viernes, 28 de septiembre de 2012

Querías entrar en mi alma, Señor.

Me alejaba, me alejaba cada vez más, mi Señor y mi vida, y mi vida comenzaba a ser una muerte, o mejor aún, era ya una muerte a tus ojos.

Y todavía en este estado de muerte, tú me conservabas......Había desaparecido del todo la fe, pero el respeto y la estima permanecían intactos. Me hacías otras gracias, Dios mío, me conservabas el gusto por el estudio, las lecturas serias, las cosas bellas, el asco por el vicio y la abyección.

Yo hacía el mal, pero no lo aprobaba ni me gustaba...Tú me diste esta vaga inquietud de una conciencia que, a pesar de estar adormecida, no estaba del todo muerta.

Desataste todas las malas ligaduras que me hubieran mantenido alejado de ti; incluso desataste los lazos buenos que me hubieran privado de ser un día tuyo del todo. 

Tu sola mano hizo esto al principio, en medio y al final.

No podías entrar, Dios mío, en un alma en la que el demonio de las pasiones inmundas reinaba como el Señor.

Querías entrar en la mía, o buen Pastor, y tú mismo echaste fuera a tu enemigo.

Beato Carlos de Foucauld

martes, 25 de septiembre de 2012

La humildad


Haz todas las cosas, por pequeñas que sean, con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción; el verdadero humilde está siempre en guardia para no fallar aun en las cosas más insignificantes. 

Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad más corrientes y huye de las cosas extraordinarias que te sugiere tu naturaleza; porque así como el orgulloso quiere singularizarse siempre, así el humilde se complace en las cosas corrientes y ordinarias.

Abandónate por completo en las manos de Dios y sigue las disposiciones de su amable Providencia, como un hijo cariñoso se abandona en los brazos de su amado padre. Déjale hacer lo que Él quiera, sin turbarte e inquietarte por lo que pueda suceder; acepta con alegría, con confianza y con respeto todo lo que de Él venga. Obrar de otro modo sería una ingratitud hacia la bondad de su corazón, sería desconfiar de Él. La humildad nos abisma de manera infinita bajo el ser infinito de Dios; pero al mismo tiempo nos enseña que en Dios está toda nuestra fortaleza y todo nuestro consuelo.

Piensa, por último, que nuestro divino Maestro aconsejaba a sus discípulos que se tuviesen por siervos inútiles aun después de haber hecho todo lo que les había sido mandado . De la misma manera, tú, cuando hayas observado con la máxima exactitud estos consejos, debes tenerte por siervo inútil; convéncete que lo debes no a tus fuerzas y méritos, sino a la bondad y a la infinita misericordia de Dios; dale gracias por tan gran beneficio de todo corazón. Finalmente pídele todos los días que te conserve este tesoro hasta el momento en que tu alma, desligada de los vínculos que la tenían atada a las criaturas, vuele libremente hacia el seno de su Creador para gozar allí eternamente de la gloria que está reservada a los humildes.
S. S. León XIII


lunes, 24 de septiembre de 2012

San Juan de Ávila

Somos pequeños y queremos ser grandes mientras Dios que es grande, se hizo pequeño


Hoy el papa asistió puntualmente a su cita con los fieles y peregrinos reunidos en el patio interior del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, a fin de rezar el Ángelus y meditar sobre el evangelio dominical. 

Como introducción a la oración mariana, Benedicto XVI centró su reflexión en el evangelio de hoy, que es una continuación del relato del evangelio de Marcos leído en los últimos domingos. El papa recordó que en esta segunda parte, Jesús hace su último viaje a Jerusalén, el cual será la cumbre de su misión; y allí mismo encontrará la muerte "de manos de los hombres" (cf. Mc.9,31). 

Este pasaje contiene la segunda de las tres predicciones sucesivas de Jesús sobre lo que le pasará al final de su vida, y que Marcos lo presenta en los capítulos 8,9 y 10. Aquí Jesús dice: "El Hijo del hombre --una expresión con que se designa a sí mismo--, será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará" (Mc. 9,31). Sin embargo, los discípulos "no entendían lo que les decía y temían preguntarle" (v. 32). 

La breve catequesis del papa hace ver que "está claro que entre Jesús y los discípulos hay una profunda distancia interior; están, por así decirlo, en dos longitudes de onda diferentes". Lo que ha querido profundizar Benedicto XVI con esta afirmación es que los discursos de Jesús no eran entendidos con claridad por los apóstoles, o los asimilaban aún de modo superficial. 

