miércoles, 14 de diciembre de 2016

A pesar del miedo, en Pakistán «las iglesias están llenas»



Cuatro de los cinco hermanos de Gloria han tenido que dejar Pakistán por la persecución de los islamistas. Incluso su sobrino de 10 años sufrió discriminación en la escuela. «Hay grupos islamistas en todos los barrios», denuncia. Ayuda a la Iglesia Necesitada lanza su Campaña de Navidad de a favor de Pakistán
Después del ataque terrorista contra los cristianos que celebraban el Domingo de Resurrección en el parque Gulshan-i-Iqbal de Lahore (78 muertos), «durante dos o tres meses la gente tuvo miedo. Muchos dejaron sus casas y se fueron a otras ciudades y pueblos», cuenta Saima Charles, una cristiana de esta ciudad. La masacre, que dejó 78 muertos, había impactado a la sociedad. Los cristianos temían que se repitiera lo ocurrido en 2015: después de un atentado simultáneo contra dos iglesias, algunos cristianos lincharon a dos musulmanes, y la Policía lanzó una gran redada contra los jóvenes de esta minoría, que representa el 2 % del país. Ahora, con la ayuda de los sacerdotes, «la gente intenta volver a la normalidad –continúa Saima–. No han perdido la fe, se ha fortalecido»; especialmente en estos días «antes de Navidad».
Después de estos atentados, muchas iglesias cuentan con vigilantes voluntarios, salidos de entre sus propios fieles porque no se fían de la Policía; e incluso con detectores de metales. El seminario de Lahore ha sufrido dos atentados. Necesita un muro más alto y una alambrada. Su construcción la financiará Ayuda a la Iglesia Necesitada, con el apoyo de Cope, gracias a su campaña de Navidad Estos son tu madre y tus hermanos.
Denuncias sin pruebas
En la presentación de la campaña, Gloria Gulshan dio ayer voz a los cristianos de Pakistán. Es de Lahore. Igual que su hermano Jamshed y su cuñada, trabajaba para Cáritas. Jamshed y su mujer daban charlas sobre paternidad responsable. «Un día, una pareja musulmana empezó a decir: “Eso va contra el islam. Quieres que la gente se convierta a tu religión”. Sus imanes les dijeron que hablar de eso era blasfemia», cuenta a Alfa y Omega.
En esa época, hace diez años, los radicales se tomaban la justicia por su mano y no acudían a los tribunales. Jamshed sufrió amenazas: «Si no se convertía al islam lo matarían. Le hicieron la vida muy difícil», y acabó dejando el país. El acoso siguió contra su familia, hasta que otros tres hermanos –también Gloria– siguieron sus pasos hasta España. Solo uno se quedó en Pakistán, con su padre.
La condena a muerte de Asia Bibi en 2010 llamó la atención sobre la ley de blasfemia de Pakistán. Para denunciar una blasfemia no hacen falta pruebas, y un lobby de abogados islamistas ha logrado que aumenten las denuncias, muchas veces falsas. En 2014, fueron 336. 1.000 personas (sobre todo musulmanas) han sido condenadas a muerte por este delito, y aunque ninguna ha sido ejecutada, desde 1990 65 personas han sido asesinadas en relación con casos de blasfemia, como un matrimonio quemado vivo en Punjab en 2014. También han sido asesinados por criticar esta ley el gobernador de Punjab Salmaan Taseer y Shahbaz Bhatti, ministro de Minorías. El Gobierno ha hecho caso omiso a las voces nacionales e internacionales que le pedían cambiar la ley, y ahora los islamistas le presionan para endurecerla.
Mesías, la señal de los cristianos
Los atentados y denuncias han agravado una discriminación consagrada en la Constitución del país, que afirma que el islam es la religión oficial y obliga a que el presidente y primer ministro pertenezcan a ella. El Tribunal Islámico Federal puede anular cualquier ley. Las consecuencias en la vida de los cristianos son muy reales. «A mi sobrino de 10 años, que es muy inteligente –cuenta Gloria–, empezaron a ponerle peores notas» por ser cristiano. En la universidad, «siempre nos dicen que están ocupadas» las dos plazas reservadas en cada carrera para los miembros de minorías que no puedan acceder por los cauces habituales. «Tampoco nos dan becas».
Gloria logró estudiar Trabajo Social, pero «era la única cristiana entre cien estudiantes». Al trasladarse durante un mes a una aldea para hacer prácticas, «mis amigas me dijeron que no querían vivir conmigo» para no compartir ningún objeto, que quedaría impuro al tocarlo ella. A pesar de estas trabas y de la pobreza de los cristianos, «ahora hay más jóvenes cristianos con formación».
Encontrar trabajo es otro cantar: «En el pasaporte y en los currículos tienes que poner tu religión», y los cristianos son rechazados. «Si un cristiano abre un negocio, nadie va». Es fácil reconocerlos. Basta con el nombre. «Todos los musulmanes añaden Mohamad al suyo, y la mayoría de los cristianos varones ponen al final del suyo Masih (Mesías)», aunque les traiga disgustos. «Es nuestra identidad y no renunciamos a ella», dice Gloria.
En cierta medida, esta discriminación ha existido siempre. «Pero hace 15 años no estaba todo tan radicalizado. Después del 11S las cosas cambiaron mucho. Hoy los islamistas tienen mezquitas en cada barrio e influyen más en la gente». Muchos cristianos se refugian en barrios o pueblos de mayoría cristiana, aunque están «mal comunicados y con las calles sin asfaltar».
Iglesias llenas
Frente a estas dificultades, «nuestra fe está creciendo». Las palabras de Gloria traslucen que, en los cristianos pakistaníes, se une un fuerte sentido de identidad –«la fe está en nuestra sangre y no nos la pueden quitar»– con la vivencia personal: «Estás en la Iglesia porque tienes una relación con Dios», subraya. A pesar del miedo, «las iglesias están llenas, y hay muchos grupos de catequesis, de jóvenes, de mujeres…». En todo ello juegan un papel fundamental los laicos, «que en todos los pueblos ayudan mucho a los sacerdotes». Su formación es una de las grandes apuestas de la Iglesia, junto a la labor social y caritativa, que no distingue entre cristianos y musulmanes. Los colegios católicos son los que dan a muchos niños sin recursos alguna esperanza de salir adelante.
En Navidad, la fe de los cristianos se muestra en los árboles, los belenes y las luces que decoran las iglesias. «Estos días se viven con mucho entusiasmo», recuerda Gloria. Aunque haya un arco de seguridad en la puerta.
María Martínez López

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