El pensamiento único, el humanismo que
toma el lugar del hombre verdadero, Jesús, destruye la identidad cristiana. No
subastemos nuestro documento de identidad. Fue la exhortación del Papa
Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la
capilla de la Casa de Santa Marta.
La primera lectura del día, tomada del
primer Libro de los Macabeos, se refiere a “la raíz perversa” que había surgido en aquellos
días: el rey helenista Antíoco Epífanes había impuesto las usanzas paganas en Israel, al “pueblo elegido”,
es decir a la “Iglesia de aquel momento”.
El Papa Bergoglio comentó “la imagen de la raíz
que está debajo de la tierra”. La “fenomenología de la raíz” es ésta: “No se
ve, parece que no hace mal, pero después crece y se muestra, hace ver la propia
realidad”. “Era una raíz razonable” que impulsaba a algunos israelitas a aliarse
con las naciones cercanas para ser protegidos: “¿Por qué tantas diferencias?
¿Por qué desde que nos hemos separado de ellos hemos padecido tantos males?
Vayamos con ellos, somos iguales”.
Mundanidad, apostasía y persecución
El Pontífice explicó esta lectura con tres
palabras: “Mundanidad, apostasía y persecución”. La mundanidad es hacer lo que
hace el mundo. Es decir: “Subastemos nuestro documento de identidad; somos
todos iguales”. Así muchos israelitas “renegaron la fe y se alejaron de la
Santa Alianza”. Y lo “que parecía tan razonable – ‘somos como todos, somos
normales’ – se convirtió en destrucción”:
“Después el rey prescribió para todo su
reino que todos formaran un solo pueblo – el pensamiento único; la mundanidad –
y que cada uno abandonara sus propias usanzas. Todos los pueblos se adecuaron a
las órdenes del rey; también muchos israelitas aceptaron su culto: sacrificaron
a los ídolos y profanaron el sábado. La apostasía. Es decir, la mundanidad te
lleva al pensamiento único y a la apostasía. No son permitidas, no nos son
permitidas las diferencias: todos iguales. Y en la historia de la Iglesia, en
la historia, hemos visto, pienso en un caso, en la fiesta religiosa a la que se
le ha cambiado el nombre – la Navidad del Señor tiene otro nombre – para borrar
la identidad”.
El humanismo de hoy destruye la
identidad cristiana
En Israel fueron quemados los libros de
la ley “y si alguno no obedecía a la ley, la sentencia del rey era la codena a
muerte”. He aquí “la persecución”, que comenzó con una “raíz venenosa”.
“Siempre me ha llamado la atención – afirmó el Papa – que el Señor, en la Última Cena, en aquella larga oración,
rezara por la unidad de los suyos y pidiera al Padre que los liberara de todo
espíritu del mundo, de toda mundanidad, porque la mundanidad destruye la
identidad; la mundanidad lleva al pensamiento único”:
“Comienza por una raíz, pequeña, y termina
en la abominación de la desolación, en la persecución. Éste es el engaño de la
mundanidad, y por esto Jesús pedía al Padre, en aquella cena: ‘Padre, no te
pido que los quites del mundo, sino que los custodies del mundo’, de esta
mentalidad, de este humanismo, que viene a tomar el lugar del hombre verdadero,
Jesucristo, que viene a quitarnos la identidad cristiana y nos conduce al
pensamiento único: ‘Todos hacen así, ¿por qué nosotros no?’. Esto, de estos
tiempos, nos debe hacer pensar: ¿cómo es mi identidad? ¿Es cristiana o mundana?
¿O me digo cristiano porque de niño he sido bautizado o he nacido en un país
cristiano, donde todos son cristianos? La mundanidad que entra lentamente,
crece, se justifica y contagia: crece como aquella raíz, se justifica – ‘pero,
hagamos como toda la gente, no somos tan diferentes’ – busca siempre una
justificación, y al final contagia, y tantos males vienen de allí”.
Estar atentos a las raíces venenosas que
crecen y contagian
El Papa Francisco concluyó recordando que
“la liturgia, en estos últimos días del año litúrgico” nos exhorta a estar
atentos a las “raíces venenosas” que “nos alejan del Señor”:
“Y pidamos al Señor por la Iglesia, para
que el Señor la custodie de toda forma de mundanidad. Que la Iglesia tenga
siempre la identidad dispuesta por Jesucristo; que todos nosotros tengamos la
identidad que hemos recibido en el bautismo, y que esta identidad de
querer ser como todos, por motivos de ‘normalidad’, no sea descartada. Que el
Señor nos de la gracia de mantener y custodiar nuestra identidad cristiana
contra el espíritu de la mundanidad que siempre crece, se justifica y contagia”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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