No podemos hacernos sordos ni ciegos ante la demanda
de atención de los padres viejos, cuya mayor dolencia es la soledad. En todas
las culturas humanas y todas las religiones, esta responsabilidad es muy grave;
es primero corresponder a la atención y amor recibidos mientras se crecía, con
todas las fallas y errores que ello pudiera haber tenido. Salvo casos muy
particulares de irresponsabilidad paterna, el saldo de amor y cuidados que
recibimos, es muy favorable a los padres. Olvidarlo es tan, tan cómodo... que
pensar en ello mortifica el uso de mi tiempo: sacrificar mi ocio tan agradable
en pasar tiempo con los viejos...
La Biblia es muy clara en cuanto a la responsabilidad
para con los padres ancianos, con todas sus debilidades, fallas y exigencias.
La palabra de Dios es más exigente que cualquier palabra humana sobre el deber
ante los padres. Dios no deja de amenazar a quien no lo cumple y de ofrecer
recompensa a quien da amor a sus viejos. (Ver Eclesiástico, Cap. III, Vers.
1-18).
En conclusión: debemos dar a nuestros padres
envejeciendo los que necesitan de nosotros, en cosas materiales -lo más
cómodo-, pero esencialmente en tiempo, tiempo lleno de calor humano, de cariño
y de mucha, mucha comprensión de sus debilidades de ancianidad y de su soledad.
De paso, no olvidar que, si no morimos en plenitud de vida, también nos haremos
ancianos y requeriremos tiempo de nuestros propios hijos quienes, naturalmente,
repetirán lo que nos vieron hacer o dejar de hacer.
1) Respeta al anciano (Lv 19,32)
En la Escritura, la estima del anciano se
transforma en ley: «Ponte en pie ante las canas, [...] y honra a tu Dios» (ibid.).
Además: «Honra a tu padre y a tu madre» (Dt 5,16). Una delicadísima exhortación
en favor de los padres, especialmente en la edad senil, se encuentra en el
tercer capítulo del Eclesiástico (vv. 1-16), que termina con una
afirmación muy grave: «Quien desampara a su padre es un blasfemo, un maldito
del Señor quien maltrata a su madre».
2) Nuestros antepasados nos contaron la obra que realizaste en sus
días, en los tiempos antiguos (Sal 44 [43])
Cuando Moisés vive la experiencia de la
zarza ardiente, Dios se le presenta así: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios
de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6). Dios pone su propio
nombre junto al de los grandes ancianos que representan la legitimidad y la
garantía de la fe de Israel.
3) En la vejez seguirán dando fruto (Sal 92 [91], 15)
La potencia de Dios se puede revelar en la edad senil, incluso cuando ésta
se ve marcada por límites y dificultades. «Dios ha escogido lo que el mundo
considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo
considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo
despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para anular a quienes
creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir delante de Dios» (1 Cor
1,27-28). El designio de salvación de Dios se cumple también en la fragilidad
de los cuerpos ya no jóvenes, débiles, estériles e impotentes. Así, del vientre
estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abrahán nace el Pueblo elegido (cf.
Rom 4,18-20). Y del vientre estéril de Isabel y de un viejo cargado de años,
Zacarías, nace Juan el Bautista, precursor de Cristo. Incluso cuando la vida se
hace más débil, el anciano tiene motivos para sentirse instrumento de la
historia de la salvación: «Le haré disfrutar de larga vida, y le mostraré mi
salvación» (Sal 91 [90], 16), promete el Señor.
4) Ten en cuenta a tu Creador en los días de tu juventud, antes de
que lleguen los días malos y se acerquen los años de los que digas: «No me
gustan» (Eclo 12,1)
Este enfoque bíblico de la vejez impresiona por
su objetividad desarmante. Además, como recuerda el salmista, la vida pasa en
un soplo y no siempre es suave y sin dolor.
5) Abrahán expiró; murió en buena vejez, colmado de años, y fue a
reunirse con sus antepasados (Gn 25,7)
Este paso bíblico tiene una gran actualidad. El
mundo contemporáneo ha olvidado la verdad sobre el significado y el valor de la
vida humana -verdad grabada por Dios, desde el principio, en la conciencia del
hombre-, y, con ella, el sentido pleno de la vejez y de la muerte. La muerte ha
perdido hoy su carácter sagrado, su significado de cumplimiento. Se ha
transformado en tabú: se hace lo posible para que pase inobservada, para que no
altere nada. Su telón de fondo también ha cambiado: si se trata de ancianos,
sobre todo, se muere cada vez menos en casa y cada vez más en el hospital o en
una institución, lejos de la propia comunidad humana.
