En el mundo que nos rodea se hace una distinción radical entre la alegría y el sufrimiento. La gente tiene tendencia a decir: "Cuando uno está contento no puede tener penas, y cuando uno tiene penas no puede estar alegre". De hecho, nuestra sociedad contemporánea hace todo lo posible por mantener separadas la alegría y la tristeza. El sufrimiento y el dolor han de evitarse a toda costa, porque son lo opuesto a la alegría y la felicidad que deseamos.
La muerte, la enfermedad, las miserias humanas..., todo esto es menester quitarlo de la vista, porque nos aparta de la felicidad por la que luchamos. Son obstáculos en el camino que lleva a la meta de nuestra vida.
La visión que Jesús nos ofrece presenta un fuerte contraste con esta visión mundana. Jesús mostró, tanto con su enseñanza como con su vida, que la verdadera alegría se oculta con frecuencia en medio del sufrimiento, y que la danza de la vida empieza con el dolor. Él dice : "Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto...El que no puede dar su vida no puede encontrarla; si el hijo del hombre no muere, no puede enviar al Espíritu".
A los dos discípulos que estaban abatidos después de su pasión y su muerte, les dice Jesús: "¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su Gloria?".
Aquí se revela un modo de vida completamente nuevo. Este es el modo en que puede abrazarse el dolor, no por el deseo del sufrimiento, sino por la certeza de que del dolor nacerá algo nuevo. Jesús llama a nuestros dolores "dolores de parto". Dice: "La mujer cuando está de parto se siente angustiada, porque ha llegado su hora; pero cuando ya ha dado a luz al niño, no se acuerda más de la angustia por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo" (Jn 16,21).
La cruz se ha convertido en el símbolo más poderoso de esta nueva visión. La cruz es un símbolo de muerte y de vida, de sufrimiento y de alegría, de fracaso y de victoria. La cruz es la que nos muestra el camino.
Del libro: AQUÍ Y AHORA de Henri J. M. Nouwen
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