Quienquiera que fuese el autor de la primera carta de Juan en los comienzos del s. II, probablemente en Asia menor, y en el seno de una tradición de autoridad apostólica que se remontaba a Juan, no disponía aún de signos de exclamación cuando escribía con caracteres griegos continuos y mayúsculos: «¡Mirad qué gran amor nos ha concedido el Padre para que seamos llamados hijos de Dios! ¡Y lo somos! A causa de esto, el mundo no nos conoce, porque no Le conoció. ¡Queridos! ¡Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado qué seremos! Sabemos que, cuando se manifieste, ¡seremos semejantes a Él, porque Le veremos como es!» (1 Jn 3, 1-2).
Somos… pero aún no lo que seremos… cuando lo seamos… será porque Le veremos. La filiación divina, ser hijo de Dios, no resulta ser un dato adquirido de una vez por todas, sino una vocación, ¡la vocación!, que se va cumpliendo en la vida del hombre. No es de extrañar que el autor de la primera carta de Juan se conmoviera confundido de amor por un Amor tan alto que persigue de ese modo ahijar a los hombres. Ya nos gustaría que con un asombro similar nuestra Facultad de Literatura Cristiana y Clásica San Justino no dejara de celebrar puntualmente, en cada mes de noviembre, sus Jornadas de estudio sobre la filiación en los inicios de la reflexión cristiana.
Ser hombre entraña una variada experiencia de filiación: somos hijos de nuestros padres, de los maestros, de Dios… Siendo todos hijos de Dios a título de criaturas, no lo somos necesariamente de igual modo a partir de ahí. Nos vamos perfeccionando, con un salto cualitativo merced a la gracia del Bautismo, y un camino de plenitud abierto que culminará solo cara a cara glorificados ante el Padre. ¿Podríamos acaso nosotros soñar con una vida tal si Cristo, Unigénito Hijo eterno de Dios, no hubiera vivido también, como hombre, ese camino de filiación que es nuestra salvación?
Nuestro tema se abre a perspectivas múltiples, en torno a la Trinidad, a Cristo, al hombre, al cosmos… A lo largo de 15 años lo venimos estudiando con ayuda de distintos especialistas de la Antigüedad y el cristianismo. Todo nos interesa (filosofía pagana, praxis política imperial de adopción, pedagogía, religiones, religión de Israel, reflexión cristiana, ortodoxa o no, etcétera) con tal de poner de relieve los tesoros más preciados de nuestra fe. Y si nuestra fe es preciosa, solo tiene una razón de ser que consiste en mover a los hombres para que fructifiquen, fructifiquemos, en un dinamismo de caridad, en un dinamismo animado por ese amor tan grande que nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios…
Patricio de Navascués
Decano de la FLCC (Universidad San Dámaso)
Decano de la FLCC (Universidad San Dámaso)
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