Con motivo del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de
Jesús, a lo largo del 2015 y 2016 el cuadro de Isabel Guerra Y el almendro Floreció , que refleja la muerte de la
Santa en brazos de la beata Ana de San Bartolomé y que habitualmente está
expuesto en la catedral primada de Toledo, está itinerando por carmelos, museos
y catedrales. Desde la semana pasada se encuentra expuesto en la catedral
de la Almudena, donde permanecerá hasta finales de mes.
Reseña de la obra, por Belén Yuste y
Sonnia L. Rivas-Caballero
«Con la obra titulada Y el almendro
floreció la insigne
artista y académica Isabel Guerra, miembro del Comité de Honor de la Asociación
Amigos de Ana de San Bartolomé, ha querido contribuir a la difusión de quien
fue compañera inseparable de santa Teresa de Jesús: la beata Ana de San
Bartolomé. Esta insigne carmelita fue fundadora de Carmelos en Francia y
Flandes y amiga y consejera de la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe
II y gobernadora de los Países Bajos.
El óleo, de grandes dimensiones (1,40 x 2,20 cm.), recrea el
momento cumbre en la vida de Ana de San Bartolomé y se convirtió en su gran
referente: la muerte de santa Teresa en sus brazos. La escena está basada
en los testimonios de los procesos de canonización de Teresa de Jesús y en la Autobiografía de
Ana de San Bartolomé, que desvelan hechos extraordinarios que sucedieron aquel
anochecer del 4 de octubre de 1582, en el Carmelo de Alba de Tormes, y la
visión que extasió a la Beata y ella describió en su relato: “Y el día que
murió estuvo desde la mañana sin poder hablar; y a la tarde me dijo el padre
que estaba con ella que me fuese a comer algo. Y en yéndome, no sosegaba la
Santa, sino mirando a un cabo y a otro. Y díjola el padre si me quería, y por
señas dijo que sí, y llamáronme. Y viniendo, que me vio, se rió; y me mostró
tanta gracia y amor, que me tomó con sus manos y puso en mis brazos su cabeza
y, allí la tuve abrazada hasta que expiró, estando yo más muerta que la misma
Santa, que ella estaba tan encendida en el amor de su Esposo, que parecía no
veía la hora de salir del cuerpo para gozarle. Y como el Señor es tan bueno y
veía mi poca paciencia para llevar esta cruz, se me mostró con toda la majestad
y compañía de los bienaventurados sobre los pies de su cama, que venían por su
alma. Estuvo un credo esta vista gloriosísima, de manera que tuvo tiempo de
mudar mi pena y sentimiento en una gran resignación y pedir perdón al Señor y
decirle: “Señor, si Vuesa Majestad me la quisiera dejar para mi consuelo, os
pidiera, ahora que he visto su gloria, que no la dejéis un momento acá”. Y con
esto expiró y se fue esta dichosa alma a gozar de Dios como una paloma”.
Esa visión consoladora extasió a la Beata, cuyo rostro encendido
concentró todas las miradas, mientras el espíritu de la Santa partía a la
morada celestial. Así lo declaró la sobrina de la Santa, también llamada Teresa
de Jesús, con quien Ana de San Bartolomé compartió el secreto de su misteriosa
luz: “Reverberaba exteriormente con tanta claridad en el rostro, que otras
religiosas, echándolo de ver y no sabiendo la causa, se embebían en mirarla a
ella más que a la santa Madre...En expirando, que fue como un sueño suavísimo,
desapareció esta visión y Ana de San Bartolomé volvió en sí”.
Las crónicas también aluden a otros hechos extraordinarios que
sucedieron aquella noche: el florecimiento de un almendro seco, el
indescriptible aroma que desprendía el cuerpo inerte de Teresa y la tersura que
recuperó su rostro: “También vio esta testigo y otras religiosas a la
mañana siguiente que un arbolillo seco y que nunca había llevado fruto, que
estaba en un campecillo que caía delante de la celda donde la dicha madre
Teresa de Jesús estaba muerta, estaba cubierto de flor y blanco como la nieve;
lo cual pareció cosa milagrosa, lo uno por ser a cinco de octubre, que es el
rigor del invierno; lo otro, porque el dicho arbolillo estaba seco y nunca
había llevado flor, ni de allí adelante la llevó”.
“El cuerpo quedó blanco, el rostro hermoso a manera de cristal;
todos sus miembros flexibles y no se echaban de ver en la Santa las arrugas que
por su edad tenía...fue tanto el olor que salió de su cuerpo, que las religiosas
que estaban en la celda, por no poder sufrir la grande fragancia de olor
abrieron la puerta y la ventana”.
Algunas personas intentaron definir ese olor en sus
declaraciones: “Nunca pudo atinar a lo que olía, porque el olor era tan
suave y penetrante y confortativo, que le pareció que el estoraque y benjuí,
algalia, y almizcle y ámbar se quedan muy atrás”.
Sucesos extraordinarios que enmarcaron la muerte de una mujer
excepcional que, cuarenta años después, el 12 de marzo de 1622, fue proclamada
santa.
Isabel Guerra ha querido inmortalizar en su obra dos instantes de
dos vidas: el entrañable momento en que Teresa de Jesús, sintiendo que se
acercaba al final de su vida, quiso esperar la muerte cobijada entre los brazos
de Ana de San Bartolomé, su fiel compañera de tantas fatigas en este mundo; y
el preciso instante en que la Beata tuvo la visión de la gloria que esperaba a
Teresa de Jesús mientras ésta partía serenamente al soñado encuentro con su
Amado que tanto había pregonado en los versos de su famoso poema Vivo sin vivir
en mí.
La artista, interpretando los relatos de las crónicas, arropa la
escena bajo un almendro que da título a la obra y adquiere un protagonismo
lleno de significado: su tronco seco y oscuro florece iluminando el rostro de
la Beata y sus flores blancas se desvanecen sutilmente hacia la celosía de la
ventana de la humilde celda representando el vuelo del alma de Teresa de Jesús
a la morada celestial. Así, un almendro seco florecido abraza toda la escena y
se convierte en símbolo de muerte como florecimiento de Vida».
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