sábado, 29 de noviembre de 2014

La Corona de Adviento

La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos: 
La forma circular
El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar. 


Las ramas verdes
Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

Las cuatro velas
Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.

Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia. 
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal. 

El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve. 

Los domingos de Adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote. 

Fuente: Aciprensa

Encendemos la primera vela de Adviento


El tiempo de Adviento que comenzamos esta tarde es un tiempo de sobriedad… un tiempo de despojarnos de los accesorios que nos acompañan día a día, para mirar en lo íntimo y genuino de nuestro corazón… pero lo hacemos con alegría, como aquel que trabaja arduamente preparándose para recibir una visita importante en su casa… la casa somos nosotros mismos… y el visitante que esperamos es Jesús…
Oración para encender la primera vela de Adviento
Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir en la noche, al encuentro del amigo que ya viene.
En esta primera semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos, vigilantes, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera.

¡Marana tha, ven, Señor, Jesús!
De Tengo sed de Ti

¡VEN, SEÑOR JESÚS!

Del Salmo 94


¡Marana tha! Ven, Señor Jesús

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.


¡Marana tha! Ven, Señor Jesús


Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque Él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.


¡Marana tha! Ven, Señor Jesús


Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque Él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que Él guía.



¡Marana tha! Ven, Señor Jesús

EVANGELIO DE HOY: ESTÉN PREVENIDOS Y OREN INCESANTEMENTE



Evangelio según San Lucas 21,34-36.
Jesús dijo a sus discípulos:
"Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre".
De News.va

10 cosas sobre el Adviento que mejorarán tu Navidad

1.- Adviento es una palabra de etimología latina, que significa “venida”. 
2.- Adviento es el tiempo litúrgico compuesto por las cuatro semanas que preceden a la Navidad como tiempo para la preparación al Nacimiento del Señor.

3.- El Adviento tiene como color litúrgico al morado que significa penitencia y conversión, en este caso, transidas de esperanza ante la inminente venida del Señor.

4.- El Adviento es un periodo de tiempo privilegiado para los cristianos ya se nos invita a recordar el pasado, vivir el presente y preparar el futuro.

5.- El Adviento es memoria del misterio de gracia del nacimiento de Jesucristo. Es memoria de la encarnación. Es memoria de las maravillas que Dios hace en favor de los hombres. Es memoria de la primera venida del Señor. El Adviento es historia viva.

6.- El Adviento es llamada vivir el presente de nuestra vida cristiana comprometida y a experimentar y testimoniar la presencia de Jesucristo entre nosotros, con nosotros, por nosotros. El Adviento nos interpela a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor en el justicia y en el amor. El Adviento es presencia encarnada del cristiano, que cada vez que hace el bien, reactualiza la encarnación y la natividad de Jesucristo.

7.- El Adviento prepara y anticipa el futuro. Es una invitación a preparar la segunda y definitiva venida de Jesucristo, ya en la “majestad de su gloria”. Vendrá como Señor y como Juez. El Adviento nos hace proclamar la fe en su venida gloriosa y nos ayuda a prepararnos a ella. El Adviento es vida futura, es Reino, es escatología.

8.- El Adviento es tiempo para la revisión de la propia vida a la luz de vida de Jesucristo, a la luz de las promesas bíblicas y mesiánicas. El Adviento es tiempo para el examen de conciencia continuado, arrepentido y agradecido.

9.- El Adviento es proyección de vida nueva, de conversión permanente, del cielo nuevo y de la tierra nueva, que sólo se logran con el esfuerzo nuestro -mío y de cada uno de las personas- de cada día y de cada afán.

10.- El Adviento es el tiempo de María de Nazaret que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.

