martes, 26 de febrero de 2013

Elección del nuevo Papa

Nota del portavoz del Vaticano, padre Federico Lombardi:
«El camino de la Iglesia en estas últimas semanas del Pontificado del Papa Benedicto, hasta la elección del nuevo Papa a través de la "Sede vacante" y del Cónclave, es muy laborioso, dada la novedad de la situación. No tenemos - y nos alegra - que adolorarnos por la muerte de un Papa amado, pero no nos ha sido ahorrada otra prueba: aquella del multiplicarse de las presiones y de las consideraciones ajenas al espíritu con el que la Iglesia quisiera vivir este tiempo de espera y de preparación.

De hecho no falta quien busca aprovecharse del momento de sorpresa y desorientación de los espíritus débiles para sembrar confusión y echar descrédito a la Iglesia y sobre su gobierno, recurriendo a instrumentos antiguos - como la maledicencia, la desinformación, a veces la misma calumnia - o ejerciendo presiones inaceptables para condicionar el ejercicio del deber de voto por parte de uno u otro miembro del Colegio de cardenales, considerado no agradable por una razón u otra.

En la mayor parte de los casos quien se coloca como juez, emitiendo graves juicios morales, no tiene en verdad autoridad alguna para hacerlo. Quien ante todo tiene en mente dinero, sexo y poder, y está acostumbrado a interpretar en estos términos las diversas realidades, no es capaz de ver otra cosa ni siquiera en la Iglesia, porque su mirada no sabe dirigirse hacia lo alto o descender en profundidad para captar las dimensiones y las motivaciones espirituales de la existencia. De todo esto resulta una descripción profundamente injusta de la Iglesia y de tantos de sus hombres.

Pero todo aquello no cambiará la actitud de los creyentes, no mellará la fe y la esperanza con la que miran al Señor que ha prometido acompañar a su Iglesia. Queremos, según cuanto indica la tradición y la ley de la Iglesia, que este sea un tiempo de reflexión sincera sobre las expectativas espirituales del mundo y sobre la fidelidad de la Iglesia al Evangelio, de oración por la asistencia del Espíritu, de cercanía al Colegio de cardenales que se apresta al arduo servicio de discernimiento y de elección que le es pedido y que es principalmente para lo que existe.

En esto nos acompaña ante todo el ejemplo y la rectitud espiritual del Papa Benedicto, que ha querido dedicar a la oración del inicio de Cuaresma este último tramo de su Pontificado. Un camino penitencial de conversión hacia el gozo de Pascua. Así lo estamos viviendo y lo viviremos: conversión y esperanza».

domingo, 24 de febrero de 2013

La Transfiguración del Señor

La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.


Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida. 

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?

Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.

La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.

Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.

Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.

Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.

P. Cipriano Sánchez

viernes, 22 de febrero de 2013

Mi vida entera está bajo tu protección, Señor.


Mi vida entera está bajo tu protección, Señor, y quiero acordarme de ello cada hora y cada minuto, según vivo mi vida en la plenitud de mi actividad y en el descanso de tu cuidado.
No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que de vasta a mediodía.

De día y de noche, en la luz y en la oscuridad, tú estás a mi lado, Señor. Necesito esa confianza para enfrentarme a los peligros que me acechan por todas partes. Este mundo no es sitio seguro ni para el alma ni para el cuerpo, y no puedo aventurarme solo en terreno enemigo. Quiero escuchar una y otra vez las palabras que me aseguran tu protección cuando empiezo un nuevo día al levantarme y cuando entrego mi cuerpo al sueño por la noche, para sentirme así seguro en el trabajo y en el descanso bajo el cariño de tu providencia.
No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;
te llevarán en sus palmas,
para que tu píe no tropiece en la piedra.

Hermosas palabras llenas de consuelo. Hermoso pensamiento de ángeles que vigilan mis pasos para que no tropiece en ninguna piedra. Hermosa imagen de tu providencia que se hace alas y revolotea sobre mi cabeza con mensaje de protección y amor. Gracias por tus ángeles, Señor. Gracias por el cuidado que tienes de mí. Gracias por tu amor.
Y ahora quiero escuchar de tus propios labios las palabras más bellas que he oído en mi vida, que me traen el mensaje de tu providencia diaria como signo eficaz de la plenitud de la salvación que en ellas se encierra. Dilas despacio, Señor, que las escucho con el corazón abierto.
Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré, porque conoce mi nombre;
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días, y le haré ver mi salvación.

Gracias, Señor.
Texto sacado de Internet

miércoles, 20 de febrero de 2013

Comunión con Dios


El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?

Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.

Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.

Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca.

Y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré
sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.

Escúchame, Señor,
que te llamo;
ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor.

No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.

Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.

Señor, enséñame tu camino,
guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.

No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.

Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.

martes, 19 de febrero de 2013

Cuaresma, tiempo de conversión



Como cada año, en el primer Domingo de Cuaresma, se presenta el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. Fue a partir de este pasaje que el papa centró su enseñanza, recordando que “al comenzar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las falsas imágenes del Mesías que el tentador le proponía”. 
Hoy, dijo, “estas tentaciones son también imágenes falsas del hombre, que en todo tiempo socavan la conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso buenas”. 
En el relato de los evangelistas Mateo y Lucas, se presentan tres tentaciones de Jesús, “cuyo núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales”, explicó el papa. 
De esta manera, continuó, “Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, al final se convierte en irreal, ya no importa, se desvanece”. Ante esto el catequista universal preguntó a los fieles: “En los momentos decisivos de la vida (..) ¿o bien queremos seguir el yo, o a Dios? ¿El interés individual o el verdadero Bien, aquello que es realmente bueno?” 
 
A fin de vivir a salvo del tentador, Benedicto XVI recordó que Jesús, “es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para que vuelva a salvo (..) no tengamos miedo de afrontar también nosotros la lucha contra el espíritu del mal: lo importante es lo que lo hacemos con Él, con Cristo, el vencedor”. 
BenedictoXVI                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

domingo, 17 de febrero de 2013

Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis

A menudo, en nuestra oración, nos encontramos ante el silencio de Dios, experimentamos una especie de abandono, nos parece que Dios no escucha y no responde. Pero este silencio de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia.

El cristiano sabe bien que el Señor está presente y escucha, incluso en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad.

Jesús asegura a los discípulos y a cada uno de nosotros que Dios conoce bien nuestras necesidades en cualquier momento de nuestra vida.

Él enseña a los discípulos: "Cuándo recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis" (Mateo, 6, 7-8).

Un corazón atento, silencioso, abierto es más importante que muchas palabras. Dios nos conoce en la intimidad, más que nosotros mismos, y nos ama: y saber esto debe ser suficiente.

Benedicto XVI

¡Gracias por todo, Santo Padre!


El testimonio del Papa también nos alienta y conmueve, pero sobre todo nos abre a la esperanza. 

Él no hace otra cosa sino buscar ser fiel al Señor Jesús que lo llamó como Pedro a remar mar adentro, y esta decisión manifiesta en su humildad, realismo y su amor por la Iglesia. En última instancia no deja de ser el testigo de la fe, que abraza la Cruz de Cristo, ofreciéndonos ahora el servicio de la oración y el sufrimiento escondido. Con ello nos da una lección de honestidad y libertad, que de una personalidad como la suya podíamos esperar. 

La enseñanza que nos deja, con la firmeza de maestro, es de una admirable amplitud de horizontes: la confianza absoluta en Jesucristo, la claridad en la visión de los rasgos de nuestra cultura, la valoración del patrimonio del que somos herederos y el horizonte definitivo de nuestra existencia en el amor de Dios. Dios es amor, nos recordó en su primera encíclica y el consejo de creer en la caridad que genera caridad, en su último mensaje para la cuaresma. 

Unámonos en oración por él y pidamos al Espíritu Santo que asista a los cardenales en la elección del próximo representante de Cristo en la tierra. 


"Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor." (Benedicto XVI 19 de abril de 2005)

Fuente: Catholic.net

La Cuaresma nos orienta hacia la vida eterna


Adán fue expulsado del Paraíso terrenal, símbolo de la comunión con Dios; ahora, para volver a esta comunión y por consiguiente a la verdadera vida, la vida eterna, hay que atravesar el desierto, la prueba de la fe. No solos, sino con Jesús. Él —como siempre— nos ha precedido y ya ha vencido el combate contra el espíritu del mal. Este es el sentido de la Cuaresma, tiempo litúrgico que cada año nos invita a renovar la opción de seguir a Cristo por el camino de la humildad para participar en su victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

Desde esta perspectiva se comprende también el signo penitencial de la ceniza, que se impone en la cabeza de cuantos inician con buena voluntad el itinerario cuaresmal. Es esencialmente un gesto de humildad, que significa: reconozco lo que soy, una criatura frágil, hecha de tierra y destinada a la tierra, pero hecha también a imagen de Dios y destinada a él. Polvo, sí, pero amado, plasmado por su amor, animado por su soplo vital, capaz de reconocer su voz y de responderle; libre y, por esto, capaz también de desobedecerle, cediendo a la tentación del orgullo y de la autosuficiencia.
 
