La cultura actual es partidaria del éxito; siempre se desea apostar por el
ganador, y se mira con insistencia a las empresas con buenos resultados. Se
siente halago en el triunfo, y cierta nostalgia, por no decir envidia, cuando
llegan noticias de comunidades religiosas florecientes.
Ciframos el éxito de nuestro trabajo en
los resultados, y tenemos por negativa la evaluación que no suponga
crecimiento.
Hoy se sufre en la Iglesia el éxodo. No se llenan los templos, ni los
noviciados; escasean las vocaciones, aunque la estadística señale últimamente
cierto crecimiento. En el mundo rural se vive la experiencia de la soledad y de
la debilidad, pues en él queda solo una generación mayor porque las familias
jóvenes buscan los centros educativos para sus hijos.
En estas coordenadas, sorprenden los
relatos bíblicos. Tanto la primera lectura como el Evangelio proponen el
protagonismo de dos mujeres viudas y pobres, a las que les queda solamente un
poco de aceite y de harina en el caso de la de Sarepta, y solamente dos reales,
en el caso de la viuda del templo.
De natural, es difícil abrazar la
minoridad, la descalcez, y sin embargo, en los ejemplos propuestos, se nos
describe la relación entre pobreza y bendición. “El profeta Elías se puso en
camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una
viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: -«Por favor, tráeme un poco de agua
en un jarro para que beba.» Mientras iba a buscarla, le gritó: -«Por favor,
tráeme también en la mano un trozo de pan.» Respondió ella: -«Te juro por el
Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el
cántaro y un poco de aceite en la alcuza. (1Re 17, 10- 13)
El salmista canta: “El Señor sustenta al
huérfano y a la viuda” (Sal 145). Y Jesús ensalza a quien a los ojos humanos ha
echado dos reales de limosna en el Templo. “Estando Jesús sentado enfrente del
arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos
echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a
sus discípulos, les dijo: -«Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca
de las ofrendas más que nadie” (Mc 12, 42-44).
Las categorías del Evangelio son muy
distintas a las nuestras; como dirá Jesús en otro pasaje, nosotros pensamos
como humanos, no como Dios. Dios valora lo humilde, lo sencillo, lo pequeño: da
la primogenitura a los segundones, escoge a las estériles, bendice a las
viudas. El Maestro nos ofrece la enseñanza de la paradoja: los últimos son los
primeros, los soberbios son desplazados por los humildes, los ricos, por los
pobres; los señores, por los siervos.
¿Cómo valoras tu situación, con los ojos
humanos, o con la mirada de Dios?
Ángel Moreno de Buenafuente
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