Acabamos de escuchar el pasaje
evangélico de la tempestad calmada… Jesús increpa al viento y ordena al mar que
se calme, lo interpela como si se identificara con el poder diabólico. En la
Biblia el mar se considera como un elemento amenazador, caótico,
potencialmente destructivo, que sólo Dios, el Creador, puede dominar, gobernar
y silenciar. (…)
El gesto solemne de calmar el mar tempestuoso es claramente un signo del señorío de Cristo sobre las potencias negativas e induce a pensar en su divinidad: "¿Quién es este —se preguntan asombrados y atemorizados los discípulos—, que hasta el viento y las aguas le obedecen?" (Mc 4, 41). Su fe aún no es firme; se está formando; es una mezcla de miedo y confianza.
Por el contrario, el abandono confiado de Jesús al Padre es total y puro. Por eso, por este poder del amor, puede dormir durante la tempestad, totalmente seguro en los brazos de Dios.
Pero llegará el momento en el que también Jesús experimentará miedo y angustia: cuando llegue su hora, sentirá sobre sí todo el peso de los pecados de la humanidad, como una gran ola que está punto de abatirse sobre Él. Esa sí que será una tempestad terrible, no cósmica, sino espiritual. Será el último asalto, el asalto extremo del mal contra el Hijo de Dios. Sin embargo, en esa hora Jesús no dudó del poder de Dios Padre y de su cercanía.
(…) El soplo del Espíritu Santo es más fuerte que cualquier viento contrario e impulsa la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por eso debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias al Señor. "Es eterna su misericordia". Amén.
(Benedicto XVI, homilía del 21 de junio de 2009)
El gesto solemne de calmar el mar tempestuoso es claramente un signo del señorío de Cristo sobre las potencias negativas e induce a pensar en su divinidad: "¿Quién es este —se preguntan asombrados y atemorizados los discípulos—, que hasta el viento y las aguas le obedecen?" (Mc 4, 41). Su fe aún no es firme; se está formando; es una mezcla de miedo y confianza.
Por el contrario, el abandono confiado de Jesús al Padre es total y puro. Por eso, por este poder del amor, puede dormir durante la tempestad, totalmente seguro en los brazos de Dios.
Pero llegará el momento en el que también Jesús experimentará miedo y angustia: cuando llegue su hora, sentirá sobre sí todo el peso de los pecados de la humanidad, como una gran ola que está punto de abatirse sobre Él. Esa sí que será una tempestad terrible, no cósmica, sino espiritual. Será el último asalto, el asalto extremo del mal contra el Hijo de Dios. Sin embargo, en esa hora Jesús no dudó del poder de Dios Padre y de su cercanía.
(…) El soplo del Espíritu Santo es más fuerte que cualquier viento contrario e impulsa la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por eso debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias al Señor. "Es eterna su misericordia". Amén.
(Benedicto XVI, homilía del 21 de junio de 2009)
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