domingo, 31 de enero de 2016

¿No necesitamos profetas?

«Un gran profeta ha surgido entre nosotros». Así gritaban en las aldeas de Galilea, sorprendidos por las palabras y los gestos de Jesús. Sin embargo, no es esto lo que sucede en Nazaret cuando se presenta ante sus vecinos como ungido como Profeta de los pobres.

Jesús observa primero su admiración y luego su rechazo. No se sorprende. Les recuerda un conocido refrán: «Os aseguro que ningún profeta es bien acogido en su tierra». Luego, cuando lo expulsan fuera del pueblo e intentan acabar con él, Jesús los abandona. El narrador dice que «se abrió paso entre ellos y se fue alejando». Nazaret se quedó sin el Profeta Jesús.

Jesús es y actúa como profeta. No es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su vida se enmarca en la tradición profética de Israel. A diferencia de los reyes y sacerdotes, el profeta no es nombrado ni ungido por nadie. Su autoridad proviene de Dios, empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo. No es casual que los cristianos confiesen a Dios encarnado en un profeta.

Los rasgos del profeta son inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios por los últimosSu vida entera se convierte en «presencia alternativa» que critica las injusticias y llama a la conversión y el cambio.

Por otra parte, cuando la misma religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus intereses ya no responden a los de Dios, el profeta sacude la indiferencia y el autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que amenaza a toda religión y recuerda a todos que solo Dios salva. Su presencia introduce una esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad y el amor de Dios.

Una Iglesia que ignora la dimensión profética de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse sin profetas. Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite profetas? ¿No los necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras comunidades?

Una Iglesia sin profetas, ¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y el cambio? Un cristianismo sin espíritu profético, ¿no tiene el peligro de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?
José Antonio Pagola

Comentario de Benedicto XVI a Lucas 4, 21-30

Nos hallamos en la sinagoga de Nazaret, el lugar donde Jesús creció y donde todos le conocen, a Él y a su familia. Después de un período de ausencia, ha regresado de un modo nuevo: durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y anuncia su cumplimiento, dando a entender que esa palabra se refiere a Él, que Isaías hablaba de Él.

Este hecho provoca el desconcierto de los nazarenos: por un lado, «todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4, 22); san Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?» (6, 2); pero por otro lado sus conciudadanos le conocen demasiado bien: «¿No es éste el hijo de José?» (Lc 4, 22), que es como decir: un carpintero de Nazaret, ¿qué aspiraciones puede tener?
Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio «ningún profeta es bien recibido en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se aleja.

Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso... Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona.

Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios… Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el Rostro concreto en quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerle y a servirle en los demás.

En esto es iluminadora la actitud de María. ¿Quién tuvo más familiaridad que ella con la humanidad de Jesús? Pero nunca se escandalizó como sus conciudadanos de Nazaret. Ella guardaba el misterio en su corazón y supo acogerlo cada vez más y cada vez de nuevo, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y la luz plena de la Resurrección. Que María nos ayude también a nosotros a recorrer con fidelidad y alegría este camino. (Benedicto XVI, de febrero de 2013)

Ningún profeta es bien recibido en su pueblo

Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:

«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»

Pero Jesús les dijo: 

«Sin duda me diréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»

Y añadió: 

«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio.»

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se seguía su camino.

Palabra del Señor.

sábado, 30 de enero de 2016

El Padre Angel, desde Lesbos: "Es una vergüenza lo que estamos viendo"

Cada día llega a la isla 1.500 personas y permanecen en los campamentos unas 4.100
 Como dijo ya el Papa Francisco hace más de un año, el Mar Egeo, y también el Mediterráneo, se ha convertido en el mayor cementerio de Europa
El Padre Angel, presidente de Mensajeros de la Paz está visitando este fin de semana la isla de Lesbos, Grecia, donde cada día llevan más de mil personas provenientes de Turquía en pequeños botes. El Padre Angel ha dicho desde Lesbos que "sigue siendo una vergüenza lo que estamos viendo aquí. Como dijo ya el Papa Francisco hace más de un año, el Mar Egeo, y también el Mediterráneo, se ha convertido en el mayor cementerio de Europa".
"Hemos visto ya la crudeza de la vida de esta gente que lo único que quiere es vivir", añadió. Mensajeros de la Paz tiene montado un dispositivo en colaboración con la ONG Remar para atender a estos refugiados que llegan a la isla empapados después de hacer una travesía de unos seis kilómetros, que en muchos casos se convierte en su tumba debido al mal tiempo.
Mensajeros de la Paz y Remar llevan desde primeros de diciembre apoyando a estos refugiados y dando de comer a cientos de personas que permanecen unos días hasta que logran embarcar en un ferry hasta Atenas.
Cada día llega a la isla 1.500 personas y permanecen en los campamentos unas 4.100.
Desde la capital griega los refugiados viajan en dirección al norte de Europa. Mensajeros tiene con Remar un punto de apoyo en Atenas, otro en Croacia y tres en Serbia donde se reparten miles de raciones y alimentos. Igualmente tiene unas cuatrocientas camas en Presevo, en Serbia.