Y destacó varios ejemplos para sustentar esta hipótesis. Resaltó el hecho de que Pedro, a pesar de que había ya manifestado su fe en Jesús como el Mesías, le "regaña" porque predijo su muerte cruenta. También recuerda cómo después del segundo anuncio de la pasión, los discípulos discutían sobre quién era el más grande entre ellos (cf. Mc. 9,34); y después, en la tercera predicción, nos recuerda que Santiago y Juan le pidieron un sitio a Jesús cerca a él en su gloria (cf. Mc. 10,35-40). 

El papa fue más allá e identificó otras señales que dejan ver la distancia que hubo entre Jesús y los suyos casi hasta el final de su misión. Por ejemplo, el pasaje en que los discípulos no lograron curar a un muchacho epiléptico, y fue Jesús quien lo sanó con el poder de la oración (cf. Mc. 9,14-29). O cuando le llevaron niños hasta donde estaba predicando, y los discípulos quisieron impedirlo; pero fue el mismo Cristo quien intervino y les hizo quedarse, usando su cortedad como ejemplo de que, solo el que es como un niño, podrá entrar en el Reino de Dios (cf. Mc. 10,13-16). 

"¿Qué nos dice esto?", se preguntó el santo padre, para responder que "la lógica de Dios es siempre `otra` respecto a la nuestra". Y citó como referencia al profeta Isaías a quien Yahvé le reveló: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros proyectos son mis proyectos" (Is. 55,8). Por ello, recordó a los fieles que el seguimiento del Señor , "exige siempre al hombre una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir, te obliga a abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente". 

Continuando con su reflexión, que era seguida por los fieles en un profundo recogimiento, Benedicto XVI hizo ver que un punto-clave en el que Dios y el hombre se diferencian es el orgullo. Y lo sustentó diciendo: "en Dios no hay orgullo, porque Él es la plenitud y está siempre dispuesto a amar y a dar vida; en nosotros los hombres, sin embargo, el orgullo está profundamente arraigado y requiere una vigilancia constante y una purificación". 

"Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a vernos grandes, a ser los primeros", advirtió, recordando que Dios no teme de abajarse y ser el último. 

Exhortó finalmente a todos los creyentes a invocar a la Virgen María con confianza, ya que ella está "perfectamente sintonizada con Dios", y los ayude así "a seguir fielmente a Jesús en el camino del amor y de la humildad." 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Dios sale a nuestro encuentro

Dios es visible de muchas maneras. 

En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente. 

El Señor tampoco ha estado ausente en la historia sucesiva de la Iglesia: siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. En la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. 

Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este "antes" de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta. En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. 

Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 17
Señor, Jesús, que viniste al mundo como luz, no permitas nos cieguen las tinieblas del mal, sino que iluminados por el resplandor de tu rostro seamos ante el mundo testigos de tu amor.

Oración al Señor

Aquí estoy, Señor,
en tu presencia.
Vengo a poner mi vida
entre tus manos,
a entregar mi alegría,
mi dolor, mi anhelo.

Hoy te entrego todo mi ser,
mi vida toda hasta el final, 
con sus momentos dulces
y sus horas amargas.

Contigo y para siempre
quiero repetir la palabra
que tú dijiste al Padre:
en tus manos encomiendo mi vida
para que se cumpla en mí
tu santa voluntad. Amén.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Benedicto XVI en el Líbano

Sacramento de la Reconciliación

El amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el sacramento de la Reconciliación. Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial.

 Efectivamente, como se constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la Comunión sacramental.

En realidad, perder la conciencia de pecado comporta siempre también una cierta superficialidad en la forma de comprender el amor mismo de Dios. 

Ayuda mucho a los fieles recordar aquellos elementos que, dentro del rito de la santa Misa, expresan la conciencia del propio pecado y al mismo tiempo la misericordia de Dios. Además, la relación entre la Eucaristía y la Reconciliación nos recuerda que el pecado nunca es algo exclusivamente individual; siempre comporta también una herida para la comunión eclesial, en la que estamos insertados por el Bautismo.

   Benedicto XVI, Exhortación apostólica post sinodal Sacramentum caritatis, n. 20

viernes, 14 de septiembre de 2012

Ninguna oración se pierde, por Benedicto XVI


Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles, que se desarrolló en el Aula Pablo VI, a la oración en la segunda parte del libro del Apocalipsis, “una plegaria que se orienta al mundo entero, pues la Iglesia camina en la historia y forma parte de ella”. 