Artículo originalmente publicado por Revista Ecclesia


“La violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena”, el Papa autoridades religiosas turcas

DISCURSO COMPLETO DEL PAPA FRANCISCO EN EL DIYANET

        Señor Presidente. Autoridades religiosas y civiles. Señoras y señores
        Es para mí un motivo de alegría encontrarles hoy, durante mi visita a su país. Agradezco al señor Presidente de este importante Organismo por la cordial invitación, que me ofrece la ocasión estar con los dirigentes políticos y religiosos, musulmanes y cristianos.

 Es tradición que los Papas, cuando viajan a otros países como parte de su misión, se encuentren también con las autoridades y las comunidades de otras religiones. Sin esta apertura al encuentro y al diálogo, una visita papal no respondería plenamente a su finalidad, como yo la entiendo, en la línea de mis venerados predecesores. En esta perspectiva, me complace recordar de manera especial el encuentro que tuvo el Papa Benedicto XVI en este mismo lugar, en noviembre de 2006.

En efecto, las buenas relaciones y el diálogo entre los dirigentes religiosos tiene gran importancia. Representa un claro mensaje dirigido a las respectivas comunidades para expresar que el respeto mutuo y la amistad son posibles, no obstante las diferencias. Esta amistad, además de ser un valor en sí misma, adquiere especial significado y mayor importancia en tiempos de crisis, como el nuestro, crisis que en algunas zonas del mundo se convierten en auténticos dramas para poblaciones enteras.
 Hay efectivamente guerras que siembran víctimas y destrucción; tensiones y conflictos interétnicos e interreligiosos; hambre y pobreza que afligen a cientos de millones de personas; daños al ambiente natural, al aire, al agua, a la tierra.
La situación en el Medio Oriente es verdaderamente trágica, especialmente en Irak y Siria. Todos sufren las consecuencias de los conflictos y la situación humanitaria es angustiosa. Pienso en tantos niños, en el sufrimiento de muchas madres, en los ancianos, los desplazados y refugiados, en la violencia de todo tipo. Es particularmente preocupante que, sobre todo a causa de un grupo extremista y fundamentalista, enteras comunidades, especialmente – aunque no sólo – cristianas y yazidíes, hayan sufrido y sigan sufriendo violencia inhumana a causa de su identidad étnica y religiosa. Se los ha sacado a la fuerza de sus hogares, tuvieron que abandonar todo para salvar sus vidas y no renegar de la fe. La violencia ha llegado también a edificios sagrados, monumentos, símbolos religiosos y al patrimonio cultural, como queriendo borrar toda huella, toda memoria del otro.
Como dirigentes religiosos, tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos. La vida humana, don de Dios Creador, tiene un carácter sagrado. Por tanto, la violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena, porque el Todopoderoso es Dios de la vida y de la paz. El mundo espera de todos aquellos que dicen adorarlo, que sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas, no obstante la diversidad étnica, religiosa, cultural o ideológica.
        A la denuncia debe seguir el trabajo común para encontrar soluciones adecuadas. Esto requiere la colaboración de todas las partes: gobiernos, dirigentes políticos y religiosos, representantes de la sociedad civil y todos los hombres y mujeres de buena voluntad. En particular, los responsables de las comunidades religiosas pueden ofrecer la valiosa contribución de los valores que hay en sus respectivas tradiciones. Nosotros, los musulmanes y los cristianos, somos depositarios de inestimables riquezas espirituales, entre las cuales reconocemos elementos de coincidencia, aunque vividos según las propias tradiciones: la adoración de Dios misericordioso, la referencia al patriarca Abraham, la oración, la limosna, el ayuno... elementos que, vividos de modo sincero, pueden transformar la vida y dar una base segura a la dignidad y la fraternidad de los hombres. Reconocer y desarrollar esto que nos acomuna espiritualmente – mediante el diálogo interreligioso – nos ayuda también a promover y defender en la sociedad los valores morales, la paz y la libertad (cf. Juan Pablo II, A la comunidad católica de Ankara, 29 noviembre 1979). El común reconocimiento de la sacralidad de la persona humana sustenta la compasión, la solidaridad y la ayuda efectiva a los que más sufren. A este propósito, quisiera expresar mi aprecio por todo lo que el pueblo turco, los musulmanes y los cristianos, están haciendo en favor de los cientos de miles de personas que huyen de sus países a causa de los conflictos. Y esto es un ejemplo concreto de cómo trabajar juntos para servir a los demás, un ejemplo que se ha de alentar y apoyar.
        He sabido con satisfacción de las buenas relaciones y de la colaboración entre la Diyanet y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Espero que continúen y se consoliden, por el bien de todos, porque toda iniciativa de diálogo auténtico es signo de esperanza para un mundo tan necesitado de paz, seguridad y prosperidad.
        Señor Presidente, expreso nuevamente gratitud a usted y a sus colaboradores por este encuentro, que llena de gozo mi corazón. Agradezco también a todos ustedes su presencia y las oraciones que tendrán la bondad que ofrecer por mi servicio. Por mi parte, les aseguro que yo rogaré igualmente por ustedes. Que el Señor nos bendiga. 


