miércoles, 14 de diciembre de 2016

La muerte, nuevo nacimiento


La noche es sinónimo de muerte y de tinieblas, pero hay una noche llamada Nochebuena, portadora de luz y de vida. El 25 de diciembre, el mundo pagano celebraba la fiesta del nacimiento del Sol Invicto: triunfo de las fuerzas de la creación sobre el caos y la muerte. Los cristianos sitúan en esas fechas la Navidad, el nacimiento de Jesús. En los alrededores de Belén, a María le llega la hora del parto, y en la cueva oscura de la noche, alumbra a Jesús, sol de Dios. Los ángeles rasgaron las tinieblas y brilló una gran luz que envolvió a los pastores. Esa luz es la que ilumina también el rostro de cada difunto para despertarle a un nuevo amanecer.
La noche de la muerte no resulta inacabable, sino una noche iluminada por la que el difunto se desliza hacia un horizonte de luz. Como rey mago ha intuido una estrella que le saca de su casa y le conduce a la visión plena de Dios. Morir no es perder la vida definitivamente, sino cambiarla; es como una pesadilla del niño que llora asustado en su sueño, a quien Papá-Dios despierta: «No tengas miedo». La muerte corta las amarras de nuestra vida intramundana para participar en la vida eterna de resucitados. Nos sucede como al embrión en el seno materno, incapaz de imaginar la nueva vida tras el parto. No cae en el vacío sino en un cálido regazo que le acuna para revivir. La muerte es amanecer a una vida transformada; seremos nosotros mismos, pero no del mismo modo.
En la sala del tanatorio anuncio esta palabra de despedida de parte del difunto: «Queridos míos: no hay nada que temer, la muerte es como un parto doloroso para un nuevo nacimiento. A pesar de mi muerte, seguiremos en contacto, me llevaréis dentro como una constante presencia, acudiré cuando me llaméis. Seré vuestro protector, no os aflijáis». Como adiós al difunto expreso estas palabras: «Como el sol asciende luminoso tras la noche negra que pasa, te vas en un viaje que parece largo, pero llegarás a casa dentro de poco, te protege la mano de Dios». Navidad es nacimiento para nuestros difuntos y para nuestros actuales síntomas de muerte. ¡Feliz Navidad en comunión con ellos!
Jesús García Herrero
Capellán del tanatorio M-30. Madrid

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