En este pasaje del Evangelio, Jesús «parece algo enojado». Y «habla a la gente para hacerla razonar», diciendo: «Si en las ciudades paganas se hubieran hecho los milagros que se hicieron entre vosotros, se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Y vosotros, no».
De este modo, Jesús hace «un resumen de toda la historia de la salvación: es el drama de no querer ser salvados; es el drama de no aceptar la salvación de Dios». Es como si dijéramos: «Sálvanos, Señor, pero a nuestro modo».
Jesús mismo recuerda muchas veces «cómo este pueblo rechazó a los profetas y apedreó a quienes le fueron enviados, porque eran incómodos». El pensamiento es siempre el mismo: «Queremos la salvación, pero a nuestro modo, no como la quiere el Señor».
Estamos ante el «drama de la resistencia a ser salvados». Se trata de «una herencia que todos hemos recibido», porque «también en nuestro corazón está esta semilla de resistencia a ser salvados como el Señor quiere salvarnos».
El contexto del pasaje evangélico de Lucas presenta a Jesús que «habla con sus discípulos que acaban de volver de una misión». Y también a ellos les dice: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado. Lo mismo hicieron vuestros padres con los profetas».
Precisamente «este es el drama de la historia de la salvación, desde el primer momento». Es, ante todo, «un drama del pueblo», porque «el pueblo, por ejemplo, se rebela muchas veces en el desierto». Pero «con las pruebas el pueblo madura: es más maduro». Y así «reconoce en Jesús a un gran profeta y también dice: Dios ha visitado a su pueblo».
Al contrario, «es la clase dirigente la que cierra las puertas al modo en que Jesús quiere salvarnos». En este sentido, «se comprenden los diálogos fuertes de Jesús con la clase dirigente de su tiempo: discuten con Él, lo ponen a prueba, tratan de hacerlo caer en un trampa», porque en ellos hay precisamente «una resistencia a ser salvados».
Ante esta actitud, Jesús les dice: «No os entiendo. Sois como esos niños: os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. ¿Qué queréis?». La respuesta sigue siendo: «Queremos la salvación a nuestro modo». Por tanto, vuelve «siempre esta cerrazón» ante el modo de obrar de Dios.
Pero «cuando el Señor va adelante, también en el grupo cercano a ellos comienzan las dudas». Lo refiere Juan en el sexto capítulo de su Evangelio, expresando la opinión de cuantos hablan de Jesús: «Este hombre es algo extraño, ¿cómo puede darnos de comer su cuerpo? Sí, quizá sea algo extraño». Incluso «sus discípulos comenzaron a echarse atrás». Así, «Jesús mira a los Doce» y les dice: «Si también vosotros queréis marcharos…».
Sin duda alguna «esta palabra es dura: la palabra de la cruz es siempre dura». Pero también es «la única puerta de salvación». Y «el pueblo creyente la acepta: buscaba a Jesús para curarse» y «para escuchar su palabra». En efecto, decía: «Este habla con autoridad. No como nuestra clase, los fariseos, los doctores de la Ley, los saduceos, que hablan con un lenguaje que nadie entendía».
Para estos, la salvación estaba en el cumplimiento de los numerosísimos preceptos «que su fiebre intelectual y teológica había creado». Pero «el pobre pueblo no encontraba una salida de salvación». La encuentra, en cambio, en Jesús.
Sin embargo, al final, «hicieron lo mismo que sus padres: decidieron matar a Jesús». El Señor critica este modo de comportarse: «Vuestros padres mataron a los profetas, pero vosotros, para limpiaros la conciencia, les construís un hermoso monumento». Por eso «toman la decisión de matar a Jesús, es decir, de quitárselo de encima», porque, dicen, «este hombre nos traerá problemas: esta salvación no la queremos. Queremos una salvación bien disciplinada, segura. Esta no la queremos».
«Con esta decisión, la clase dirigente quiere cancelar la omnipotencia de Dios». El «drama de la resistencia a la salvación» lleva a no creer «en la misericordia y en el perdón», sino en los sacrificios. E impulsa a querer «todo bien ordenado, todo claro».
Este es «un drama» que «también cada uno de nosotros tiene dentro». Por eso podemos hacernos algunas preguntas con vistas a un examen de conciencia: «¿Cómo quiero yo ser salvado? ¿A mi modo? ¿Al modo de una espiritualidad que es buena, que me hace bien, pero que está fija, tiene todo claro y no hay riesgo? ¿O al modo divino, es decir, siguiendo el camino de Jesús, que siempre nos sorprende, que siempre nos abre las puertas al misterio de la omnipotencia de Dios, que es la misericordia y el perdón?».
Jesús, «cuando ve este drama de la resistencia, incluso cuando ve la nuestra, llora». «Lloró ante la tumba de Lázaro, lloró contemplando a Jerusalén», y dijo: «Tú que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, ¿cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas?». Y también llora «ante este drama de no aceptar su salvación, como la quiere el Padre».
Pensemos «que este drama está en nuestro corazón»; que cada uno de nosotros se pregunte a sí mismo: «¿Cómo pienso que es el camino de mi salvación? ¿El de Jesús u otro? ¿Soy libre de aceptar la salvación o confundo libertad con autonomía, y quiero mi salvación, la que yo creo que es justa?
¿Creo que Jesús es el maestro que enseña la salvación, o voy por doquier siguiendo a gurús que me enseñan otra? ¿Me refugio bajo el techo de las reglas y de los tantos preceptos dados por los hombres? ¿Y así me siento seguro, y con esta seguridad —es algo duro decir esto— compro mi salvación, que Jesús da gratuitamente, con la gratuidad de Dios?».
Todas estas preguntas, que «nos hace bien formularnos hoy», culminan en esta última pregunta: «¿Resisto a la salvación de Jesús?».
(De la homilía del Papa Francisco en Santa Marta el 3 de octubre de 2014)
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