EL
AMOR DE DIOS
Resulta
sorprendente el relato bíblico en el que se narra cómo Jacob, el segundón,
heredó la bendición de su padre Isaac Por la intervención de su madre, Jacob
vistió el traje de su hermano Esaú, el primogénito, y el olor de la ropa
confundió al padre.
En un
principio, la escena parece un tanto inmoral cuando descubrimos que Jacob
usurpó el derecho de su hermano con la estrategia del engaño desleal si tenemos
en cuenta que Isaac, su padre anciano, estaba ciego.
Y, sin embargo, leído el acontecimiento a la luz del Nuevo
Testamento, se descubre un sentido profético que revela nuestra dignidad y
mayor esperanza, porque por Jesús, el Verbo hecho hombre, nacido de mujer,
todos los humanos nos hemos revestido de la túnica del Hijo de María.
Por esta
verdad, Dios, al mirarnos, nos bendice como a su Hijo único y nosotros nos
convertimos en coherederos con Cristo, y en herederos de Dios, según expresión
paulina. “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor;
antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar:
¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio
de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y
coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él
glorificados” (Rom 8, 15-17).
Sorprende,
además, que la narración de Génesis 27, no sea un texto aislado, sino que al
comprobar las concurrencias bíblicas relacionadas con el vestido que pone
Rebeca a Jacob, encontramos el término “estole”, que es el mismo que usa el
evangelista san Lucas en la parábola del “hijo pródigo”, cuando describe el
vestido que manda traer el padre (Lc 15) para cubrir al hijo que ha vuelto. Es
vestido de fiesta, vestido real, el mismo que se quita el rey de Nínive (Jon 3,
6). Vestido sagrado, al coincidir con el que lleva el personaje celeste, según
el evangelio de Marcos, en la mañana de Pascua (Mc 16, 5).
Desde
una lectura sapiencial más amplia, podemos concluir que el ser humano es
revestido con la túnica sagrada de la Humanidad de Cristo, la que nos hace
semejantes al Hijo de Dios, al Primogénito de toda criatura. Estamos revestidos
con la naturaleza humana del Hijo de María, por la que nos podemos comprender
en verdad creados a semejanza de Dios, de su Hijo primogénito.
P. Ángel Moreno de Buenafuent
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