Cuando el dolor llega a nuestras vidas algo tenemos que hacer para vivir con él. Y esto depende de cada uno.
1. Adopta una actitud positiva:
"La vida no es dejar que pase la tormenta. Es aprender a bailar en la lluvia." (Vivian Greene)
Si no eliges las pérdidas, sí puedes elegir la actitud con que las vives. Lo que te pasa a ti no siempre depende de ti, pero sí lo que pasa en ti. Tus actitudes son tuyas. Si nos dejamos llevar por la frustración, la tristeza, la impaciencia, la desesperación, nos hundimos.
2. Intégralo en tu historia:
Cuando aprendemos a ver todos los acontecimientos con fe, amor y confianza, desde la mirada Providente de Dios, la vida es bella. De esa manera podemos mirar con paz e indulgencia aún a las personas que nos hacen sufrir: "Así como los hombres malos usan mal de las criaturas buenas, así el Creador bueno usa bien de los hombres malos." (San Agustín)
El dolor se puede negar, se pueden buscar escapes, o puedes aceptarlo y llenarlo de sentido. Acepta tu historia, reconoce tu pena, tu debilidad o tu fracaso, no lo niegues, ni por vergüenza, ni por el sentimiento de culpa, ni por ningún otro motivo. Trata de encajar el golpe, de integrarlo en tu historia. Cada nota, aún las tristes y oscuras, son parte de tu música. Aceptarlas es aceptar tu verdad. Ten el coraje de aceptar tu pérdida y tus límites y de vivir con ellos. Que no te avergüence ser imperfecto. ¿Quién es perfecto sino sólo Dios?
"La verdad os hará libres" (Jn 8,32)
3. Comparte tu herida con Jesucristo. Confía en Él.
Ponte delante de un crucifijo y míralo, abrázalo fuerte, comparte tu herida con Él.
Comportarnos con presunción y autosuficiencia no tiene sentido. Estos momentos son privilegiados para dejar a Dios ser Dios. Hay que ir con Él y gritarle: Señor, te necesito, confío en ti. "Extiende la mano desde arriba: defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas, de la mano de los extranjeros." (Sal 143
Al reconocer nuestra debilidad y necesidad de Dios, se abre la comunicación con Él. Me imagino el corazón misericordioso de Dios como una presa gigantesca que está esperando a que nosotros abramos la compuerta con una actitud de humildad y confianza; entonces Su amor se derrama en abundancia.
La experiencia del amor de Dios es una invitación al abandono. Cuando palpamos Su misericordia crece la confianza, somos más fuertes. Constatamos que nuestra solidez no está en los propios recursos, sino en Su fidelidad. "Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea; mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio." (Sal 143)
Otras veces he hablado sobre ello, y no es todavía lo único que podría decirse, pero estos son tres elementos que considero determinantes a la hora de la tribulación.
De un artículo del P. Evaristo Sada
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