viernes, 24 de marzo de 2017

Reconstruyendo la infancia



La mirada de este niño atraviesa. Es como un puñal que se clava en nuestras conciencias y que solivianta lo suficiente como para pararte a pensar en el mundo en el que vivimos en el que habitualmente, desde nuestra cómoda España, pasamos de largo por estos problemas que creemos nos quedan lejos para debatir –por ejemplo– y en sede parlamentaria, sobre cuestiones como si se debe cortar o no el rabo a los perros.
Tumbado sobre el suelo, contorsionado, parece que lo único que guarda la estabilidad en ese pequeño cuerpo es una mirada impropia de un niño. Su expresión deja ver con total nitidez el corazón de un menor cuya infancia ha sido interrumpida por la miseria humana y la codicia más despreciable. Como nuestro protagonista, hay más niños desperdigados por una ruinosa sala, que sin embargo para ellos es un palacio de la esperanza. Están delgados, desnutridos, agotados por el esfuerzo, por la esclavitud a la que han sido sometidos antes de que varias ONG, la mayoría católicas, les hayan rescatado de una vida que no les corresponde. Con los misioneros emprenden ahora el camino de la reinserción y la rehabilitación, de superar unas secuelas físicas y psicológicas profundas e imborrables: las de haber sido secuestrados o vendidos por sus padres por tan solo 30 euros, desesperados por la pobreza, quizás engañados por una falsa promesa de una vida mejor. La realidad es que se convierten en niños esclavos, con trabajos de sol a sol, sufriendo todo tipo de maltratos. Es el pan nuestro de cada día en África occidental, la zona del mundo con más niños traficados.
Hay 150 millones de niños así. No es solo una cifra. Son niños, inocentes que debían estar jugando, riendo, soñando, aprendiendo… Cada año mueren por esta moderna esclavitud 22.000 de ellos. Poca pérdida para las mafias de trata de personas, que ganan 150.000 millones de dólares al año, un negocio ilegal solo superado por el tráfico de drogas y de armas. Conviene mirar a este niño, como él parece mirarnos en la foto, y a muchos otros que se pueden ver en Zaragoza en la exposición de la periodista Ana Palacios titulada Niños Esclavos. La puerta de atrás, un extraordinario trabajo de sensibilización que nos hará mirar la realidad con otros ojos.
Pedro J. Rabadán
Alfa y Omega

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