Todo lo que Jesús vino a hacer en
el mundo para salvarnos, cumpliendo la misión que el Padre le había confiado,
lo cumple ahora, en una contemporaneidad cronológica, en la eucaristía, en la
inmediatez del encuentro con cada uno de nosotros.
Precisamente por esto, después de
elevar el pan y el vino consagrados, el celebrante proclama:"¡Este es el
sacramento de nuestra fe!".
Escribía San Ambrosio: "Cada
vez que recibimos la eucaristía anunciamos la muerte del Señor. Si la
anunciamos, anunciamos también el perdón de los pecados. Si la efusión de la
sangre es para la remisión de los pecados, debo recibirlo todos los días para
que mis pecados sean siempre perdonados. Entonces, ¿por qué no recibes todos
los días este pan cotidiano?. Si lo tomas a diario, cada día es para ti el hoy; si hoy tienes para ti a Cristo, hoy
resucita para ti"
Este es el mensaje: la vida
cristiana está totalmente centrada en la eucaristía. Podríamos decir que
nuestra vida no es otra cosa que asimilar la eucaristía. No hay nada que nos
permita crecer en Jesús tanto como el encuentro eucarístico que lleva a
cumplimiento el encuentro con la Palabra, la escucha y la meditación del
evangelio.
En la eucaristía todo tiene lugar
en el resplandor y, al mismo tiempo, en las tinieblas de la fe; es un
conocimiento profundo de fe y de amor, de fe que ama y de amor que crece.
Carlo María Martini. Libro:
¡Remad mar adentro!
No hay comentarios:
Publicar un comentario