Queridos amigos, hoy
acompañamos a la Virgen María tras la muerte de Jesús. Como Cristo es el
"hombre de dolores" (Is 53,3), por medio del cual Dios
"reconcilia consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20), así María es la
"mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión.
San Juan Pablo II escribió: “El Sábado santo, la
Iglesia se identifica, una vez más, con María: toda su fe se recoge en ella, la
primera creyente. En la oscuridad que envuelve la creación, es la única que
mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y
sorprendente de la Resurrección.
La comunidad cristiana, recordando a la Madre del
Señor en este día, está invitada a dedicarse al silencio y a la meditación,
alimentando en la espera la dichosa esperanza del renovado encuentro con su
Señor” (catequesis del 3-4-1996).
“La espera que vive la Madre del Señor el Sábado
santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que
envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y,
recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas
divinas” (catequesis del 21-5-1997).
Pidamos a la Virgen de los Dolores que alimente en
nosotros la firmeza de la fe y el ardor de la caridad, de forma que llevemos
con valor nuestra cruz cada día (cf. Lc 9, 23) y así participemos eficazmente
en la obra de la redención:
María, Madre de Misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil la Cruz
de Cristo,
para que el hombre no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en Misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que Él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).
(S. Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 120)
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