«¿Por qué esta generación reclama un signo?», pregunta el Señor en el pasaje evangélico de Marcos, respondiendo a la petición de los fariseos. Así quería decir que «esta generación es como los niños que escuchan música de alegría y no bailan, escuchan música de luto y no lloran. Nada está bien». En efecto, «la persona que no tiene paciencia es una persona que no crece, que permanece en los caprichos de los niños, que no sabe tomar la vida como se presenta», y sólo sabe decir: «o esto o nada».
Cuando no se tiene paciencia, «ésta es una de las tentaciones: convertirse en caprichosos» como niños. Y otra tentación de aquellos «que no tienen paciencia es la omnipotencia», encerrada en la pretensión: «¡Quiero las cosas de inmediato!». Precisamente a esto se refiere el Señor cuando los fariseos le piden «un signo del cielo».
En realidad, «¿qué querían? Querían un espectáculo, un milagro». Al fin de cuentas es la misma tentación que el diablo propuso a Jesús en el desierto, pidiéndole hacer algo —todos creerían si la piedra se convertía en pan— o tirarse desde el templo para mostrar su poder.
Los fariseos, al pedir un signo a Jesús, «confunden el modo de obrar de Dios con el modo de obrar de un mago». Pero, precisó el Santo Padre, «Dios no actúa como un mago. Dios tiene su modo de ir adelante: la paciencia de Dios». Y nosotros «cada vez que nos acercamos al sacramento de la reconciliación cantamos un himno a la paciencia de Dios. ¡Cómo nos lleva el Señor sobre los hombros, con cuánta paciencia!».
«La vida cristiana —sugirió el Papa— debe desarrollarse desde esta música de la paciencia, porque fue precisamente la música de nuestros padres: el pueblo de Dios». La música de «aquellos que creyeron en la Palabra de Dios, que siguieron el mandamiento que el Señor había dado a nuestro padre Abrahám: camina en mi presencia y sé irreprensible».
El pueblo de Dios «sufrió mucho: fueron perseguidos, asesinados, debían esconderse en las cuevas, en las cavernas. Y tuvieron la alegría, el gozo —como dice el apóstol Santiago— de saludar desde lejos las promesas». Es precisamente ésta «la paciencia que nosotros debemos tener en las pruebas». Es «la paciencia de una persona adulta; la paciencia de Dios que nos conduce, nos sostiene sobre los hombros; y la paciencia de nuestro pueblo» destacó el Pontífice exclamando: «¡Cuán paciente es nuestro pueblo aún ahora!».
Son muchas las personas que sufren y son capaces de llevar «adelante la vida con paciencia. No piden un signo», como los fariseos, «pero saben leer los signos de los tiempos». Así, «saben que cuando brota la higuera se acerca la primavera». En cambio, las personas «impacientes» que presenta el Evangelio «querían un signo» pero «no sabían leer los signos de los tiempos. Por ello no reconocieron a Jesús».
En la Carta a los Hebreos se dice que «el mundo era indigno del pueblo de Dios». Hoy «podemos decir lo mismo de esta gente de nuestro pueblo: gente que sufre, que sufre muchas, muchas cosas, pero no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe». Sí, también de todos ellos «no es digno el mundo». Es precisamente «esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones», quienes llevan «adelante la Iglesia con su santidad de todos los días, de cada día».
Pidamos al Señor que nos dé «a todos nosotros la paciencia: la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz», «la paciencia de nuestro pueblo fiel que es tan ejemplar».
(De la homilía del Papa Francisco en Santa Marta el 17 febrero 2014
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