En esta segunda parte, la asamblea cristiana está llamada a “leer en profundidad la historia que vive, aprendiendo a discernir con la fe los acontecimientos, para colaborar con su acción, en la extensión del reino de Dios. Y esta obra de lectura y discernimiento, al igual que la de acción, está ligada estrechamente a la oración”. 


En el Apocalipsis la asamblea es invitada a subir al cielo “para mirar la realidad con los ojos de Dios” ; el relato de San Juan describe los tres símbolos que encuentra para leer la historia: el trono de Dios, el libro y el Cordero. En el trono está sentado Dios omnipotente que “no se ha quedado sólo en su cielo, sino que se acercó al hombre, estableciendo una alianza con él”. El libro “contiene el plan de Dios sobre los acontecimientos y los hombres, pero está cerrado herméticamente con siete sellos y nadie puede leerlo”. Ahora bien, “hay un remedio al desamparo del ser humano ante el misterio de la historia:  alguien es capaz de abrir el libro e iluminarlo”. 


Ese alguien, se manifiesta en el tercer símbolo: Cristo, “el Cordero, inmolado en el sacrificio de la Cruz, pero de pie, como signo de su resurrección. El Cordero, Cristo muerto y resucitado, progresivamente abrirá los sellos desvelando el plan de Dios, el sentido profundo de la historia”. 


Estos símbolos, explicó el Papa, nos recuerdan “cual es la clave para descifrar los acontecimientos de la historia y de nuestra vida. Levantando los ojos al Cielo de Dios, en la relación constante con Cristo (...) en la oración personal y comunitaria, aprendemos a ver las cosas de forma nueva y a captar su significado verdadero”. El Señor invita a la comunidad cristiana “a considerar con realismo el presente que vive. Cuando el Cordero abre los cuatro primeros sellos, la Iglesia ve el mundo en que hay diversos males (...) los males debidos a la acción del hombre como la violencia (...) o la injusticia. A estos se suman los que el hombre debe padecer como la muerte, el hambre, la enfermedad”. 


“Ante estas realidades, a menudo dramáticas, la comunidad eclesial está llamada a no perder nunca la esperanza, a creer firmemente que la aparente omnipotencia del Maligno se enfrenta con la omnipotencia verdadera que es la de Dios”. San Juan habla de la entrada en escena de un caballo blanco, símbolo de que “en la historia del ser humano ha entrado la fuerza de Dios, que no solo es capaz de servir de contrapeso al mal, sino de derrotarlo (...) Dios se hizo tan cercano como para descender en la oscuridad de la muerte para iluminarla con el esplendor de su vida divina; ha cargado con el mal del mundo para purificarlo con el fuego de su amor”. 

“¿Como crecer en esta lectura cristiana de la realidad? El Apocalipsis nos dice que la oración alimenta en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades esta visión de luz y de profunda esperanza (...) La Iglesia vive en la historia, no se encierra en sí misma, afronta con valor su camino en medio de dificultades y sufrimientos, afirmando con fuerza que el mal no puede con el bien, que la oscuridad no ofusca el esplendor de Dios. Es un punto muy importante también para nosotros; como cristianos nunca podemos ser pesimistas (...) La oración, sobre todo, nos educa a discernir los signos de Dios, su presencia y su acción ; más aún, a ser nosotros mismos luces del bien que difunden esperanza e indican que la victoria es de Dios”. 


Al final de la visión, un ángel pone constantemente granos de incienso en un incensario que después arroja sobre la tierra. Los granos, serían nuestras oraciones. “Tenemos que estar seguros -dijo el Papa- de que no hay oraciones superfluas o inútiles, ninguna se pierde (...) Dios no es insensible a nuestras súplicas (...) A menudo frente al mal tenemos la sensación de no poder hacer nada, pero es precisamente nuestra oración, la respuesta primera y más eficaz que podemos dar y que fortalece nuestro compromiso diario de difundir el bien. La potencia de Dios hace fecunda nuestra debilidad”. 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Construye tu vida sembrando amor


A lo largo de la historia hemos conocido grandes hombres, hombres que han dejado una huella imborrable, y que su presencia ha marcado la vida de muchas personas; me viene a la mente el Papa Juan Pablo II, ¡quién no recuerda sus palabras, sus gestos, sus miradas! todo nos reporta la presencia de Dios en su vida y cómo todo lo hizo con amor.

