La semilla que el sembrador
deposita en tierra, durante días, incluso semanas o meses, permanece escondida
mientras se fecunda y fertiliza. Después, poco a poco, inicia una pequeña
planta que con el tiempo acogerá a las aves del cielo, dará sombra al caminante
cansado y lo alimentará con sus sabrosos frutos.
Cristo sembrador pasa junto al
surco de nuestra vida y deja caer sus semillas de variadas virtudes. Aunque
para nosotros es imperceptible, Él deposita en nuestros corazones el germen
para ser caritativos, pacientes, humildes, fieles, sencillos, generosos. Con el
sucederse de los meses y de los años nuestra personalidad se enriquece con las
virtudes que afloran en nuestro comportamiento cotidiano en beneficio de los
que nos rodean, familiares cercanos o personas con las que entramos en
contacto.
Es inevitable que, junto con el
buen fruto, surja en el campo de modo espontaneo abrojos y plantas silvestres
que el buen agricultor quitará oportunamente para que los frutos se desarrollen
con plenitud lozanía.
Discordias, malos entendidos,
envidias, rencores, pereza, pasiones, deseos desordenados son las plantas
silvestres que anidan en nuestra naturaleza y que afloran sin previo aviso. El
buen cristiano acude a la confesión donde Cristo jardinero toma todas nuestras
hierbas y actos malos y los arroja fuera de nuestra alma para que nuestro
corazón brille como un campo limpio y abundante de frutos.
P. Clemente González
Señor, ayúdanos a quitar la cizaña que crece en nuestra vida, confiamos en tu ayuda y en tu amor.
Señor, ayúdanos a quitar la cizaña que crece en nuestra vida, confiamos en tu ayuda y en tu amor.