Nos preparamos para los diversos eventos de nuestro diario vivir. Tomamos toda clase de medidas con vistas al futuro: inversiones, seguros, planes de estudio, de trabajo. Pero somos incapaces de prepararnos para el acontecimiento más cierto que nos va a sobrevenir, aunque no sabemos ni cómo ni cuándo. Se hace necesaria una educación para la muerte, mirarla de frente, aceptarla como parte integrante de la vida es tanto como ensanchar y enriquecer la vida misma. Urge responder a cuestiones vitales: ¿Hacia dónde me encamino, qué sueños tengo, qué ángeles me habitan, qué demonios me atormentan?
Conviene cultivar estas actitudes fundamentales: lograr una noción sabia del mundo y de la vida que lleva al reconocimiento y la gratitud por tanto don y prodigio en los que estamos inmersos. A la gratitud sucede la humildad y el arrepentimiento, conscientes de que la urdimbre de las maravillas está entretejida con tantas actuaciones nuestras equivocadas, tontas y ridículas. Vivir siendo creativos, generosos, aportando a los demás, que es una manera de no morir del todo. La vida es tiempo de amistad; es mejor morir con alguien que nos quiera y acompañe. Al final, nos preguntarán: «¿Has vivido?, ¿has amado?». Ojalá podamos presentar nuestro corazón lleno de nombres.
Se aprende a morir un poco cada día con el dolor y la enfermedad, con los amigos y familiares que se van, con los sueños e imaginaciones sobre la muerte, con la experiencia de las diversas etapas que dejamos atrás, con los fracasos personales o profesionales. Recorremos el camino de cada día con la confianza de que, en cada tramo, Jesucristo es nuestro buen cirineo que ayuda a soportar el peso de la jornada. Tras la muerte, Él saldrá a nuestro encuentro para acompañarnos a la casa del Padre, donde se nos adelantó para prepararnos un sitio. Allí será el hogar del reencuentro con todos los que nos precedieron, en torno a una gran mesa para celebrar que el amor es más fuerte que la muerte. Reconcíliate contigo mismo, ponte frente al espejo, piensa que estás en las manos de Dios y decide, ahora mismo, ser feliz.
Jesús García Herrero
Capellán del tanatorio M-30. Madrid
Capellán del tanatorio M-30. Madrid
Alfa y Omega
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