He aquí el pecado, enfermedad mortal que pronto entró a contaminar la tierra bendita que es el ser humano. Creado a imagen del Santo y del Justo, el hombre perdió su inocencia y ahora sólo puede volver a ser justo gracias a la justicia de Dios, la justicia del amor que —como escribe san Pablo— "se ha manifestado por medio de la fe en Cristo" (Rm 3, 22).
 
 La segunda lectura, el llamamiento de san Pablo a dejarse reconciliar con Dios (cf. 2 Co 5, 20), contiene uno de los célebres pasajes paulinos que reconduce toda la reflexión sobre la justicia hacia el misterio de Cristo. Escribe san Pablo: "Al que no había pecado —o sea, a su Hijo hecho hombre—, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que viniéramos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21). En el corazón de Cristo, esto es, en el centro de su Persona divino-humana, se jugó en términos decisivos y definitivos todo el drama de la libertad. Dios llevó hasta las consecuencias extremas su plan de salvación, permaneciendo fiel a su amor aun a costa de entregar a su Hijo unigénito a la muerte, y una muerte de cruz.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma ensancha nuestro horizonte, nos orienta hacia la vida eterna. En esta tierra estamos de peregrinación, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro", dice la carta a los Hebreos (Hb 13, 14). La Cuaresma permite comprender la relatividad de los bienes de esta tierra y así nos hace capaces para afrontar las renuncias necesarias, nos hace libres para hacer el bien. Abramos la tierra a la luz del cielo, a la presencia de Dios entre nosotros. Amén.
 

Benedicto XVI

miércoles, 13 de febrero de 2013

Miércoles de Ceniza


Hoy comienza la Cuaresma… y durante los próximo 40 días debemos –al menos, a eso nos invita la Iglesia– esforzarnos más en la oración… renunciar a algunas cosas… y practicar la limosna… para que lo entiendas mejor, piensa que Dios tiene regalos maravillosos que darte… pero para poder recibirlos debes hacer espacio dentro de tu casa… dentro de tu corazón… de eso se trata este tiempo, de hacer espacio para las gracias y bendiciones que Él tiene guardadas para ti…

La oración es la forma de comunicarnos con Él… es un diálogo, no un monólogo, así que debemos dejar espacios de silencio donde sea Él quien nos hable… el escritor francés Georges Bernanos dijo: “De repente experimenté el silencio como una presencia. En el corazón de ese silencio estaba él, que es él mismo silencio, paz y serenidad”… lo que más me gusta de su explicación es que dice “experimenté”… a Dios hay que experimentarlo, hay que sentirlo, hay que dejarlo actuar en nuestra vida… mucha gente no lo conoce realmente porque no le ha experimentado… la Cuaresma es un tiempo especial para volvernos hacia Dios y comenzar –o profundizar, según sea el caso– nuestra relación con Él… a eso le llamamos “conversión”…

Una de las palabras que más escuchamos durante la Cuaresma es “ayuno”… esto es la privación de algún alimento en algunos días de la semana… por ejemplo: no comer carne los viernes… la idea del ayuno es renunciar a algo que nos gusta con el propósito de ofrecerle ese pequeño sacrificio a Dios… puedes pensarlo como una forma de decirle a tu mente, a tu cuerpo y a tu corazón que para ti, lo espiritual es más importante y va primero que lo físico o material… aunque la Iglesia nos exhorta a no comer carne los viernes, puedes hacer muchas clases de ayudo… por ejemplo, puedes privarte del café o de los postres o de ir al cine o de ver la tele o de cualquier otra cosa, lo importante es que te cueste un poco…

La otra forma de crecer espiritualmente durante la Cuaresma es la limosna… fíjate, en el punto anterior hablábamos de ayunar o privarnos de algunas cosas que nos gustan… pues la limosna es llevar ese sacrificio un poco más allá… por ejemplo, imagina que en lugar de comerte un pedazo de carne, decides comer una ensalada… o en lugar de ir al cine, te quedas en casa leyendo un buen libro (te recomiendo la Biblia, ninguno mejor en este tiempo de Cuaresma)… pues la idea es que la diferencia que dejaste de gastar en el pedazo de carne o la entrada al cine se la des a los más necesitados… así no sólo estás privándote de algo que te gusta, sino que estás siendo solidario con aquellos menos privilegiados que tú…