 (Mensajeros de la Paz).-

¡Todo cristiano es portador de Cristo! Audiencia Jubilar del Papa

Queridos hermanos y hermanas,
Entramos día tras día en lo principal del Año Santo de la Misericordia. Con su gracia, el Señor guía nuestros pasos mientras atravesamos la Puerta Santa y se nos acerca para permanecer siempre con nosotros, no obstante nuestras faltas y nuestras contradicciones. No nos cansemos jamás de sentir la necesidad de su perdón, porque cuando somos débiles su cercanía nos hace fuertes y nos permite vivir con mayor alegría nuestra fe.
Quisiera indicarles hoy la estrecha relación que existe entre la misericordia y la misión. Como recordaba San Juan Pablo II: «La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de misericordia» (Enc. Dives in misericordia, 13). Como cristianos tenemos la responsabilidad de ser misioneros del Evangelio. Cuando recibimos una bella noticia, o cuando vivimos una bella experiencia, es natural que sintamos la exigencia de comunicarla también a los demás. Sentimos dentro de nosotros que no podemos contener la alegría que nos ha sido donada y queremos extenderla. La alegría suscitada es tal que nos lleva a comunicarla.
Y debería ser la misma cosa cuando encontramos al Señor. La alegría de este encuentro, de la misericordia: comunicar la misericordia del Señor. Es más, el signo concreto que de verdad hemos encontrado a Jesús es la alegría que sentimos en el anunciarlo también a los demás. Y esto no es “hacer proselitismo”: esto es hacer un don. Si, yo te doy aquello que me da alegría a mí. Leyendo el Evangelio vemos que esta ha sido la experiencia de los primeros discípulos: después del primer encuentro con Jesús, Andrés fue a decirlo enseguida a su hermano Pedro (Cfr. Jn 1,40-42), y
la misma cosa hizo Felipe con Natanael (Cfr. Jn 1,45-46). Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor. Este amor nos transforma y nos hace capaces de transmitir a los demás la fuerza que nos dona. De alguna manera podremos decir que desde el día del Bautismo nos es dado a cada uno de nosotros un nuevo nombre agregado a aquel que ya nos dan mamá y papá, y este nombre es “Cristóforo”: todos somos “Cristóforos”. ¿Qué cosa significa? “Portadores de Cristo”. Es el nombre de nuestra actitud, una actitud de portadores de la alegría de Cristo, de la misericordia de Cristo. ¡Todo cristiano es un “Cristóforo”, es decir un portador de Cristo!
La misericordia que recibimos del Padre no nos es dada como una consolación privada, sino nos hace instrumentos para que también los demás puedan recibir el mismo don. Existe una estupenda circularidad entre la misericordia y la misión. Vivir de misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite siempre crecer más en la misericordia de Dios. Por lo tanto, tomemos en serio nuestro ser cristianos, y comprometámonos a vivir como creyentes, porque sólo así el Evangelio puede tocar el corazón de las personas y abrirlo para recibir la gracia del amor, para recibir esta grande misericordia de Dios que acoge a todos. Gracias.
(Traducción del italiano: Renato Martinez – Radio Vaticano)


¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha cada año?