Tenemos la figura única e irrepetible de Cristo, que como nos dice el Evangelio "pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38), "Él es el Camino la Verdad y la Vida" (Jn 14,6), una vida dedicada a los demás,  uscando el bien humano y trascendente de cada hombre, ¡cuántos hombres que conociendo el mensaje de Jesús, se han dedicado a sembrar con amor el bien!, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola S.I., la Madre Teresa de Calcuta. Hoy nos toca a ti y a mí, por eso te dejo este mensaje, para que lo reflexiones.

La vida es un jardín;lo que siembres en ella, eso te devolverá, así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente; cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.

A menudo sembrarás llorando, pero ¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine?

Piensa que los vientos fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas para que tu rosal resista mejor lo que habrá de venir. Y cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.

¿Rompió el alba y ha nacido el día? ¡Salúdalo y Siembra! 

¿Llegó la hora cuando el sol te azota?
¡Abre tu mano y arroja la semilla!

¿Ya teenvuelven las sombras porque el sol se oculta? 
¡Eleva tu plegaria y Siembra! y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la muerte con los brazos cargados y una sonrisa de satisfacción.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente. Procura siempre: "Una Siembra de Amor". Al final de la vida, cuando nos pidan cuentas, nos pedirán cuentas del amor, de lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.
P. Dennis Doren 

lunes, 10 de septiembre de 2012

Cristo cura al hombre sordo y mudo interiormente para que escuche Dios, dice el Papa



En su reflexión previa al Ángelus de este domingo, el Papa Benedicto XVI explicó que así como cuando el Señor cura a un sordomudo, también se ha hecho hombre para que todo hombre, sordo y mudo interiormente a causa del pecado, se cure y pueda escuchar a Dios para anunciarlo a otros. 

El Papa hizo esta reflexión ante miles de fieles reunidos en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, refiriéndose al Evangelio de hoy en el que el Señor cura a un sordomudo luego de mirar al cielo y pronunciar la palabra "efatá", que significa "ábrete". 

El Santo Padre dijo luego que "aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, ‘se abrió’; antes estaba cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicar; la sanación fue para él una ‘apertura’ hacia los otros y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: finalmente podía comunicar y por tanto relacionarse de manera nueva". 

"Pero todos sabemos que el cerrarse del hombre, su aislamiento, no depende solo de los órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne el núcleo profundo de la persona, aquel que la Biblia llama el ‘corazón’". 

Esto, prosigue el Papa, es lo "que Jesús ha venido a ‘abrir’, a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud las relaciones con Dios y con los demás. He aquí por qué decía que esta pequeña palabra, ‘efatá – ábrete’, resume en sí toda la misión de Cristo". 

Cristo "se ha hecho hombre para que el hombre, vuelto por el pecado interiormente sordo y mudo, se vuelva capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los otros". 

Por este motivo, explicó Benedicto XVI, "la palabra y el gesto del ‘efatá’ han sido insertados en el Rito del Bautismo, como uno de los signos que nos explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y las orejas del neo-bautizado dice: ‘Efatá’, orando para que este pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Mediante el Bautismo, la persona humana inicia, por decirlo así, a ‘respirar’ el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con aquel suspiro, para curar al sordomudo". 

"Nos dirigimos ahora en oración a María Santísima, de quien ayer hemos celebrado la Natividad. Por motivo de su singular relación con el Verbo encarnado, María está plenamente «abierta» al amor del Señor, su corazón está constantemente en escucha de su Palabra". 

Para concluir el Santo Padre hizo votos para que "su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del ‘efatá’, para vivir en comunión con Dios y con los hermanos". 

viernes, 7 de septiembre de 2012

SÁNAME, JESÚS


Jesús, tú que sanaste al sordomudo de su enfermedad.

Sáname también de mi sordera:
Por no oir a mis hermanos que pasan hambre.
Por no oír a los ancianos que están solos.
Por no oír a los enfermos que sufren.
Por no oír a mis compañeros que me piden ayuda.
Por no oír a los niños que no sienten el amor de sus padres.

Jesús sáname también por:
Callar cuando veo injusticias y no me quiero complicar la vida.
Callar cuando veo que en tú casa no nos comportamos como debemos.
Callar cuando debo corregir a los jóvenes y no lo hago por miedo a su reacción.
Callar cuando te ofenden y no te defiendo como tú te mereces.