Durante estos 40 días hablaremos de muchas cosas y estoy seguro que abundaremos un poco más sobre la oración, el ayuno y la limosna… por ahora les deseo que este Miércoles de Ceniza puedan experimentar la presencia del Dios vivo en sus vidas… y experimentándolo, deseen volver su corazón totalmente a Él…
De Tengo Sed de Ti

martes, 12 de febrero de 2013

Dichosos los invitados a la Cena del Señor


Hace unos días conversaba con una amiga sobre la importancia que tiene la Misa y ella me decía lo aburrida que le parecía porque, según ella, en la Misa siempre se repetía lo mismo… Este comentario de mi amiga no me sorprende, resulta que ella es evangélica y como es de suponer, no sabe lo que es la Santa Misa. Pero lo que me mueve a escribir esta pequeña reflexión, más que el comentario de una hermana evangélica que habla por desconocimiento, es el hecho de que esta misma actitud de apatía y dejadez existe entre muchos Católicos que sí deberían saber pues asisten a Misa cada domingo… Pero la realidad es que ellos no saben en dónde están… ni porqué están allí… ni lo qué está sucediendo ante sus ojos…

Tenemos que empezar por señalar que lo que decía mi amiga tiene algo de verdad – no la parte del aburrimiento – sino que la Misa siempre es igual… y es igual porque la celebración no es nuestra, sino de Jesús… La Misa es la plegaria que Jesús eleva al Padre en acción de gracias por nuestra redención… y aunque nosotros también estamos allí y participamos, lo hacemos solo como humildes invitados a la Cena del Señor.

Existe un escrito de San Justino Mártir que data del año 155 (¡fue escrito hace 1,850 años!) en donde el santo le explicaba al emperador Antonio Pío el culto que practicaban los cristianos en aquellas primeras comunidades. Cuando leemos este relato no podemos menos que sorprendernos… leer este relato es como leer la descripción de la Misa del domingo pasado… nuestra Misa es la misma celebración que Jesús instituyó hace dos mil años… y que practicaban los Apóstoles y junto a los primero cristianos…

Al comienzo de la Misa, a modo de preparación para lo que vamos a celebrar, lo primero que hacemos es reconocer que somos pecadores, y como tales, indignos de presentarnos ante la presencia de Dios… Entonces, después de pedir perdón por nuestras ofensas, nos disponemos a escuchar la Palabra de Dios y aunque siempre parezca igual, realmente no lo es… Cada domingo se leen cuatro lecturas de la Biblia – una del Antiguo Testamento, un Salmo, una del Nuevo Testamento y finalmente, una lectura de uno de los Evangelios – y si asistimos a Misa todos los domingos durante tres años, ¡habremos escuchado la Palabra Escrita de Dios casi en su totalidad!

La Misa es acción de gracias… es alabanza y es bendición… pero también es súplica y es sacrifico… por eso presentamos nuestras intenciones y necesidades, que sumadas a las de toda la Santa Iglesia se depositarán sobre el Altar para que Jesús interceda ante el Padre por nosotros al momento de su inmolación…

Es necesario que hagamos un pequeño paréntesis para entender algo… para Dios, el tiempo no existe… Dios es eterno… para Él no existe el ayer, el hoy o el mañana, sino que todo es un infinito presente. Y aunque Jesús se hizo carne y habitó entre nosotros… Él ya existía en la eternidad desde antes de su encarnación… y regresó a ella con su resurrección.

Para seguir leyendo:

http://www.tengoseddeti.org/article/dichosos-los-invitados-a-la-cena-del-senor/

lunes, 11 de febrero de 2013

Homilía de S.S. Juan Pablo II en la celebración del miércoles de ceniza


1. «Volved a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto (...). Convertíos al Señor Dios vuestro» (Jl 2, 12-13). Con las palabras del antiguo profeta esta liturgia de la ceniza, precedida por la procesión penitencial, nos introduce en la Cuaresma, tiempo de gracia y regeneración espiritual. « Volved, convertíos...». Al comienzo de los cuarenta días, esta exhortación urgente tiene como finalidad establecer un diálogo singular entre Dios y el hombre. En presencia del Señor, que lo invita a la conversión, el hombre hace suya la oración de David, confesando humildemente sus pecados:
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mi toda culpa» (Sal 50, 3-6. 11).

2. El salmista no se limita a confesar sus culpas y a pedir perdón por ellas; espera que la bondad del Señor lo renueve, sobre todo interiormente: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12). Iluminado por el Espíritu sobre el poder devastador del pecado, pide transformarse en una criatura nueva; en cierto sentido, pide ser creado nuevamente.
Se trata de la gracia de la redención. Frente al pecado que desfigura el corazón del hombre, el Señor se inclina hacia su criatura para reanudar el diálogo salvífico y abrirle nuevas perspectivas de vida y esperanza. Especialmente durante el tiempo de Cuaresma, la Iglesia profundiza este misterio de salvación.
Al pecador que se interroga sobre su situación y sobre la posibilidad de obtener aún la misericordia de Dios, la liturgia responde hoy con las palabras del Apóstol, tomadas de la segunda carta a los Corintios: «Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios» (2 Co 5, 21). En Cristo se proclama y se ofrece a los creyentes el amor ilimitado del Padre celestial a todo hombre.

