domingo, 5 de abril de 2015

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

El Evangelio es una Buena Noticia cuya alegría arraiga en el primer domingo de Pascua. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Por eso, como dice el papa Francisco, “no huyamos nunca de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase, que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia delante”, porque “nadie queda excluido de la alegría que nos reporta el Señor (EG 3). 
Esta fue la experiencia de los apóstoles: aquel galileo que “pasó por la vida  haciendo el bien·”, liberando a los oprimidos y que fue condenado y crucificado por los poderosos de este mundo sigue vivo y nos convoca a anunciar y hacer histórica la Buena Noticia del amor y la alegría en nuestro mundo. Como Magdalena, Pedro y Juan “aun cuando estaba oscuro” podemos detectar  las huellas del Resucitado en el corazón de la vida. Para ellos necesitamos “una mirada de fe” que va mas allá de los datos empíricos de “un sepulcro vacio”, acoger y abrirnos a una nueva dimensión que nos hace descubrir que la realidad está habitada por una presencia que la dota de posibilidades insospechadas e imprevisibles. Por eso los signos no son prueba de fe, sino que es la fe la que descubre signos, porque a menudo lo  aparente no es lo real y lo que se ve no es siempre lo que hay que creer. Por eso no se  trata de ver para creer, sino de creer para ver.

 La experiencia de la Resurrección nos da unos “nuevos ojos” que nos permite captar las “chispas de novedad”, las oportunidades y no sólo los inconvenientes que están en lo hondo de toda persona y realidad. Desde esta nueva sensibilidad podemos también como los apóstoles “entender las Escrituras”, experimentar vitalmente que las promesas de Dios en Cristo han quedado cumplidas y que a la vez  necesita de nosotros para seguir llevando adelante su Buena Noticia en la historia. 
El Resucitado se deja reconocer por sus efectos en nuestro corazón. Experimentar su presencia no va liberando de la desconfianza y el miedo, nos reconcilia con nosotros mismos y con los demás, nos despierta el gozo profundo de la apuesta por la vida en toda situación por adversa que sea y nos convoca con otros y otras a ser  testigos de su esperanza y su alegría. La comunidad nace en este primer domingo de Pascua. El Espíritu del Resucitado nos urge a renovarnos profundamente como iglesia revitalizando nuestra dimensión misionera con creatividad y nos invita a ser una iglesia siempre de “puertas abiertas”, que sale con humildad al encuentro de la humanidad más herida sin miedo mancharse ni quedar salpicada por ella pues se siente carne de su carne (EG. 49).

Artículo escrito por Pepa Torres en REVISTA HOMILÉTICA 2015

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