En el capítulo decimoquinto del Evangelio
de Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja
encontrada (v. 4-7), aquella de la moneda encontrada (v. 8-10), y la gran parábola
del hijo pródigo, o mejor, del padre misericordioso (v.11-32). Hoy, sería
bonito que cada uno de nosotros tomase el Evangelio, este capítulo XV del
Evangelio según Lucas, y leyese las tres parábolas. Hoy, dentro del itinerario
cuaresmal, el Evangelio nos presenta justamente esta última parábola del padre
misericordioso, que tiene como protagonista un padre con sus dos hijos. El
relato nos hace ver algunos gestos de este padre: es un hombre que está siempre
preparado para perdonar y que espera ante toda esperanza. Llama sobre todo la
atención su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: se
podría haber opuesto, sabiendo que era todavía inmaduro, un joven chico, o
buscar algún abogado para quitarle la herencia, estando todavía vivo. En cambio
le deja irse, aun conociendo los posibles riesgos. Así hace Dios con nosotros:
nos deja libres, también ante equivocaciones, porque creándonos ha hecho el
gran don de la libertad. Es nuestra responsabilidad el hacer un buen uso. ¡Este
don de la libertad que nos da Dios me sorprende siempre!
Pero la separación de aquel hijo es sólo
física; el padre lo lleva siempre en el corazón; espera con esperanza su
vuelta; escruta el camino en la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a
lo lejos.
Pero esto significa que este padre, cada
día, salía a la terraza a mirar si el hijo volvía… Entonces se conmueve al
verlo, se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó
(cfr v. 20). ¡Cuánta ternura! Y este hijo había hecho tantas cosas graves, ¡eh!
Pero el padre lo recibe así.
La misma actitud reserva el padre para el
hijo mayor, que siempre se ha quedado en casa y ahora está indignado y protesta
porque no entiende y no comparte toda aquella bondad con el hermano que se
había equivocado. El padre sale a encontrar también a este hijo y le recuerda
"Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo (v.31), es
justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a
la vida, estaba perdido y ha sido encontrado". Y esto me hace pensar en
una cosa: cuando uno se siente pecador, se siente de verdad poca cosa como he
escuchado a tanta gente, que me dicen: “Pero, Padre, ¡yo soy lo peor! En cambio
cuando uno se siente justo “Yo siempre he hecho bien las cosas”, - también el
Padre viene a buscarnos, porque aquella actitud de sentirnos justos es una
actitud mala, ¡es la soberbia! Es del diablo. El Padre espera a que se
reconozcan los pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. ¡Éste
es nuestro Padre!
Y en esta parábola se puede entrever
también un tercer hijo: ¿un tercer hijo? ¿Y Dónde? ¡Está escondido! Es aquel
que “no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar
celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de
servidor” (Fil 2, 6-7). Este hijo- Siervo es Jesús. Es la extensión de los
brazos y del corazón del Padre: Él ha recibido al pródigo y ha lavado sus pies
sucios: Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos
enseña a ser “misericordiosos como el Padre”.
La figura del padre de la parábola revela
el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama
inconmensurablemente, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos
equivocamos; está atento a nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando
que no lo necesitamos. Está siempre preparado para abrirnos los brazos pase lo
que pase. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos
sus hijos cuando estamos perdidos, y viene hacia nosotros con ternura cuando
volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos que somos
justos. Los errores que cometemos, también si son grandes, no dañan la
fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre de
nuevo comenzar: Él nos acoge, nos da de nuevo la dignidad de hijos suyos y nos
dice: “¡Ve hacia delante! ¡Ve en paz! ¡Levántate, ve hacia delante!
Que en este tiempo de Cuaresma, que nos
separa de la Pascua, seamos llamados a intensificar el camino interior de la
conversión. Permitamos encontrar la mirada del amor de nuestro Padre, y
volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el
pecado. Que la Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la
Divida Misericordia.
(MZ-RV)
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