UNA IGLESIA DESPIERTA

Mc 13, 33-37

Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.



Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar Cristo, nos encuentre dormidos».

La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente:«vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es solo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.

Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?

¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?

¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia "dormida" a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?


¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede liberar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?

José Antonio Pagola

viernes, 28 de noviembre de 2014

¡El domingo ya empieza el Adviento!

Cuatro domingos de Adviento tendrán que pasar para que ya, una vez más, estemos en Navidad...


El próximo domingo será el primero y el advenimiento que vamos a celebrar es la conmemoración de la llegada del Hijo de Dios a la Tierra.

Es tiempo de preparación puesto que siempre que esperamos recibir a una persona importante, nos preparamos.

La Iglesia nos invita a que introduzcamos en nuestro espíritu y en nuestro cotidiano vivir un nuevo aspecto disciplinario para aumentar el deseo ferviente de la venida del Mesías y que su llegada purifique e ilumine este mundo, caótico y deshumanizado, procurando el recogimiento y que sean más abundantes y profundos los tiempos de oración y el ofrecimiento de sacrificios, aunque sean cosas pequeñas y simples, preparando así los Caminos del Señor.

Caminos que llevamos en nuestro interior y que tenemos que luchar para que no se llenen de tinieblas, de ambición, de lujuria, de envidia, de soberbia y de tantas otras debilidades propias de nuestro corazón humano, sino que sean caminos de luz, senderos que nos conduzcan a la cima de la montaña, a la conquista de nuestro propio yo.

Hace unos días celebrábamos el día de Cristo Rey. Cristo es un Rey que no es de este mundo. El reino que El nos vino a enseñar pertenece a los pobres, a los pequeños y también a los pecadores arrepentidos, es decir, a los que lo acogen con corazón humilde y los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los Cielos".... y a lo "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas ocultas a los sabios y a los ricos.

Es preciso entrar en ese Reino y para eso hay que hacerse discípulo de Cristo.

A nosotros no toca ser portadores del mensaje que Jesús vino a traer a la Tierra.


Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros desde su Encarnación. por "nosotros los hombres y por nuestra salvación hasta su muerte, por nuestros pecados" (1Co 15,3) y en su Resurrección "para nuestra justificación (Rm4,1) "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7,25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros, de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,24).

Cuatro domingos faltan para que celebremos su llegada. Días y semanas para meditar, menos carreras, menos cansancio del bullicio y ajetreo de compras y compromisos, de banalidades y gastos superfluos... mejor preparar nuestro corazón y tratar de que los demás lo hagan también para el Gran Día del Nacimiento en la Tierra de Dios que se hace hombre.

PREPARÉMOSNOS CON ILUSIÓN Y CON FE.

Autor: Ma Esther De Ariño 

jueves, 27 de noviembre de 2014

Vivir con esperanza sin ceder a la depresión ante el mal, pidió el Papa


 Incluso en medio de tantas dificultades, que el cristiano no ceda a la depresión. Lo subrayó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, en que también advirtió que la “corrupción” y la “distracción” nos alejan del encuentro con el Señor.


