Mc 13, 33-37
Las primeras generaciones
cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado
no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo
cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la
venida del Señor se demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que
esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar
el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco
a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar
Cristo, nos encuentre dormidos».
La vigilancia se convirtió en la
palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente:«vigilad», «estad
alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es solo para
los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo
a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores
de todos los tiempos.
Han pasado veinte siglos de
cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos
de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando
en la indiferencia y la mediocridad?
¿No vemos que la Iglesia necesita
un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el
autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a
reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?
¿No hemos de recuperar el rostro
vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir
hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos
enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia
"dormida" a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una
Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?
¿No sentimos la necesidad de
despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede liberar
nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de
la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará
su fuerza creadora y su vitalidad?
José Antonio Pagola
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