3. Aquí resuena el eco de cuanto Isaías anunciaba con anterioridad a propósito del Siervo del Señor: «Todos nosotros como ovejas erramos; cada uno marchó por su camino, y Dios descargó sobre él la culpa de todos nosotros (Is 53, 6).
Dios escucha las invocaciones de los pecadores que, junto con David, suplican: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro». Jesús, el Siervo sufriente, toma sobre sus hombros la cruz, que constituye el peso de todos los pecados de la humanidad y se encamina al Calvario para realizar con su muerte la obra de la redención. Jesús crucificado es el icono de la misericordia ilimitada de Dios por todos los hombres.
Para recordarnos que «con sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 5), y suscitar en nosotros horror al pecado, la Iglesia nos invita a hacer con frecuencia, durante la Cuaresma, el ejercicio piadoso del vía crucis. Para nosotros, aquí en Roma, tiene gran importancia el del Viernes santo en el Coliseo, que nos brinda la oportunidad de palpar la gran verdad de la redención mediante la cruz, siguiendo idealmente las huellas de los primeros mártires en la Urbe.

4. «Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa... Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias» (Sal 50, 11.19). ¡Es conmovedora esta invocación cuaresmal!
El hombre creado por Dios a su imagen y semejanza proclama: «Contra ti, contra ti sólo pequé; cometí la maldad que aborreces» (Sal 50, 6). Iluminado por la gracia de este tiempo penitencial, siente el peso del mal cometido y comprende que sólo Dios puede liberarlo. Pronuncia entonces, desde lo más profundo de su miseria, la exclamación de David: «Lava del todo mi delito; limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa; tengo siempre presente mi pecado». Oprimido por el pecado, implora la misericordia de Dios, apela a su fidelidad a la alianza, y le pide que cumpla su promesa: «Borra en mí toda culpa» (Sal 50, 11).

Al comienzo de la Cuaresma, oremos para que, en el tiempo «favorable» de estos cuarenta días, acojamos la invitación de la Iglesia a la conversión. Oremos para que, durante este itinerario hacia la Pascua, se renueve en la Iglesia y en la humanidad el recuerdo del diálogo salvífico entre Dios y el hombre, que nos propone la liturgia del miércoles de Ceniza.
Oremos para que los corazones se dispongan al diálogo con Dios. El tiene para cada uno una palabra especial de perdón y salvación. Que cada corazón se abra a la escucha de Dios, para redescubrir en su palabra las razones de la esperanza que no defrauda. Amén.
25 de febrero de 1998

domingo, 10 de febrero de 2013

CUARESMA


La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.


La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Domingo de Ramos, día que se inicia la Semana Santa. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

viernes, 8 de febrero de 2013

Dios es amor



La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito ...


 Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. 



En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. 

Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). 


Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

-Benedicto XVI, Encíclica “Deus caritas est” (Dios es amor)

Cuando el dolor llega a nuestras vidas


Cuando el dolor llega a nuestras vidas algo tenemos que hacer para vivir con él. Y esto depende de cada uno.

1. Adopta una actitud positiva:

"La vida no es dejar que pase la tormenta. Es aprender a bailar en la lluvia." (Vivian Greene)
Si no eliges las pérdidas, sí puedes elegir la actitud con que las vives. Lo que te pasa a ti no siempre depende de ti, pero sí lo que pasa en ti. Tus actitudes son tuyas. Si nos dejamos llevar por la frustración, la tristeza, la impaciencia, la desesperación, nos hundimos.

2. Intégralo en tu historia:

Cuando aprendemos a ver todos los acontecimientos con fe, amor y confianza, desde la mirada Providente de Dios, la vida es bella. De esa manera podemos mirar con paz e indulgencia aún a las personas que nos hacen sufrir: "Así como los hombres malos usan mal de las criaturas buenas, así el Creador bueno usa bien de los hombres malos." (San Agustín)

El dolor se puede negar, se pueden buscar escapes, o puedes aceptarlo y llenarlo de sentido. Acepta tu historia, reconoce tu pena, tu debilidad o tu fracaso, no lo niegues, ni por vergüenza, ni por el sentimiento de culpa, ni por ningún otro motivo. Trata de encajar el golpe, de integrarlo en tu historia. Cada nota, aún las tristes y oscuras, son parte de tu música. Aceptarlas es aceptar tu verdad. Ten el coraje de aceptar tu pérdida y tus límites y de vivir con ellos. Que no te avergüence ser imperfecto. ¿Quién es perfecto sino sólo Dios?

