"Jesús,
ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y
extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una
intensa compasión por ellas. A causa de este amor compasivo, curó los enfermos
que le presentaban, y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes
muchedumbres.
Lo
que movía a Jesús en todas las circunstancias era la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y
respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la viuda de Naim, que
llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor
de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte.
Después de haber
liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: «Anuncia todo lo que
el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo».
También
la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando
delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de
Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de
aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a
él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce.
San
Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que Jesús
miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: 'miserando atque eligendo'.
Siempre me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio
lema".
"Francisco,
obispo de Roma, siervo de los siervos de Dios, a cuantos lean esta carta:
gracia, misericordia y paz".
(De
la Bula Misericordiae Vultus -El rostro de la misericordia-, mediante la que el
Papa convocó el Jubileo de la Misericordia el pasado 11 de abril).
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