Babilonia y Jerusalén. En su homilía Francisco se inspiró en estas dos ciudades de las que habla la Primera Lectura tomada del Apocalipsis y del Evangelio de San Lucas. El Papa subrayó que ambas lecturas llaman nuestra atención sobre el fin del mundo. Y para meditar – notó –  nos habla de la “caída de dos ciudades que no han acogido al Señor, que se han alejado” de Él. La caída de estas dos ciudades –  precisó el Santo Padre –  “se produce por motivos diferentes”.

Babilonia es el “símbolo del mal, del pecado” y “cae por corrupción”, se “sentía dueña del mundo y de sí misma”. Y cuando “se acumula el pecado – dijo Francisco – se pierde la capacidad de reaccionar y uno comienza a degradarse”. Por otra parte, así sucede también con las “personas corruptas, que no tienen fuerza para reaccionar”:




“Porque la corrupción te da alguna felicidad, te da poder y también te hace sentir satisfecho de ti mismo: no deja espacio para el Señor, para la conversión. La ciudad corrupta... Y esta palabra, ‘corrupción’ hoy nos dice tanto a nosotros: no sólo corrupción económica, sino corrupción con tantos pecados diversos; corrupción con ese espíritu pagano, con ese espíritu mundano. ¡La peor corrupción es el espíritu de la mundanidad!”

Esta “cultura corrupta” – añadió el Papa – “te hace sentir como en el Paraíso aquí, pleno, abundante”, pero “dentro, esa cultura corrupta es una cultura putrefacta”. En el símbolo de esta Babilonia – reflexionó Francisco – “está toda sociedad, toda cultura, toda persona alejada de Dios, incluso alejada del amor al prójimo, que termina por pudrirse”. Y añadió que Jerusalén “cae por otro motivo”. Jerusalén es la esposa del Señor, pero no se da cuenta de las visitas del Esposo, “ha hecho llorar al Señor”:

“Babilonia cae por corrupción; Jerusalén por distracción, por no recibir al Señor que viene a salvarla. No se sentía necesitada de salvación. Tenía los escritos de los profetas, de Moisés y esto le bastaba. ¡Pero escritos cerrados! No dejaba espacio para ser salvada: ¡tenía las puertas cerradas para el Señor! El Señor llamaba a la puerta, pero no había disponibilidad para recibirlo, para escucharlo, para dejarse salvar por Él. Y cae…”

Estos dos ejemplos – observó el Papa –  “nos pueden hacer pensar en nuestra vida”: ¿somos semejantes a la “corrupta y suficiente Babilonia” o a la “distraída” Jerusalén? Sin embargo – subrayó – “el mensaje de la Iglesia en estos días no termina con la destrucción: en ambos textos, hay una promesa de esperanza”. Jesús –  afirmó –  nos exhorta a levantar la cabeza, a no dejarse “asustar por los paganos”. Estos –  dijo –  “tienen su tiempo y debemos soportarlo con paciencia, como ha soportado el Señor su Pasión”:

“Cuando pensemos en el fin, con todos nuestros pecados, con toda nuestra historia, pensemos en el banquete que gratuitamente nos será dado y levantemos la cabeza. Ninguna depresión: ¡esperanza! Pero la realidad es fea: hay tantos, tantos pueblos, ciudades y gente, tanta gente, que sufre; tantas guerras, tanto odio, tanta envidia, tanta mundanidad espiritual y tanta corrupción. ¡Sí, es verdad! ¡Todo esto sucederá! Pero pidamos al Señor la gracia de ser preparados para el banquete que nos espera, con la cabeza siempre levantada”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera

Los hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad, aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.

¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3). Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha esperado, espera y esperará.

¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano.

¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.


Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.

En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.