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6) Enséñanos a calcular nuestros días,
para que adquiramos un corazón sabio (Sal 90 [89], 12)
Uno de los «carismas» de la longevidad, según la
Biblia, es la sabiduría; pero la sabiduría no es una prerrogativa automática de
la edad. Es un don de Dios que el anciano debe acoger y proponerse como meta,
para alcanzar esa sabiduría del corazón que permite «saber contar los propios
días», es decir, vivir con sentido de responsabilidad el tiempo que la
Providencia concede a cada cual.
7) A ti, Señor, me acojo; no quede yo
avergonzado para siempre (Sal 71 [70], 1)
Este salmo, que destaca por su belleza, es sólo
una de las muchas oraciones de ancianos que se encuentran en la Biblia y que
dan testimonio de los sentimientos religiosos del alma ante el Señor. La
oración es el camino real para una comprensión de la vida según el espíritu,
propia de las personas ancianas. La oración es un servicio, un ministerio que
los ancianos pueden ejercer para bien de toda la Iglesia y del mundo. Incluso
los ancianos más enfermos, o inmovilizados, pueden orar. La oración es su
fuerza, la oración es su vida. A través de la oración participan en los dolores
y en las alegrías de los demás, y pueden romper la barrera del aislamiento,
salir de su condición de impotencia.
Teniendo en cuenta la gran diversidad de las situaciones y
condiciones de vida de los ancianos, la pastoral de la tercera y la cuarta edad
debería incluir la realización de iniciativas que permitan el logro de objetivos
como los que siguen:
- Dar a conocer mejor las necesidades de los ancianos,
incluida y no en último lugar la de poder contribuir a la vida de la comunidad
desempeñando actividades apropiadas a su condición peculiar.
- Ayudar a los ancianos a superar las actitudes de
indiferencia, desconfianza y renuncia a una participación
activa, a una responsabilidad común.
- Integrar a los ancianos, sin discriminaciones, en la
comunidad de los creyentes.
- Organizar la vida de la comunidad de manera que en ella se
favorezca y se promueva la participación de las personas ancianas,
valorizando las capacidades de cada una.
- Facilitar la participación de los ancianos en la celebración
de la Eucaristía; darles la posibilidad de acercarse al sacramento de
la Reconciliación y de tomar parte en peregrinaciones, retiros y
ejercicios espirituales, procurando que no se impida su presencia por la
falta de acompañamiento o debido a barreras arquitectónicas.
- Recordar que la atención y asistencia a los enfermos ancianos
no autosuficientes, o a los que por debilitamiento senil han perdido las propias
facultades mentales, es también una atención espiritual a través de los
signos mediadores de la oración y de la cercanía en la fe, como testimonio del
valor inalienable de la vida, incluso cuando ésta ha llegado al extremo límite
de las fuerzas físicas.
- Otorgar una especial atención a la administración del
sacramento de la Unción de los Enfermos y del mismo Viático,
dando una preparación catequética adecuada.
- Contrarrestar la tendencia a dejar solos, sin asistencia
religiosa y consuelo humano, a los moribundos. Esta tarea no corresponde
sólo a los capellanes, cuyo papel es fundamental, sino también a los familiares
y a la comunidad de pertenencia.
- Prestar una atención particular, por un lado, a los
ancianos de otras confesiones religiosas, para ayudarles a vivir su
propia fe con espíritu de caridad y de diálogo; y, por otro, a los ancianos
no creyentes, ante los cuales no se debe dejar de testimoniar la propia fe
con espíritu de fraternidad y de solidaridad.
- Recordar que si los ancianos tienen derecho a un espacio en
la sociedad, con mayor razón les corresponde un lugar respetable en la
familia.
- Preocuparse por los ancianos que viven en estructuras
residenciales públicas o privadas.
- No olvidar que entre los ancianos hay sacerdotes,
ministros de la Iglesia y pastores de las comunidades cristianas.
- Educar a los jóvenes pertenecientes a grupos, asociaciones y
movimientos presentes en las parroquias, a la solidaridad con los miembros más
ancianos de la comunidad eclesial: una solidaridad entre generaciones
que se expresa también en la compañía que los jóvenes pueden ofrecer a los
ancianos.
Extraído de DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos Eclesiásticos