Después del episodio del "joven rico", que no había tenido la valentía de separarse de sus "muchas riquezas" para seguir a Jesús, el apóstol san Pedro pregunta al Señor qué recompensa les tocará a ellos, los discípulos, que en cambio han dejado todo para estar con Él.
La respuesta de Cristo revela la inmensa generosidad de su corazón: a los Doce les promete que participarán en su autoridad sobre el nuevo Israel; además, asegura a todos que "quien haya dejado" los bienes terrenos por su nombre, "recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna".
Quien elige a Jesús encuentra el tesoro mayor, la perla preciosa, que da valor a todo lo demás, porque Él es la Sabiduría divina encarnada que vino al mundo para que la humanidad tenga vida en abundancia. Y quien acoge la bondad, la belleza y la verdad superiores de Cristo, en quien habita toda la plenitud de Dios, entra con Él en su reino, donde los criterios de valor de este mundo ya no cuentan e incluso quedan completamente invertidos.
... La persona que, fascinada por la sabiduría, la busca y la encuentra en Cristo, deja todo por Él, recibiendo en cambio el don inestimable del reino de Dios, y revestida de templanza, prudencia, justicia y fortaleza —las virtudes "cardinales"— vive en la Iglesia el testimonio de la caridad.
(Homilía del 6 de mayo de 2006)
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