En la fiesta litúrgica
de la Cátedra de San Pedro Apóstol, el Papa Francisco presidió, la mañana del lunes 22 de
febrero, la concelebración de la Santa Misa en la Basílica de San Pedro para
celebrar el Jubileo de la Misericordia como comunidad de servicio de la Curia
Romana, del Gobernatorato y de las Instituciones relacionadas con la Santa Sede.
En su homilía el Papa Bergoglio destacó que tras
atravesar la Puerta Santa y llegar hasta la tumba del Apóstol Pedro, para
realizar la profesión de fe, la Palabra de Dios ilumina de modo especial todos
los gestos, en el momento en a cada uno el Señor Jesús repite la pregunta que
se lee en el Evangelio de Mateo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”.
“Una pregunta clara, ante la
cual no es posible escapar o permanecer neutrales, ni postergar la respuesta o
delegarla a otro. Pero en ella no hay nada de inquisitorio, es más, ¡Está llena
de amor! El amor de nuestro único Maestro, que hoy nos llama a renovare la fe
en Él, reconociéndolo como Hijo de Dios y Señor de nuestra vida. Y el primero
llamado a renovar su profesión de fe es el Sucesor de Pedro, que lleva consigo
la responsabilidad de confirmar a los hermanos” (Cfr. Lc 22, 32).
El Pontífice invitó a la asamblea a
dejar que la gracia plasme nuevamente los corazones para creer, y abra las
bocas para realizar la profesión de fe, y obtener así la salvación (Cfr. Rm10,10),
haciendo nuestras – dijo – las palabras de Pedro en su respuesta a aquella
pregunta del Maestro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
“Que nuestro pensamiento y
nuestra mirada estén fijos en Jesucristo, inicio y fin de toda acción de la
Iglesia. Él es el fundamento y nadie puede poner uno diverso (1 Co 3,
11). Él es la roca sobre la que debemos construir. Lo recuerda con palabras
expresivas San Agustín cuando escribe que la Iglesia, aun agitada y sacudida
por las vicisitudes de la historia, ‘no se derrumba, porque está fundada en la
piedra, de la que deriva el nombre de Pedro. No es la piedra la que toma su
nombre de Pedro, sino que es Pedro quien lo toma de la piedra; así como el
nombre de Cristo no deriva de cristiano, sino que el nombre cristiano deriva de
Cristo. […] La piedra es Cristo, sobre cuyo fundamento también Pedro ha sido
edificado’” (In Joh 124,
5: PL 35, 1972).
El Santo Padre afirmó asimismo en su
homilía que de esta profesión de fe deriva para cada uno de nosotros el deber
de corresponder a la
llamada de Dios,
a la vez que recordó que, ante todo a los pastores se les pide que tengan como
modelo a Dios que cuida su rebaño, tal como lo describe el Profeta Ezequiel
cuando afirma que Dios sale en busca de la oveja perdida, y cura a la herida o
a la enferma. Un comportamiento – dijo el Papa – que es signo del amor que no
conoce límites, porque su entrega es fiel, constante e incondicional, a fin de
que su misericordia pueda alcanzar a los más débiles.
“Y sin embargo, no debemos
olvidar que la profecía de Ezequiel parte de la constatación de las faltas de
los pastores de Israel. Por tanto, nos hace bien también a nosotros, llamados a
ser Pastores en la Iglesia, a dejar que el rostro de Dios, Buen Pastor, nos
ilumine, nos purifique, nos transforme y nos devuelva plenamente renovados a
nuestra misión. Que también en nuestros ue Que tQue ta ambientes de trabajo
podamos sentir, cultivar y poner en práctica un fuerte sentido pastoral, ante
todo hacia las personas que encontramos todos los días. Que nadie se sienta
descuidado o maltratado, sino que cada uno pueda experimentar, ante todo aquí,
el cuidado premuroso del Buen Pastor”.
Francisco reafirmó textualmente: “Estamos llamados a ser los colaboradores
de Dios en una empresa tan fundamental y única como la de testimoniar con
nuestra existencia la fuerza de la gracia que transforma y el poder del
Espíritu que renueva”. Y añadió antes de concluir: “Dejemos que el Señor nos
libere de toda tentación que aleja de lo esencial de nuestra misión y
redescubramos la belleza de profesar la fe en el Señor Jesús”. Porque como dijo
el Santo Padre “la
fidelidad al ministerio bien se conjuga con la Misericordia de la que queremos
hacer experiencia”.
“Por otra parte, en la Sagrada
Escritura, fidelidad y misericordia son un binomio inseparable. Donde está una,
allí se encuentra también la otra, y precisamente en su reciprocidad y
complementariedad se puede ver la presencia misma del Buen Pastor. La fidelidad
que se nos pide es la de actuar según el corazón de Cristo”.
Como hemos escuchado de las
palabras del Apóstol Pedro – concluyó diciendo el Pontífice – debemos apacentar
al rebaño con ánimo generoso a fin de llegar a ser modelo para todos. De modo
que cuando aparezca el Pastor supremo, podamos recibir la corona de la gloria
que no se marchita (1 P 5, 14).
(María Fernanda
Bernasconi - RV).
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