Tiene que ver con la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, en la que la luna llena les permitió huir sin ser descubiertos
Qué grande para los cristianos es celebrar, vivir y prolongar en la vida la presencia real del Señor en la liturgia. La liturgia permite a lo largo del año celebrar los misterios de la vida de Jesús teniendo su resurrección como eje. Y a este año se le conoce como ciclo o año litúrgico.
El concepto de año litúrgico suele asociarse con una expresión del evangelista Lucas 4, 19 tomada a su vez del libro del profeta Isaías 61, 2; se trata de la “proclamación del año de gracia del Señor”, es decir, del llamado a vivir el año como un tiempo de gracia y salvación.
Y el Año litúrgico se regula entre la fecha móvil de la Pascua (según el ciclo lunar), y su inicio, también móvil, relacionado con la Navidad.
La Navidad se celebra durante el solsticio de invierno (según el ciclo solar) convirtiendo la celebración popular pagana del nacimiento del sol invicto, en la celebración del nacimiento de Jesús.
¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha? Porque cambia la fecha de la fiesta de Pascua. Y la fiesta de Pascua de resurrección es móvil porque está ligada a la pascua judía.
El pueblo judío celebraba la fiesta de Pascua, llamada también ‘Fiesta de la Libertad’, conmemorando el fin de la esclavitud y su salida de Egipto.
Y según el judaísmo, los hebreos deben celebrar cada año la fiesta de Pascua durante toda una semana entre el 14 (la víspera del 15) y el 21 del mes de Nisan; días que empiezan con la primera luna llena de primavera.
El mes de Nisan es el primer mes del calendario hebreo bíblico (Ex 12, 2) porque en este mes salió el pueblo de Israel de Egipto. Dicho mes cae entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
Y la fiesta de Pascua la fijaban en base al año lunar y no al año solar del calendario civil. Recordemos que en las antiguas civilizaciones se empleaba el calendario lunar para calcular el paso del tiempo.
¿Por qué los judíos celebran su pascua con la primera luna llena de primavera? Porque la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, había luna llena y esto les permitió a los judíos huir de noche sin ser descubiertos por el ejército del Faraón al no depender de lámparas.
¿Y qué tiene que ver la Pascua judía con la Pascua cristiana? En la última cena, llevada a cabo el Jueves Santo, los apóstoles celebraron con Jesús la Pascua Judía, conmemorando el éxodo del pueblo de Israel, guiados por Moisés.
Podemos pues estar seguros que el primer Jueves Santo de la historia, cuando Jesús celebraba la Pascua, era una noche de luna llena.


Por eso, la Iglesia fija el Jueves Santo en día de luna llena que se presenta entre el mes de marzo y abril.
Es por esta razón que cada año la Semana Santa cambia de día, pues se le hace coincidir con la luna llena.
Esta movilidad afecta no sólo a las fiestas que están relacionadas con la Pascua, sino también al número de semanas del tiempo ordinario; son las llamadas fiestas movibles, que varían cada año juntamente con la solemnidad de la Pascua, de la cual dependen.
Y el calendario civil vigente en Occidente se basa en la liturgia cristiana, pues el calendario gregoriano se fijó a partir  de la celebración de la Pascua de resurrección del Señor.
En un principio el cristianismo celebraba la Pascua (la resurrección del Señor) exactamente la misma fecha de la pascua judía; posteriormente Roma, tras una decisión del concilio de Nicea (año 325), impuso que la Pascua cristiana fuese en domingo.
Lo que estableció el Concilio de Nicea fue que esta fecha iba a estar marcada por la Luna, más exactamente por la Luna llena. El Domingo de Resurrección sería pues el domingo siguiente a la primera Luna llena primaveral en el hemisferio norte.
Ahora si el día de luna llena cae en domingo, la Pascua cristiana siempre se celebrará el domingo siguiente para no hacerla coincidir con la Pascua judía, según su calendario lunar.

La Pascua cristiana siempre se celebra en día domingo sin tener en cuenta si fue o no el día exacto en que históricamente resucitó Jesús.
Fuente: Aleteia

El Papa envía a 1.071 "misioneros de la Misericordia"

!,4 millones de personas han peregrinado a Roma en este mes.


