El Señor dijo
concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida. Con estas palabras nos mandó una cosa y nos
prometió otra. [...]
Conque hagámoslo ahora, sigamos al Señor;
desatemos aquellas ataduras que nos impiden seguirlo. Pero ¿quién será capaz de
desatar tales nudos, si no nos ayuda aquel mismo a quien se dijo: Rompiste mis
cadenas? El mismo de quien en otro salmo se afirma: El Señor liberta a los
cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan. ¿Y en pos de qué corren los
liberados y los puestos en pie, sino de la luz de la que han oído: Yo soy la
luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas? Porque el Señor abre los
ojos al ciego.
Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el
colirio de la fe. Porque fue necesaria la saliva de Cristo mezclada con tierra
para ungir al ciego de nacimiento. También nosotros hemos nacido ciegos por
causa de Adán, y necesitamos que el Señor nos ilumine. Mezcló saliva con
tierra; por ello está escrito: La Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba también anunciado: La verdad
brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy el camino, y la verdad, y la
vida. [...]
¿Quieres saber por dónde has de ir? Oye que el
Señor dice primero: Yo soy el camino. Antes de decirte a donde, te dijo por
donde: Yo soy el camino. ¿Y a dónde lleva el camino? A la verdad y a la vida.
Primero dijo por donde tenías que ir, y luego a donde. Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida. Permaneciendo junto al Padre, es la verdad y la vida; al
vestirse de carne, se hace camino.
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