El Papa al Consejo de Europa: mantener vivo el sentido de solidaridad y caridad mutua

-Instaurar “una nueva colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de Europa”, éste es el deseo del Papa en su discurso dirigido al Consejo de Europa, reunido en Sesión Solemne para la ocasión.
El Papa ha recordado que este sentido de la solidaridad y de la caridad mutua “ha caracterizado el rostro de Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas, asistenciales y de promoción humana”.  Estas últimas, sobre todo, ha subrayado el Pontífice “son un punto de referencia importante para tantos pobres que viven en Europa” que “no sólo piden pan para el sustento, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo confiere”.

La  protección de la vida humana, la acogida de los emigrantes, el trabajo y desempleo juvenil, la protección del medio ambiente fueron los temas que, según el Pontífice, requieren “nuestra reflexión y  colaboración”.
Recordando además la crueldad de la segunda Guerra Mundial, el Papa ha destacado el proyecto de los padres fundadores del consejo de “reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y la dignidad humana”.

El camino privilegiado para la paz, para evitar que se repita lo ocurrido en las dos guerras mundiales del siglo pasado - ha subrayado - es reconocer en el otro no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger. “Para lograr este bien - continuó - es necesario ante todo educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente”.

El Papa ha recordado que la paz está todavía demasiado a menudo herida en tantas partes del mundo y también en Europa, en donde no cesan los conflictos. Paz que “sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes. Por desgracia - constató - este fenómeno se abastece de un tráfico de armas a menudo impune”. "Esta paz, continuó el Papa, se quebranta además por el tráfico de seres humanos, que es la nueva esclavitud de nuestro tiempo y que convierte a las personas en un artículo de mercado, privando a las víctimas de toda dignidad”.
En este contexto el Papa ha destacado el ‘papel importante del Consejo de Europa en la lucha contra estas formas de inhumanidad’, a través de la “promoción de los derechos humanos que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho”.
Y ha señalado la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad, destacando que  “para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía”.
“Estas raíces, constató Francisco, se nutren de la verdad que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos. Esto - dijo - lleva al sustancial descuido de los demás y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo. "Del individualismo  - continuó - nace el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos”.

Junto a las raíces, el Papa se detiene también en dos de los desafíos actuales del Continente: el reto de la multipolaridad de Europa y el desafío de la transversalidad.  “Hablar de multipolaridad europea - afirmó - es hablar de pueblos que nacen, crecen y se proyectan hacia el futuro.  Hoy Europa es multipolar en sus relaciones y tensiones”.
Al hablar de la transversalidad, Francisco destacó la importancia de recurrir al diálogo, también intergeneracional. “Si quisiéramos definir hoy el Continente, debemos hablar de una Europa dialogante, que sabe poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al servicio de pueblos armónicamente unidos”.
“En esta perspectiva - continuó el Papa - acojo favorablemente la voluntad del Consejo de Europa de invertir en el diálogo intercultural, incluyendo su dimensión religiosa, mediante los Encuentros sobre la dimensión religiosa del diálogo intercultural. Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo”.

En esta lógica se incluye la aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer.

Finalmente, la invitación del Papa a "realizar juntos una reflexión a todo campo,  para que se instaure una especie de 'nueva agorá', en la que toda instancia civil y religiosa pueda confrontarse libremente con las otras, si bien en la separación de ámbitos y en la diversidad de posiciones, animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común".

martes, 25 de noviembre de 2014

Cuidado que nadie os engañe

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 5-11

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

–Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron:

–Maestro, ¿cuándo va a ser éso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?

El contestó:

–Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mí nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida. Luego les dijo:

–Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.

