A veces Dios insiste de una manera tan delicada que no le hacemos caso. Pero Él insiste. Y si seguimos sin hacerle caso, Él insiste. Y sigue insistiendo… Es lo que le pasó a Javier Andrés, un seminarista de 28 años que el sábado 10 de junio recibió la ordenación diaconal. Con 28 años, Javier aprendió a rezar en casa: «Mi familia es cristiana y desde pequeño me educaron en la fe, y hasta iba a un colegio católico, pero vivía una fe de tradición. En realidad, para mí era algo secundario, iba a Misa, pero nada más», reconoce. Tras acabar el colegio empezó a estudiar Arquitectura y también comenzó a salir con una chica.
Todo cambió cuando tenía 20 años: «Me invitaron a hacer el Camino de Santiago con la parroquia y ese fue mi encuentro con el Señor, el punto de inflexión de mi vida. Antes era un cristiano teórico pero me encontré con Jesucristo vivo y resucitado».
Tras este primer descubrimiento, poco a poco fue participando en las actividades de la parroquia, «y el Señor empezó a tener más protagonismo en mi vida. Comencé a dar catequesis, a ir al grupo de jóvenes, a campamentos, peregrinaciones…» De ir a Misa «porque tocaba» empezó a ir a Misa entre semana y rezar con sus amigos, «y el Señor fue entrando así poco a poco en mi vida», recuerda Javier.
En 2010, fue con unos amigos a ver la película La ultima cima, sobre el sacerdote Pablo Domínguez, y salió del cine «envidiando la vida y la alegría que tenía ese hombre. Empecé a vivir en un runrún sobre la vocación, pero no dije nada a nadie y me callé. Un mes más tarde, fuimos a Sigena a rezar con las hermanas de Belén y me tocó mucho el evangelio que se proclamó, el de la vocación de Juan y Andrés: “Ven y sígueme”. Me removió mucho y le dije sí al Señor pero con condiciones, porque quería seguir con la carrera, con mi novia…». Entonces, Javier lo quería todo «muy clarito, algo así como: “Tú me llamas y ya si eso me lo planteo, déjame vivir un poco y ya lo veré…”».
Javier seguía callando todo lo que le estaba pasando, «pero la bola de nieve se iba haciendo cada vez más grande». Decidió ir con un amigo al monasterio de Leyre, en Navarra, para ver si esa inquietud desaparecía o no. «Le decía al Señor: “O me lo dejas claro, o nada”. En una Eucaristía se proclamó entonces la vocación de san Pedro: “No temas, yo te haré pescador de hombres”, y eso ya me rompió. Le di un sí ya sin condiciones, pero volví a Madrid diciendo que eso no era para mí».
A los pocos días volvió a ir a Misa, y en el Evangelio escuchó: “Dejarás a tu padre y a tu madre…”. «Eso fue definitivo y al día siguiente lo dejé con mi novia. Hablé con un sacerdote amigo de todo lo que había vivido en los últimos meses y empecé el Introductorio del seminario en noviembre de 2010».
Al hacer balance, este nuevo diácono ve su vocación «como un combate. Yo era muy cabezón, y necesitaba tenerlo todo muy clarito. Hoy, en momentos de duda me aferro mucho a lo que he vivido y hago memoria de esa llamada, porque es real, no me la he inventado».
A día de hoy, Javier tiene «muchas ganas de entregar el sí definitivo, que es un sí cada día y que se concreta en el sí para siempre. Estoy con ganas e ilusionado, y con mucha alegría por el sacerdocio».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Alfa y Omega
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