1. Dirige a Dios cada uno de tus actos; ofréceselos y
pídele que sea para Su honra y gloria.
2. Ofrécete a Dios cincuenta
veces al día, y que sea con gran fervor y deseo de Dios.
3. En todas las cosas, observa la
providencia de Dios y Su sabiduría, en todo, alábale.
4. En tiempos de tristeza y de
inquietud, no abandones ni las obras de oración, ni la penitencia a la que
estás habituado. Antes, intensifícalas, y verás con qué prontitud el Señor te
sustentará.
5. Nunca hables mal de quien
quiera que sea, ni jamás lo escuches. A no ser que se trate de ti mismo. Y
progresarás mucho, el día en que te alegres de ello.
6. No digas nunca, de ti mismo,
algo que merezca admiración, ni sobre tus conocimientos, tus virtudes, tu nacimiento,
a no ser para prestar un servicio. Y en este caso, que sea con humildad, y
considerando que esos dones vienen de las manos de Dios.
7. No veas en ti sino el siervo
de todos, y en todos contempla a Cristo Nuestro Señor; así le respetarás y le
venerarás.
8. Respecto a las cosas que no te
conciernen, no muestres curiosidad, ni de cerca, ni de lejos, ni con
comentarios, ni con preguntas.
9. Muestra tu devoción interior
sólo en caso de necesidad urgente. Recuerda lo que decían San Francisco y San
Bernardo: “Mi secreto me pertenece a mi”.
10. Cumple con todo como si Él
estuviese realmente visible; actuando así, mucho ganará tu alma.
11. Que tu deseo sea ver a Dios.
Tu temor, perderle. Tu dolor, no complacerle en su presencia. Tu satisfacción,
lo que puede llevarte a Él. Y vivirás en una gran paz.
(Santa Teresa De Ávila)
Fuente: Aleteia
Tomado
del libro: “Oraciones de todos los tiempos de la Iglesia”. Prof. Felipe Aquino
(org). Ed. Cléofas.
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