Saludando y agradeciendo en la persona del Presidente al
pueblo mexicano por recibirlo en su tierra, el Papa habló de la grandeza y
riquezas del país. Entre estas últimas, evidenció aquella que considera la
principal: los jóvenes. Una riqueza que permite “pensar y proyectar un futuro,
da esperanza y proyección, y constituye un desafío positivo en el presente”.
De ahí la alusión a reflexionar sobre la responsabilidad a
la hora de construir el país que se desea legar a las generaciones venideras, y
la puesta en guardia sobre el camino del privilegio o beneficio “para pocos”,
que “tarde o temprano”, “se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el
narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso
el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”, que causan sufrimiento y
frenan el desarrollo, además de aquella de encontrar nuevas formas de diálogo,
negociación y de puentes que sean una “guía por la senda del compromiso
solidario”.
Por otra parte, indicó la ayuda al acceso efectivo a los
bienes materiales y espirituales indispensables, una tarea que corresponde a
los dirigentes de la vida social, cultural y política, a saber, “vivienda
adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un
ambiente sano y de paz”. “Una tarea - agregó - que involucra a todo el
pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto
colectivas como individuales”.
En ese sentido, aseguró la colaboración de la Iglesia
Católica y renovó el compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del
hombre: “la edificación de la civilización del amor”.
(GM -RV)
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