“La Iglesia brille con la luz de Cristo y no con luz propia”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía

 Cuando la Iglesia es humilde y pobre, entonces “es fiel” a Cristo, de lo contrario es tentada de brillar con “luz propia” en vez de donar al mundo aquella de Dios. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Dar tanto y públicamente, porque hay una riqueza que se nutre de ostentación y goza de vanidad. Y dar lo poco que se tiene, sin atraer la atención sino sólo la de Dios, porque Él es el todo en quien confiamos. En el episodio evangélico de la viuda que ante los ojos de Jesús entrega sus dos únicas monedas en el tesoro del templo – mientras los ricos habían arrojado gruesas cifras haciendo ver que para ellos eran superfluas – el Papa Francisco señala dos tendencias siempre presentes en la historia de la Iglesia. La Iglesia tentada por la vanidad y la “Iglesia pobre”, que – afirma el Pontífice – “no debe tener otras riquezas que su Esposo”, como la humilde mujer del templo:
«Me gusta ver en esta figura a la Iglesia que es en cierto modo un poco viuda, porque espera a su Esposo que regresará… Pero tiene a su Esposo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en los pobres, si: pero espera que regrese, ¿no? Esta actitud de la Iglesia… Esta viuda no era importante, el nombre de esta viuda no aparecía en los diarios.  Nadie la conocía. No tenía títulos… nada. Nada. No brillaba con luz propia. Es esto que me hace ver en esta mujer la figura de la Iglesia. La gran virtud de la Iglesia debe ser no brillar con luz propia, sino brillar de la luz que viene de su Esposo. Que viene propio de su Esposo. Y en los siglos, cuando la Iglesia ha querido tener luz propia, se ha equivocado».
“Es verdad – reconoce el Papa Francisco – que algunas veces el Señor puede pedir a su Iglesia tener, tomar un poco de luz propia”, pero eso se entiende, explicó el Papa, si la misión de la Iglesia es iluminar a la humanidad, la luz que viene donada debe ser únicamente aquella recibida de Cristo en actitud de humildad:
«Todos los servicios que nosotros hacemos en la Iglesia son para ayudarnos en esto, para recibir aquella luz. Y un servicio sin esta luz no está bien: hace que la Iglesia se vuelva o rica, o potente, o que busca el poder, o que se equivoque de camino, como ha sucedido tantas veces en la historia y como sucede en nuestras vidas, cuando nosotros queremos tener otra luz, que no es precisamente aquella del Señor: una luz propia».
Cuando la Iglesia “es fiel a la esperanza y a su esposo – repite el Santo Padre – es feliz de recibir la luz de Él, de ser en este sentido “viuda”, en espera, como la luna, del “sol que vendrá”:
«Cuando la Iglesia es humilde, cuando la Iglesia es pobre, también cuando la Iglesia confiesa sus miserias – pues todos las tenemos – la Iglesia es fiel. La Iglesia dice: ‘!Pero, yo soy oscura, pero la luz me viene de ahí!’ y esto nos hace tanto bien. Pero oremos a esta viuda que está en el Cielo, seguramente, oremos a esta viuda que nos enseñe a ser Iglesia así, dando de la vida todo lo que tenemos: nada para nosotros. Todo para el Señor y para el prójimo. Humildes. Sin vanagloriarnos de tener luz propia, buscando siempre la luz que viene del Señor. Así sea».


domingo, 23 de noviembre de 2014

Monseñor Carlos Osoro: La alegría de una evangelización misionera

En su carta semanal, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, afirma: “¡Qué alegría vivir conociendo y dando a conocer a Jesucristo! Sintamos la alegría de vivir, conscientes siempre, como miembros vivos de la Iglesia que somos, de que sabemos, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe, que solamente Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a todas las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, el sentido de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza”. Son preguntas que “están en el corazón y en la vida de todos los hombres, en todas las latitudes de la tierra, unas veces conscientes en la vida de los hombres y otras no. Pero el no tener respuestas para las mismas, o pasar de hacernos tales preguntas, es síntoma de una grave enfermedad, como es ‘la falta de alegría’. Algo sucede en el corazón del hombre, pero de una manera especial lo experimentamos y constatamos en nuestra realidad histórica, pues esas preguntas a las cuales aludía están en el corazón de todo ser humano, están arraigadas y laten en lo más humano de todas las culturas. Es cierto que a veces unos ni se las hacen, otros no tienen respuesta, pero, cuando no hay alegría en lo profundo del corazón del hombre, hay desesperanza, desilusión, miedos, cerrazón, exclusiones, no deseos de encuentro. Por eso, sabiendo esto, y viendo cómo queda el ser humano cuando padece la falta de alegría, ¡cómo no vamos los cristianos a salir a anunciar a quien cura, alienta, abre el corazón, nos abre a la vida, nos abre a los otros, a todos sin excepción! Jesucristo es la alegría, por ello, ‘la alegría de una evangelización misionera’”. 

