Acabáis de escuchar, queridos
hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras
del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus
ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis,
digo, no sólo por la fe sino también por el amor; no sólo por la credulidad,
sino también por las obras. Porque el mismo Juan Evangelista que nos dice lo
que acabamos de oír, añade también: Quien dice «Yo le conozco», y no guarda sus
mandamientos, es un mentiroso. Por ello dice también el Señor en el texto que
comentamos: Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre yo doy mi vida
por las ovejas. Como si dijera claramente «La prueba de que conozco al Padre y
el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir:
en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el
Padre.» [...]
Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino. Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que, cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo. Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía.
Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino. Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que, cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo. Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía.
De las homilías de san Gregorio
Magno, papa, sobre los evangelios
(Homilía 14, 3-6: PL 76,1129-1130) Fuente: News. va
(Homilía 14, 3-6: PL 76,1129-1130) Fuente: News. va
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