"La verdad os hará libres" (Jn 8,32)

3. Comparte tu herida con Jesucristo. Confía en Él.

Ponte delante de un crucifijo y míralo, abrázalo fuerte, comparte tu herida con Él. 
Comportarnos con presunción y autosuficiencia no tiene sentido. Estos momentos son privilegiados para dejar a Dios ser Dios. Hay que ir con Él y gritarle: Señor, te necesito, confío en ti. "Extiende la mano desde arriba: defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas, de la mano de los extranjeros." (Sal 143

Al reconocer nuestra debilidad y necesidad de Dios, se abre la comunicación con Él. Me imagino el corazón misericordioso de Dios como una presa gigantesca que está esperando a que nosotros abramos la compuerta con una actitud de humildad y confianza; entonces Su amor se derrama en abundancia. 

La experiencia del amor de Dios es una invitación al abandono. Cuando palpamos Su misericordia crece la confianza, somos más fuertes. Constatamos que nuestra solidez no está en los propios recursos, sino en Su fidelidad. "Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea; mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio." (Sal 143)

Otras veces he hablado sobre ello, y no es todavía lo único que podría decirse, pero estos son tres elementos que considero determinantes a la hora de la tribulación.
De un artículo del P. Evaristo Sada

jueves, 7 de febrero de 2013

El Padre envió a su Hijo al mundo


El Padre no envió a su Hijo al mundo para condenarlo... No envió a Jesús al mundo para condenarte, para condenarme, sino para salvarlo, para salvarte, para salvarme.

Dios no condena a nadie. Se condena uno, después de despreciar todos los esfuerzos de Dios para salvarlo. Dios quiere que todos se salven, que tú te salves... Ésta es una decisión firmísima. Pero no puede obligar a nadie.

Para ello te ofrece: el sacramento del bautismo, la confesión, la Eucaristía, la gracia, el Espíritu Santo, la Iglesia, su Palabra, la Santísima Virgen. Todos esos elementos juntos son más suficientes para que un día estés en el cielo. 



Confío en Ti, porque eres fiel a tus promesas.

Siempre cumples. Tú no eres de los que dicen: claro que sí...pero siempre no. En contraste con lo que yo prometo. ¿Qué porcentaje de mis promesas a Dios y a los hombres he cumplido?

  • Prometiste: Yo estaré con vosotros...y lo has cumplido hasta hoy y sé que lo cumplirás hasta el fin. La fe me asegura tu presencia aunque te hagas el dormido o parezca que estoy solo. Tú cumples las promesas. 

  • Prometiste el ciento por uno y la vida eterna... Todos los que han dejado padres, madres, hijos, hermanos o hermanas, campos... han recibido y siguen recibiendo el ciento por uno y están esperando lo de la vida eterna, ¿Quién da más que Jesús?
    Prometiste el Espíritu Santo y lo enviaste. Cumpliste de forma ruidosa y luminosa (viento huracanado y lenguas de fuego) a los apóstoles la promesa del Consolador y comprendieron por qué les habías dicho: Os conviene que yo me vaya.

  • Prometiste que vendrás de nuevo, y lo cumplirás. Vendrás. Creo que vendrás a jugar a vivos y muertos. Espero ese día estar a tu derecha y escuchar que me dices: Ven, bendito de mi Padre, a tomar posesión del Reino de los cielos.

  • Prometiste dar el cielo al buen ladrón y se lo diste. Estamos seguros de que está contigo en el Paraíso. Prometiste resucitarnos en el último día y sabemos que lo cumplirás. Esta promesa anima nuestra esperanza. Resucitaremos como Tú y con un cuerpo semejante al tuyo. Y, a partir de entonces, no moriremos jamás.

  • Prometiste resucitar el tercer día y resucitaste. A pesar de que tus apóstoles no querían tu muerte, tuvieron que aceptarla, y aunque no creían en la resurrección, no tuvieron más remedio que aceptarla. Lo habías prometido.

  • Prometiste darnos a María como Madre y lo cumpliste. ¡Qué promesa y qué cumplimiento! No sólo cuidó de san Juan y de los apóstoles, sino de todos y cada uno de los hombres. Ha cuidado de mí. Yo sé que es mi Madre, me ayuda, me anima, me guía como la mejor de las madres.
    P. Mariano de Blas

  • martes, 5 de febrero de 2013

    Todo lo hago por Jesús. Madre Teresa de Calcuta

    El verdadero profeta sólo obedece a Dios


    VATICANO, 03 Feb. 13 / 10:58 am (ACI/EWTN Noticias).- En su mensaje previo al rezo del Ángelus, en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI aseguró que “el verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad”.


    En relación al Evangelio de hoy, el Santo Padre recordó que los que escucharon a Jesús se cuestionaban “’¿No es este el hijo de José?’, que es como preguntarse: ¿qué aspiraciones puede tener un carpintero de Nazaret?”.

