Me alejaba, me alejaba cada vez más, mi Señor y mi vida, y mi vida comenzaba a ser una muerte, o mejor aún, era ya una muerte a tus ojos.
Y todavía en este estado de muerte, tú me conservabas......Había desaparecido del todo la fe, pero el respeto y la estima permanecían intactos. Me hacías otras gracias, Dios mío, me conservabas el gusto por el estudio, las lecturas serias, las cosas bellas, el asco por el vicio y la abyección.
Yo hacía el mal, pero no lo aprobaba ni me gustaba...Tú me diste esta vaga inquietud de una conciencia que, a pesar de estar adormecida, no estaba del todo muerta.
Desataste todas las malas ligaduras que me hubieran mantenido alejado de ti; incluso desataste los lazos buenos que me hubieran privado de ser un día tuyo del todo.
Tu sola mano hizo esto al principio, en medio y al final.
No podías entrar, Dios mío, en un alma en la que el demonio de las pasiones inmundas reinaba como el Señor.
Querías entrar en la mía, o buen Pastor, y tú mismo echaste fuera a tu enemigo.
Beato Carlos de Foucauld
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