Serán finalmente 1.071 los llamados "misioneros de la misericordia" que el papa Francisco enviará a todos los rincones del mundo para absolver los pecados, incluso los considerados más graves, como el aborto, durante el Año Santo que concluirá el 20 de diciembre.
El presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización y encargado de la organización del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Rino Fisichella, anunció hoy el número final de estos "misioneros", una de las novedades de este Año Santo que convocó Francisco.
Fisichella explicó en una rueda de prensa quese había previsto unos movilizar a unos 800 misioneros, pero que al final serán 1.071 "debido a las numerosas peticiones de los obispos y de las candidaturas que han llegado al Vaticano".
En la bula en la que Francisco convocó el Jubileo se explicaba que estos misioneros serán enviados personalmente por el papa el próximo Miércoles de Ceniza, el 10 de febrero, con una celebración en la basílica de San Pedro, y que deberán ser, físicamente, "símbolos de la Misericordia que la Iglesia está llamada a experimentar durante este año".
Los misioneros, recordó Fisichella, proceden de todos los continentes, y especificó que llegan de "países lejanos y de fuerte significado" como Birmania, Líbano, China, Corea del Sur, Tanzania, Emiratos Árabes, Israel, Burundi, Vietnam, Zimbabue, Letonia, Timor Este, Indonesia, Tailandia y Egipto, entre otros.
El papa Bergoglio recibirá a cerca 700 de ellos el 9 de febrero y les indicará en un discurso cuál debe ser su misión.
El día siguiente en la ceremonia se les concederá la facultad de absolver los pecados, incluidos aquellos reservados a la sede apostólica, es decir que sólo puede perdonar el papa o los organismos designados por la Santa Sede
Estos son los que implican la excomunión "latae sententiae" (automática) y son "apostasía, herejía, cisma, profanación de la Eucaristía; atentado o violencia física contra el papa o la ordenación de obispos".
Los misioneros también podrán absolver el pecado del aborto, algo que hasta ahora sólo podían hacer el papa y los obispos.

(RD/Agencias)

COMENTARIO AL EVANGELIO DE LA TEMPESTAD CALMADA POR BENEDICTO XVI

Acabamos de escuchar el pasaje evangélico de la tempestad calmada… Jesús increpa al viento y ordena al mar que se calme, lo interpela como si se identificara con el poder diabólico. En la Biblia el mar se considera como un elemento amenazador, caótico, potencialmente destructivo, que sólo Dios, el Creador, puede dominar, gobernar y silenciar. (…)

El gesto solemne de calmar el mar tempestuoso es claramente un signo del señorío de Cristo sobre las potencias negativas e induce a pensar en su divinidad: "¿Quién es este —se preguntan asombrados y atemorizados los discípulos—, que hasta el viento y las aguas le obedecen?" (Mc 4, 41). Su fe aún no es firme; se está formando; es una mezcla de miedo y confianza. 
Por el contrario, el abandono confiado de Jesús al Padre es total y puro. Por eso, por este poder del amor, puede dormir durante la tempestad, totalmente seguro en los brazos de Dios. 

Pero llegará el momento en el que también Jesús experimentará miedo y angustia: cuando llegue su hora, sentirá sobre sí todo el peso de los pecados de la humanidad, como una gran ola que está punto de abatirse sobre Él. Esa sí que será una tempestad terrible, no cósmica, sino espiritual. Será el último asalto, el asalto extremo del mal contra el Hijo de Dios. Sin embargo, en esa hora Jesús no dudó del poder de Dios Padre y de su cercanía.

(…) El soplo del Espíritu Santo es más fuerte que cualquier viento contrario e impulsa la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por eso debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias al Señor. "Es eterna su misericordia". Amén. 
(Benedicto XVI, homilía del 21 de junio de 2009)

¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!



Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 35-41
Aquel día, al atardecer, dice Jesús a sus discípulos:
-«Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole:
-«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
-«¡ Silencio, enmudece! »
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
-«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
-« ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! »
Palabra del Señor.

Homilía del Papa en Santa Marta: Pecadores sí, corruptos jamás

Oremos a Dios para que la debilidad que nos induce a pecar jamás se transforme en corrupción. A este tema, tantas veces afrontado, el Papa Francisco dedicó su homilía de la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Refiriéndose a la historia bíblica de David y Betsabé, el Santo Padre Francisco subrayó que el demonio induce a los corruptos a no sentir, a diferencia de otros pecadores, la necesidad del perdón de Dios.
Se puede pecar de tantas maneras y por todo se puede pedir sinceramente perdón a Dios, sabiendo sin dudar que aquel perdón será obtenido. El problema nace con los corruptos. La cosa pésima de un corrupto – volvió a repetir el Papa Francisco – es que “un cor

