Descenso al infierno: primera victoria
El sábado Santo es un día aciago porque el silencio, el vacío y la
oscuridad lo presiden todo, mostrando su potencia y consistencia.
Pero según el credo cristiano, es, además,
la jornada en la que Jesús "desciende a los
infiernos", es decir, en la que la nada (y la derrota
existencial que comporta) se constituye en la única y definitiva respuesta a su
grito de abandono en la cruz. "Descender a los infiernos" equivale a
experimentar hasta el fondo el poder de la muerte y,
por tanto, la fuerza del silencio, de la oscuridad y del vacío. Y, por
extensión, la potencia de la injusticia y del sufrimiento que comportan.
Es cierto que no faltan quienes entienden
este "descenso a los infiernos" como un adentramiento en el
"Sheol" judío (el reino de la oscuridad y del alejamiento de Dios)
para sacar de allí a los justos que también moran en
este lugar de tinieblas, pero, dejando al margen la procedencia o no de esta
representación, el descenso a los infiernos es, primera y fundamentalmente, la
victoria de la muerte, así como la experimentación de su potencia "en
propia carne". Se "desciende a los infiernos" cuando nos
adentramos en el lado más oscuro de la existencia y cuando la última y definitiva
palabra la tienen la injustica, el silencio, el olvido y la nada.
Quizá, por ello, no extraña que el sábado
santo sea (¿intencionadamente?) tan irrelevante cultural e, incluso,
litúrgicamente. Asomarse a lo simbolizado por este día es recordar la fragilidad de nuestra finitud y la posibilidad de
experimentar la vida como inevitable adentramiento en el imperio del horror y
de la injusticia como nuestra morada definitiva.
Eso es algo que siempre ha dado
vértigo. También en nuestros días, por más que se apele al coraje para afrontar
el perecer.
Y, sin embargo, también es posible vivir esta jornada como un tiempo en el que es
posible vivir la ausencia, el silencio o el vacío (cuando, por
ejemplo, es provocado por la pérdida del amante o del amado) como la manera de
relacionarse con ellos y como una estimulante provocación a movilizarse para
poner sordina al triunfo (aparente) de la injusticia que inevitablemente lo
acompaña.
Quizá, por eso, no siempre hay que tener prisa en ahogar dicho silencio con ruidos,
llenar ese vacío de cosas o atenuar dicha oscuridad con urgencias: pueden ser
experiencias y situaciones a través de las que relacionarse con lo que se ha
ido y ha sido silenciado, quedando alojado, al parecer, solo en el recuerdo.
Jesús Martínez Gordo. Religión dogital
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