“Hemos de despertar y dejarnos sorprender por Jesucristo, asegura. Él nos introduce en la profundidad de la historia de los hombres de hoy y, de una manera clara, nos invita a vivir y protagonizar un gran impulso misionero. Es una gracia que Él nos regala en esta hora y requiere de nosotros una respuesta: salir al encuentro de todas las personas, de las familias, de todos sin excepción, para comunicarles y compartir de primera mano ese don maravilloso del encuentro con Cristo. Ir al corazón de todos los hombres desde el centro, que es Jesucristo, supone habernos encontrado con Él, haberle dejado que conquiste nuestro corazón y provoque en nuestra vida la alegría del encuentro con Él, que llena nuestra vidas de sentido, de valentía, de renovación, de creatividad, de verdad, de amor y de esperanza”. “Los cristianos, añade, no nos podemos quedar en una espera pasiva”, sino que “el Señor nos urge a acudir en todas las direcciones para decir a todos los hombres que la última palabra, la primera y las del intermedio no las tiene más que Jesucristo. Ni la tiene el mal ni la muerte. La tiene quien ha triunfado sobre todo, también de la muerte, Jesucristo. Por ello, la Iglesia tiene que asumir el compromiso de multiplicar los discípulos misioneros”. 


Para desarrollar la dimensión misionera de la vida de Jesucristo, dice que hemos de hacer que nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias, “se conviertan en centros de irradiación de la vida de Cristo” y nos hagan “vivir desde el centro hacia todos los caminos donde están los hombres”. Esa irradiación “se hace asumiendo dos dimensiones: la interioridad y la alteridad, es decir, desde un encuentro con el Señor tan fuerte que nos lleve a dar la vida por los otros, que nos impulse a salir y a darnos”. Por ello “en nuestras comunidades tienen que ser habituales estas expresiones: abrir puertas, crear ámbitos de encuentro, salir a los lugares de donde no viene nadie, salir allí donde hay esclavitudes fruto de no conocer al Señor y regalar la vida a ‘algo’ no a Él. Eliminar fatigas, desilusiones, acomodaciones que nos adormecen”. 
Para Mons. Osoro, “tenemos un imperativo en la Iglesia: hacer en estos momentos una reflexión teológica pastoral seria y profunda, realizada sobre la vida diaria de la Iglesia, con la fuerza del Espíritu, a través de la historia. Hemos de quitar prejuicios y descubrir que la pastoral no solamente es un arte, ni un conjunto de exhortaciones, de experiencia y métodos. Hemos de ser valientes para hacer un discurso teológico sobre la acción evangelizadora de la Iglesia, que tiene una manifestación científica y práctica de la teología”. Y manifiesta su deseo de que “en nuestras comunidades tengamos los ojos y el corazón de Jesucristo, miradas de fe a todo y a todos, con el corazón que está ocupado por el Señor y totalmente impregnado de su amor. Todo ello nos dará unos principios que nos ayudarán a hacer proyectos evangelizadores, que alcanzan toda nuestra vida y buscan alcanzar las vidas de quienes nos encontremos en el camino”. 

“Todos estamos llamados a vivir la alegría misionera de evangelizar: siendo hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y también hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia, en definitiva discípulos misioneros de Jesucristo, que son Luz del mundo”, concluye.