rupto no tiene necesidad de pedir perdón”, porque le basta el poder sobre el que se basa su corrupción.
Dios no me sirve
Es el comportamiento que el rey David adopta cuando se enamora de Betsabé, esposa de un oficial suyo, Urías, que está combatiendo lejos. El Papa recorrió – citando incluso los pasos omitidos de la lectura para mantener su brevedad –la vicisitud narrada por la Biblia. Después de haber seducido a la mujer y de haber sabido que está embarazada, David arquitecta un plan para cubrir el adulterio. Llama del frente a Urías y le ofrece que vaya a su casa a descansar. Urías, hombre leal, no quiere ir a estar con su mujer mientras su hombres mueren en la batalla. Entonces, David lo intenta nuevamente, esta vez haciéndolo embriagar, pero ni siquiera esto funciona:
“Esto puso un poco en dificultad a David, quien se dijo: ‘Pero no, yo puedo lograrlo…’. Y escribió una carta, como hemos oído: ‘Pongan a Urías como capitán, en el frente de la batalla más dura, después déjenlo solo, para que sea herido y muera”. La condena a muerte. Este hombre, fiel – fiel a la ley, fiel a su pueblo, fiel a su rey – lleva consigo la condena a muerte”.
La “seguridad” de la corrupción
“David es santo, pero también pecador”. Cae en la lujuria y sin embargo – consideró Francisco – Dios lo “quería tanto”. Además, el Papa observó que “el grande, el noble David” así se siente seguro – “porque el reino era fuerte” – y después de haber cometido adulterio hace todo lo posible con tal de organizar la cuestión, incluso de manera mentirosa, hasta urdir y ordenar el asesinato de un hombre leal, haciéndolo pasar por una desgracia de guerra:
“Este es un momento en la vida de David que nos hace ver un momento por el cual todos nosotros podemos pasar en nuestra vida: es el paso del pecado a la corrupción. Aquí David inicia, da el primer paso hacia la corrupción. Tiene el poder, tiene la fuerza. Y por esto la corrupción es un pecado más fácil para todos nosotros que tenemos algún poder, ya sea poder eclesiástico, religioso, económico, político… Porque el diablo nos hace sentir seguros: ‘Yo lo logro’”.
“Pecadores sí, corruptos jamás”
La corrupción – de la que después por gracia de Dios David se rescatará – tiene el corazón mellado por aquel “muchacho valeroso” que había afrontado al filisteo con la honda y cinco piedras. El Santo Padre concluyó afirmando que deseaba subrayar sólo esto: “Hay un momento en que el hábito del pecado o un momento en que nuestra situación es tan segura y somos bien vistos y tenemos tanto poder” que el pecado deja “de ser pecado” y se convierte en “corrupción”. Y dijo que una de las peores cosas de la corrupción es que el corrupto no tiene necesidad de pedir perdón:
“Hagamos hoy una oración por la Iglesia, comenzando por nosotros, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por los fieles laicos: ‘Pero, Señor, sálvanos, sálvanos de la corrupción. Pecadores sí, Señor, lo somos todos, ¡pero corruptos jamás!’. Pidamos esta gracia”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

viernes, 29 de enero de 2016

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO A LAS PARÁBOLAS DE LA SEMILLA Y DE LA SEMILLA DE MOSTAZA

 Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la de la semilla de mostaza. A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.

En la primera parábola, la atención se pone sobre el hecho de que la semilla, tirada en la tierra, se arraiga y se desarrolla sola, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interno de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.

En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha encomendado su Palabra a nuestra tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos fiarnos, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en el “grano abundante en la espiga”.

Esta Palabra, si se la escucha, ciertamente da sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos. Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios, quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto: ‘¡Venga a nosotros tu Reino!’. Es Él quien lo hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera sus frutos con paciencia.

La Palabra de Dios hace crecer, da vida, y aquí quisiera recordarles, otra vez, la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, a mano. El Evangelio pequeño, en la cartera, en el bolsillo, y de alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios. Leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olviden esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.


La segunda parábola utiliza la imagen del granito de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta llegar a ser “la más grande de todas las plantas de la huerta”. Y así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante.
Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la entera masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas surge una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la coloca en la de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios.

Que la Santísima Virgen, que ha escuchado como “tierra fecunda” la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que jamás nos decepciona. (Papa Francisco, Ángelus del 14/06/2015)

Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo


Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
-«El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también:
-« ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la
tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar en su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Palabra del Señor.

jueves, 28 de enero de 2016

Homilía del Papa: El cristiano tiene un corazón que acoge a todos


El corazón del cristiano es magnánimo porque es hijo de un Padre que tiene un ánimo grande y que abre sus brazos para acoger con generosidad a todos. Son los conceptos que expresó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta, en la memoria litúrgica de Santo Tomás de Aquino y ante la presencia de diversos sacerdotes que festejaron con el Pontífice sus 50 años de ordenación.