    El Papa señaló que “es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero también el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios”.

    “En la liturgia de hoy resuenan también estas palabras de san Pablo: ‘El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad’”.

    Benedicto XVI aseguró que “creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto con el que Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret”.

    “Este camino conduce también a reconocerlo y a servirlo en los demás”, aseguró.

    El Papa señaló que “en esto la actitud de María es iluminante. ¿Quién más que ella tuvo familiaridad con la humanidad de Jesús? Pero jamás se escandalizó como los paisanos de Nazaret”.

    “Ella custodiaba en su corazón el misterio y supo acogerlo una y otra vez, cada vez más, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y a plena luz de la Resurrección”.

    Al concluir su reflexión, el Papa pidió “que María nos ayude a recorrer con fidelidad y con gozo este camino”.

    Papa Benedicto XVI

    lunes, 4 de febrero de 2013

    Presentación de Jesús en el Templo


    Queridos hermanos y hermanas: 

    1. Según el Evangelio de San Lucas, cuyos primeros capítulos nos narran la Infancia de Jesús, la Revelación del Espíritu Santo tuvo lugar no sólo en la Anunciación y en la Visitación de María a Isabel, como hemos visto en las anteriores catequesis, sino también en la Presentación del Niño Jesús en el templo (cf. Lc 2, 22-38). 

    2. Escribe el evangelista que “cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor” (Lc 2, 22). La presentación del primogénito en el templo y la ofrenda que lo acompañaba (cf. Lc 2, 24) como signo del rescate del pequeño israelita, que así volvía a la vida de su familia y de su pueblo, estaba prescrita, o al menos recomendada, por la Ley mosaica vigente en la Antigua Alianza (cf. Ex 13, 2. 12-13. 15; Lv 12, 6-8; Nm 18, 15). Los israelitas piadosos practicaban ese acto de culto. Según Lucas, el rito realizado por los padres de Jesús para observar la Ley fue ocasión de una nueva intervención del Espíritu Santo, que daba al hecho un significado mesiánico, introduciéndolo en el misterio de Cristo redentor. Instrumento elegido para esta nueva revelación fue un santo anciano, del que Lucas escribe: “He aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo” (Lc 2, 25). La escena tiene lugar en la ciudad santa, en el templo donde gravitaba toda la historia de Israel y donde confluían las esperanzas fundadas en las antiguas promesas y profecías. 

    3. Aquel hombre, que esperaba “la consolación de Israel”, es decir el Mesías, había sido preparado de modo especial por el Espíritu Santo para el encuentro con “el que había de venir”. En efecto, leemos que “estaba en él el Espíritu Santo”, es decir, actuaba en él de modo habitual y “le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor” (Lc 2, 26). 

    Según el texto de Lucas, aquella espera del Mesías, llena de deseo, de esperanza y de la íntima certeza de que se le concedería verlo con sus propios ojos, es señal de la acción del Espíritu Santo, que es inspiración, iluminación y moción. En efecto, el día en que María y José llevaron a Jesús al templo, acudió también Simeón, “movido por el Espíritu” (Lc 2, 27). La inspiración del Espíritu Santo no sólo le preanunció el encuentro con el Mesías; no sólo le sugirió acudir al templo; también lo movió y casi lo condujo; y, una vez llegado al templo, le concedió reconocer en el Niño Jesús, Hijo de María, a Aquel que esperaba.

    4. Lucas escribe que “cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, Simeón le tomó en brazos y bendijo a Dios” (Lc 2, 27-28).

    En este punto el evangelista pone en boca de Simeón el “Nunc dimittis”, cántico por todos conocido, que la liturgia nos hace repetir cada día en la hora de Completas, cuando se advierte de modo especial el sentido del tiempo que pasa. Las conmovedoras palabras de Simeón, ya cercano a “irse en paz”, abren la puerta a la esperanza siempre nueva de la salvación, que en Cristo encuentra su cumplimiento:“Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 30-32). Es un anuncio de la evangelización universal, portadora de la salvación que viene de Jerusalén, de Israel, pero por obra del Mesías-Salvador, esperado por su pueblo y por todos los pueblos.

