) de la injusticia que inevitablemente lo acompaña.

Quizá, por eso, no siempre hay que tener prisa en ahogar dicho silencio con ruidos, llenar ese vacío de cosas o atenuar dicha oscuridad con urgencias: pueden ser experiencias y situaciones a través de las que relacionarse con lo que se ha ido y ha sido silenciado, quedando alojado, al parecer, solo en el recuerdo.
 Jesús Martínez Gordo. Religión dogital

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