jueves, 9 de abril de 2015

REVESTIDOS CON EL TRAJE DEL PRIMOGÉNITO

EL AMOR DE DIOS

Resulta sorprendente el relato bíblico en el que se narra cómo Jacob, el segundón, heredó la bendición de su padre Isaac Por la intervención de su madre, Jacob vistió el traje de su hermano Esaú, el primogénito, y el olor de la ropa confundió al padre.
En un principio, la escena parece un tanto inmoral cuando descubrimos que Jacob usurpó el derecho de su hermano con la estrategia del engaño desleal si tenemos en cuenta que Isaac, su padre anciano, estaba ciego.
Y, sin embargo, leído el acontecimiento a la luz del Nuevo Testamento, se descubre un sentido profético que revela nuestra dignidad y mayor esperanza, porque por Jesús, el Verbo hecho hombre, nacido de mujer, todos los humanos nos hemos revestido de la túnica del Hijo de María.

 Por esta verdad, Dios, al mirarnos, nos bendice como a su Hijo único y nosotros nos convertimos en coherederos con Cristo, y en herederos de Dios, según expresión paulina. “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados” (Rom 8, 15-17).
Sorprende, además, que la narración de Génesis 27, no sea un texto aislado, sino que al comprobar las concurrencias bíblicas relacionadas con el vestido que pone Rebeca a Jacob, encontramos el término “estole”, que es el mismo que usa el evangelista san Lucas en la parábola del “hijo pródigo”, cuando describe el vestido que manda traer el padre (Lc 15) para cubrir al hijo que ha vuelto. Es vestido de fiesta, vestido real, el mismo que se quita el rey de Nínive (Jon 3, 6). Vestido sagrado, al coincidir con el que lleva el personaje celeste, según el evangelio de Marcos, en la mañana de Pascua (Mc 16, 5).
Desde una lectura sapiencial más amplia, podemos concluir que el ser humano es revestido con la túnica sagrada de la Humanidad de Cristo, la que nos hace semejantes al Hijo de Dios, al Primogénito de toda criatura. Estamos revestidos con la naturaleza humana del Hijo de María, por la que nos podemos comprender en verdad creados a semejanza de Dios, de su Hijo primogénito.

 P. Ángel Moreno de Buenafuent

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