    5. El Espíritu Santo, que obra en Simeón, está presente y realiza su acción también en todos los que, como aquel santo anciano, han aceptado a Dios y han creído en sus promesas, en cualquier tiempo. Lucas nos ofrece otro ejemplo de esta realidad, de este misterio: es la “profetisa Ana” que, desde su juventud, tras haber quedado viuda, “no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (Lc 2, 37). Era, por tanto, una mujer consagrada a Dios y especialmente capaz, a la luz de su Espíritu, de captar sus planes y de interpretar sus mandatos; en este sentido era “profetisa” (cf. Ex 15, 20; Jc 4, 4; 2 R 22, 14). Lucas no habla explícitamente de una especial acción del Espíritu Santo en ella; con todo, la asocia a Simeón, tanto al alabar a Dios como al hablar de Jesús: “Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2, 38). Como Simeón, sin duda también ella había sido movida por el Espíritu Santo para salir al encuentro de Jesús.

    6. Las palabras proféticas de Simeón (y de Ana) anuncian no sólo la venida del Salvador al mundo, su presencia en medio de Israel, sino también su sacrificio redentor. Esta segunda parte de la profecía va dirigida explícitamente a María: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a Ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).

    No se puede menos de pensar en el Espíritu Santo como inspirador de esta profecía de la Pasión de Cristo como camino mediante el cual Él realizará la salvación. Es especialmente elocuente el hecho de que Simeón hable de los futuros sufrimientos de Cristo dirigiendo su pensamiento al Corazón de la Madre, asociada a su Hijo para sufrir las contradicciones de Israel y del mundo entero. Simeón no llama por su nombre el sacrificio de la Cruz, pero traslada la profecía al Corazón de María, que será “atravesado por una espada”, compartiendo los sufrimientos de su Hijo.

    7. Las palabras, inspiradas, de Simeón adquieren un relieve aún mayor si se consideran en el contexto global del “Evangelio de la Infancia de Jesús”, descrito por Lucas, porque colocan todo ese período de vida bajo la particular acción del Espíritu Santo. Así se entiende mejor la observación del evangelista acerca de la maravilla de María y José ante aquellos acontecimientos y ante aquellas palabras: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él” (Lc 2, 33).

    Quien anota esos hechos y esas palabras es el mismo Lucas que, como autor de los Hechos de los Apóstoles, describe el acontecimiento de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los discípulos reunidos en el Cenáculo en compañía de María, después de la Ascensión del Señor al cielo, según la promesa de Jesús mismo. La lectura del “Evangelio de la Infancia de Jesús” ya es una prueba de que el evangelista era particularmente sensible a la presencia y a la acción del Espíritu Santo en todo lo que se refería al misterio de la Encarnación, desde el primero hasta el último momento de la vida de Cristo.

    S.S. Juan PabloII

    sábado, 2 de febrero de 2013

    ¿Cómo hablar de Dios? (IV). Benedicto XVI


    ¿Cómo hablar de Dios? (III). Benedicto XVI



    ¿Cómo hablar de Dios? ( I I ). Benedicto XVI


    Como hablar de Dios I



    EL BAUTISMO DEL SEÑOR



    Abrazar el dolor

    En el mundo que nos rodea se hace una distinción radical entre la alegría y el sufrimiento. La gente tiene tendencia a decir: "Cuando uno está contento no puede tener penas, y cuando uno tiene penas no puede estar alegre". De hecho, nuestra sociedad contemporánea hace todo lo posible por mantener separadas la alegría y la tristeza. El sufrimiento y el dolor han de evitarse a toda costa, porque son lo opuesto a la alegría y la felicidad que deseamos.

    La muerte, la enfermedad, las miserias humanas..., todo esto es menester quitarlo de la vista, porque nos aparta de la felicidad por la que luchamos. Son obstáculos en el camino que lleva a la meta de nuestra vida.



    La visión que Jesús nos ofrece presenta un fuerte contraste con esta visión mundana. Jesús mostró, tanto con su enseñanza como con su vida, que la verdadera alegría se oculta con frecuencia en medio del sufrimiento, y que la danza de la vida empieza con el dolor. Él dice : "Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto...El que no puede dar su vida no puede encontrarla; si el hijo del hombre no muere, no puede enviar al Espíritu".

    A los dos discípulos que estaban abatidos después de su pasión y su muerte, les dice Jesús: "¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su Gloria?".

    Aquí se revela un modo de vida completamente nuevo. Este es el modo en que puede abrazarse el dolor, no por el deseo del sufrimiento, sino por la certeza de que del dolor nacerá algo nuevo. Jesús llama a nuestros dolores "dolores de parto". Dice: "La mujer cuando está de parto  se siente angustiada, porque ha llegado su hora; pero cuando ya ha dado a luz al niño, no se acuerda más de la angustia por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo" (Jn 16,21).

    La cruz se ha convertido en el símbolo más poderoso de esta nueva visión. La cruz es un símbolo de muerte y de vida, de sufrimiento y de alegría, de fracaso y de victoria. La cruz es la que nos muestra el camino.

    Del libro: AQUÍ Y AHORA de Henri J. M. Nouwen