Pocos cuadros más expresivos que los que nos muestran los dos textos de la Liturgia de hoy. En ellos coinciden las escenas de dos mujeres viudas a las que se les muere el hijo.
Sin duda que son textos que inspiran compasión, y al contemplar el final de los relatos, se siente alivio y gratitud, al ver que los dos hijos recobran la vida.
“-«Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?»
Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: -«Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.» El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió.”
“Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: -«No llores.»
Se acercó al ataúd, lo toco (los que lo llevaban se pararon) y dijo: -«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.”
La muerte del hijo único varón coloca en máxima pobreza a la madre viuda, porque queda sin la cobertura legal del cabeza de familia, y se ve expuesta a la indigencia o a la vejación. El que tanto el profeta como Jesús hayan realizado este prodigio, son ejemplo de la cercanía y de la misericordia de Dios para con los más desvalidos.
Al comparar el texto del libro de los Reyes con el Evangelio, se puede observar la intención del evangelista de argumentar que el nuevo profeta es Jesús. Hace ver, además, que el poder de Jesús es mayor, pues el profeta devuelve la vida a un niño recién muerto, y Jesús interviene cuando ya iban a enterrar al hijo de viuda de Naím.
Si la concordancia de los textos tiene un significado catequético, podemos, sin embargo, sentirnos fuera del relato, por más que lo valoremos. Mas, si traemos la confesión de San Pablo que nos ofrece la Liturgia de la Palabra, en la que se refiere a la entrañas maternas - “Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mi, para que yo lo anunciara a los gentiles…”-, cada uno podemos sentir espiritualmente la invitación de Jesús: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”.
Levantarse es volver a la vida, convertirse, no pactar con la inercia, con la apatía, con el argumento de que se ha caído muchas veces. Hoy puedes sentir la misericordia del Señor.
Ángel Moreno de Buenafuente
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