Señor, sáname cuando "no quiero oír o cuando callo", tantas veces en que sé que tú esperas algo diferente de mí.
H. Carmen

Santa Regina. Virgen y Mártir

7 de septiembre: Santa Regina

Regina = "Reina", en latín

Hija de un ciudadano pagano de Alise, en Borgoña, la santa -cuya madre falleció al dar la luz- fue entregada a una nodriza que era cristiana y que la educó en la fe. 

Su belleza atrajo las miradas del prefecto Olybrius, quien, al saber que era de noble linaje, quiso casarse con ella, pero ella se negó a aceptarlo y no quiso atender los discursos de su padre, quien trataba de convencerla para que se casara con un hombre tan rico.

Ante su obstinación, su padre decidió encerrarla en un calabozo y, como pasaba el tiempo sin que Regina cediese, Olybrius desahogó su cólera haciendo azotar a la joven y sometiéndola a otros tormentos. 

Una de aquellas noches, recibió en su calabozo el consuelo de una visión de la cruz al tiempo que una voz le decía que su liberación esta próxima. Al otro día, Olybrius ordenó que fuera torturada de nuevo y que fuera decapitada después. 

En el momento de la ejecución, apareció una paloma blanquísima que causó la conversión de muchos de los presentes.
La devoción a la santa aumentó a partir del siglo VII.
EWTN

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Mensaje del Papa en los funerales del Cardenal Martini

“Las palabras del salmista: `Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino` -escribe Benedicto XVI- resumen la existencia entera de este pastor generoso y fiel a la Iglesia. 

Ha sido un hombre de Dios que no solamente estudió la Sagrada Escritura, sino que la amó intensamente, haciendo de ella luz de su vida para que todo fuera `ad maiorem Dei gloriam`, para la mayor gloria de Dios. 

Precisamente por eso fue capaz de enseñar a los creyentes y a los que buscan la verdad que la única Palabra digna de ser escuchada, acogida y seguida es la de Dios, porque indica a todos el camino de la verdad y del amor. 

Lo fue con una gran apertura de ánimo, sin rechazar nunca el encuentro y el diálogo con todos, respondiendo concretamente a la invitación del Apóstol de `estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza`. 

Lo fue con espíritu de caridad pastoral profunda, según su lema episcopal `Pro veritate adversa diligere`, prestando atención a todas las situaciones, especialmente a las más difíciles; cercano, con amor a quien se encontraba perdido, era pobre o sufría”. 

“El Señor que ha guiado al cardenal Carlo Maria Martini en toda su existencia -concluye el Papa- acoja ahora a este incansable servidor del Evangelio y de la Iglesia en la Jerusalén del Cielo”. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Anclado en la esperanza


Ocurrió. Cometí ese pecado que tanto daño me hizo. Falté a una promesa dada. No ayudé a un familiar que me necesitaba. Traicioné la confianza de un amigo. O, simplemente, fui víctima de los actos que otros cometieron con una malicia que me llena de rabia.

Ocurrió. A veces quedamos anclados en el pasado, inmovilizados por la pena ante lo sucedido. Una y otra vez nos lamemos la herida. La pena domina nuestras almas.

Vivir así, con la mirada puesta en los errores pasados, puede llevarnos hacia la apatía y la desgana, hacia tristezas enfermizas, hacia reproches continuos hacia otros o hacia uno mismo.

Tenemos, sin embargo, un presente en nuestras manos y un futuro abierto a mil posibilidades. Miradas de amigos y familiares me invitan a dar un paso hacia adelante, sin dejarme apresar por las arenas movedizas de un pasado que no puedo cambiar.

Incluso Dios mismo me mira con un afecto particular, intenso. Me busca para lavar mis faltas. Me invita a perdonar a quien me haya traicionado. Me lanza a edificar mi vida no desde lágrimas amargas sino desde una esperanza que viene de lo alto.

Necesito dejar de lado actitudes malsanas que me arrastran a la pereza. Sólo entonces empezaré a vivir anclado en la esperanza.