El cristiano es un testigo de la luz de Dios

“El misterio de Dios es luz” – afirmó el Santo Padre – al comentar el Evangelio del día en que Jesús dice que la luz no ha venido “para ser colocada debajo de un cajón o debajo de la cama, sino para ser puesta en un candelabro, para iluminar”:
Y éste es uno de los rasgos del cristiano, que ha recibido la luz en el Bautismo y debe darla. Es decir, el cristiano es un testigo. Testimonio. Una de las peculiaridades de las actitudes cristianas. Un cristiano que lleva esta luz, debe hacerla ver porque él es un testigo. Cuando un cristiano prefiere no hacer ver la luz de Dios, sino que prefiere sus propias tinieblas, éstas le entran en su corazón porque tiene miedo de la luz y los ídolos, que son tinieblas, le gustan más. Entonces le falta, le falta algo y no es un verdadero cristiano. El testimonio. Un cristiano es un testigo. De Jesucristo, Luz de Dios. Y debe poner esta luz sobre el candelabro de su vida”.

El cristiano es magnánimo: pierde para ganar a Cristo

Francisco recordó que en el Evangelio Jesús dice: “Con la medida con la que midan serán medidos ustedes; y se les dará más”. Y comentó que otra característica del cristiano es la magnanimidad, porque es hijo de un Padre magnánimo, que tiene un ánimo grande”:
“El corazón cristiano es magnánimo. Esta siempre abierto. No es un corazón que se cierra en su propio egoísmo. O al menos cuenta: hasta aquí, hasta allá. Cuando tú entras en esta luz de Jesús, cuando tú entras en la amistad de Jesús, cuando tú te dejas guiar por el Espíritu Santo, el corazón se vuelve abierto, magnánimo… El cristiano, a este punto, no gana: pierde. Pero pierde para ganar otra cosa, y con esta ‘derrota’ de intereses – entre comillas – gana a Jesús, gana convirtiéndose en testigo de Jesús”.

Gracias a los sacerdotes que han dado luz

Por último, el Papa Francisco se dirigió a cuantos, entre los presentes, han celebrado cincuenta años de sacerdocio:
“Para mí es una alegría celebra hoy entre ustedes, que festejan el 50º aniversario de su sacerdocio: Cincuenta años por el camino de la luz y del testimonio, cincuenta años tratando de ser mejores, tratando de llevar la luz en el candelabro: a veces se cae, pero vamos otra vez, siempre con esa voluntad de dar luz, generosamente, es decir, con el corazón magnánimo. Sólo Dios y su memoria saben a cuánta gente han recibido con magnanimidad, con  bondad de padres, de hermanos… A cuánta gente que tenía el corazón un poco oscuro le han dada luz, la luz de Jesús. Gracias. Gracias por lo que han hecho en la Iglesia, por la Iglesia de Jesús”.
“Que el Señor les dé la alegría – concluyó diciendo el Obispo de Roma –  esta alegría grande de haber sembrado bien, de haber iluminado bien y de haber abierto los brazos para recibir a todos con magnanimidad”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES. SANTO TOMÁS DE AQUINO.

¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? 
Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar. 
Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado. 
La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. 
En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes. 
Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él. 
Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir. 
Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno —es decir, de Adán— todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. 
Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre. No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.
De las Conferencias de santo Tomás de Aquino, presbítero (Conferencia 6 sobre el Credo)
Fuente: News.va

EFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO SOBRE EL EVANGELIO de san Marcos 4, 21-25


“Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz. El apóstol Pablo, hablando a los Corintios, usa precisamente estas dos imágenes. Por una parte dice: « Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos » (2 Co 4,13). 

La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer.

Por otra parte, san Pablo se refiere también a la luz: « Reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen » (2 Co 3,18). Es una luz que se refleja de rostro en rostro, como Moisés reflejaba la gloria de Dios después de haber hablado con Él…

La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la luz del cirio enciende otras muchas velas.

La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos”.
(Papa Francisco, “Lumen Fidei”, 37)

La lámpara se trae para ponerla en el candelero. La medida que uséis la usarán con vosotros



Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 21-25
En aquel tiempo, Jesús dijo al gentío:
- «¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero?
No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no haya nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Les dijo también:
- «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»

Palabra del Señor.