Dentro
del proceso en el que se va a decidir la ejecución de Jesús, el evangelio de
Juan ofrece un sorprendente diálogo privado entre Pilato, representante del imperio más poderoso de la
Tierra y Jesús,
un reo maniatado que se presenta como testigo de la verdad.
Precisamente Pilato quiere, al parecer, saber la verdad que se encierra
en aquel extraño personaje que tiene ante su trono:«¿Eres tú el rey
de los judíos?». Jesús va a responder exponiendo su verdad en
dos afirmaciones fundamentales, muy queridas al evangelista Juan.
«Mi reino no es de este mundo». Jesús no es rey al estilo que Pilato
puede imaginar. No pretende ocupar el trono de Israel ni disputar a Tiberio su
poder imperial. Jesús no pertenece
a ese sistema en el que se mueve el prefecto de Roma, sostenido por la
injusticia y la mentira. No
se apoya en la fuerza de las armas. Tiene un fundamento completamente
diferente. Su realeza proviene del amor de Dios al mundo.
Pero añade a continuación algo muy importante: «Soy rey... y he venido
al mundo para ser testigo de la verdad». Es en este mundo donde quiere ejercer
su realeza, pero de una forma sorprendente. No viene a
gobernar como Tiberio sino a ser «testigo de la verdad» introduciendo el amor y
la justicia de Dios en la historia humana.
Esta verdad que Jesús trae consigo no es una doctrina teórica. Es
una llamada que puede transformar la vida de las personas. Lo había dicho
Jesús: «Si os mantenéis fieles a mi Palabra... conoceréis la verdad y la verdad
os hará libres». Ser fieles al Evangelio de Jesús es una experiencia única pues
lleva a conocer una verdad liberadora, capaz de hacer nuestra vida más humana.
Jesucristo
es la única verdad de la que nos está permitido vivir a los cristianos.
¿No necesitamos en la Iglesia de Jesús hacer un examen de conciencia
colectivo ante el «Testigo de la Verdad»?
¿Atrevernos a discernir con humildad qué hay de verdad y qué hay de mentira en
nuestro seguimiento a Jesús?
¿Dónde hay verdad liberadora y dónde mentira que nos esclaviza?
¿No necesitamos dar pasos hacia mayores niveles de verdad humana y evangélica
en nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestras instituciones?
José Antonio Pagola
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