Amanece un nuevo día. Dios me renueva su amor de Padre y me regala su gracia. Tomado de su mano puedo emprender esta jornada con el deseo de dar mi tiempo, mis cualidades y mi corazón al servicio de quien necesita a su lado una mano amiga y llena de esperanza.
P. Fernando Pascual

sábado, 1 de septiembre de 2012

Carlo Maria Martini, la voz del diálogo en la Iglesia

Ha muerto el cardenal Martini

"He llegado al tiempo en el cual la edad y la enfermedad me envían una clara señal de que es hora de apartarse de las cosas de la Tierra para prepararme a la próxima llegada del Reino. Prometo mis oraciones para todas vuestras preguntas irresueltas. Pueda Jesús responder a los interrogantes más profundos en el corazón de cada uno de vosotros”. Hablaba así, abierto y paternal, el cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán durante dos décadas, muerto ayer de Parkinson con 85 años. Con estas frases, el 24 de junio, se despedía de los lectores del Corriere della Sera, desde cuyas columnas cada domingo contestaba a sus cartas llenas de observaciones y dilemas éticos y de fe. Lo hizo durante tres años, y hasta que tuvo fuerzas, con palabras humanas y sencillas. 

Culto, exégeta del Antiguo Testamento, autor de numerosos libros, traducciones y escritos, supo hablar a las personas, católicas y no, visitaba habitualmente las cárceles y, a pesar de que a menudo no llevara el gorro purpúreo, conquistó una autoridad tal que cuando, en 1984, las Brigadas Rojas quisieron reanudar el diálogo con el Estado, fueron a entregar las armas en su curia.

Italia acogió conmovida la noticia del fallecimiento de una de las voces más valientes y rompedoras en el seno de la Iglesia contemporánea. Una voz que siempre se levó para fomentar el diálogo entre las religiones, la judía y la musulmana, justo en la ciudad clave de la retórica xenófoba de la Liga Norte. Las campanas de su antigua Diócesis sonaron al unísono para anunciar su fallecimiento y el lunes, día del funeral en el Duomo, será luto ciudadano.

Martini se retiró en su vida íntima para prepararse ante la muerte, y cuando estaba cerca, la eligió digna y natural: “Rechazó cualquier encarnizamiento terapéutico y se mantuvo lúcido hasta el último momento”, contó su neurólogo. “Tras una última crisis, en agosto, no podía engullir. Pero rehusó la alimentación forzada con tubitos y sondas gastrointestinales”, contó el doctor.

Martini nació en Turín en 1927, con 17 años entró en la Compañía del Jesús para estudiar Filosofía y Teología. Fue ordenado sacerdote en 1952. Paolo VI le nombró Rector de la Pontificia universidad Gregoriana. Giovanni Paolo II, lo destinó a guiar la diócesis de Milán y el día de Reyes de 1980, en San Pedro, le ordenó obispo. En febrero, Martini toma las riendas de su Diócesis. Enseguida puso en marcha una serie de meditaciones —la Escuela de la palabra— sobre la Biblia que conducía en público en la catedral, con el objetivo de acercar las Escrituras a las personas. La iniciativa tuvo mucho éxito y resonancia. En 1983, Woytila le hizo cardenal. Tres años más tarde, en Varsovia, fue elegido presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas. Luego, lanzaría la cátedra de los no creyentes: ciclos de charlas donde dialogaba con laicos del mundo de la cultura, la política y las instituciones: “Cada uno guarda en sí a un creyente y a un no creyente que se interrogan recíprocamente”, dijo en la primera cita. Martini recibió en 2000 el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

En abril de 2002 obtuvo de Juan Pablo II el permiso de jubilarse, a pesar de que el Pontífice le invitara a quedarse un tiempo más. Su deseo era irse a Jerusalén para profundizar en sus estudios bíblicos. Y se fue. En 2005 iría a Roma para elegir en la silla de San Pedro a Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI. En aquellos días de Concilio, algunos observadores especulaban que el mismo Martini fuera uno de los posibles sucesores de Woityla. No fue así. Volvió a Italia en 2008, ya anciano y bastante afectado por la enfermedad. Se retiró en una residencia de jesuitas a las afueras de Milán, donde pasó los últimos años estudiando, dando charlas y escribiendo.

Hace pocos meses salió Creer y conocer, fruto de una conversación con el exponente del Partido Democrático (centro izquierdas) Ignazio Marino. Un último libro que encendió el debate en Italia. En esas páginas, suerte de testamento ético, Martini encara con la valentía y humanidad que le caracterizaban los temas más espinosos que parecen contraponer la Iglesia a la sociedad contemporánea: el aborto y el principio de la vida; la fecundación asistida y la donación de los embriones; el uso del preservativo y la homosexualidad; la eutanasia. “Nunca, en él, el dogma venció sobre la vida real —comentó el teólogo Vito Mancuso—. Nunca la letra mató al espíritu. Martini fue uno de los ejemplos más límpidos del catolicismo liberal y no dogmático”.

Fuente: El País