¿Qué significa en este caso velar? Jesús lo explica aquí y en otros pasajes del Evangelio mediante algunas aproximaciones: “Velad y estad atentos”; “velad y vigilad” (Marcos 13, 33); “velad y orad” (Marcos 14, 38).
Estar atentos significa estar como “inclinados” o proclives hacia alguna cosa. Nosotros debemos ser como personas que se ponen un punto de mira, que se fijan un blanco, una meta. ¿Habéis visto alguna vez a un cazador en el momento de apuntar? ¡Qué atención y qué concentración! He aquí, cómo deberíamos estar nosotros. No para abatir a un pobre pájaro, sino para no fallar el blanco de toda una vida, que es la eternidad.
En efecto, nosotros estamos destinados a la eternidad. ¿Para qué serviría vivir bien y durante prolongado tiempo, si no nos fuese dado vivir para siempre?
En cuanto al estar preparados, Jesús lo explica con la imagen del portero o del mayordomo de casa, que está siempre dispuesto o pronto a abrir apenas llega el amo de casa: “Es como uno que ha partido para un largo viaje y le ha ordenado al portero vigilar o velar”...
La oración, además, es el contenido principal de la vigilancia. Entre el rumor de las voces, que nos llegan de todas partes y nos distraen, velar o vigilar significa, en ciertos momentos, imponer silencio a todo y a todos, apagar todo “audio” o escucha, para situarse ante la presencia de Dios, volver a encontrarse consigo mismos y reflexionar sobre la propia vida. Orar es estar en el umbral desde donde se puede echar una mirada sobre el otro mundo, el mundo de Dios. Es “pasar de este mundo al Padre”.
La vigilancia toma valor a partir del motivo por el que se vela. Vigila también el mujeriego, decía san Agustín, y vigila el ladrón, pero ciertamente no es bueno su vigilar. Velan quienes pasan la noche en la discoteca, pero frecuentemente para enajenarse y no pensar. Ahora el motivo de la vigilancia está formulado así por Jesús: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”.
No sirve consolarse diciendo que nadie sabe cuándo será el fin del mundo. Hay una venida, un retorno de Cristo, que tiene lugar en la vida de cada persona, en el instante de su muerte. El mundo pasa, termina, para mí en el momento en que yo paso del mundo y termino de vivir. ¡Hay bastante más “fin del mundo” que esto! Hay tantos fines del mundo cuantas son las personas humanas, que dejan este mundo. Para millones de personas, el fin del mundo es hoy.
... ¿Quizás Dios nos amenaza, no nos quiere bien? No, es por amor, porque tiene miedo de perdernos. Lo peor que se puede hacer ante un peligro que nos sobreviene es cerrar los ojos y no mirar.
La noche en que naufragó el Titanic he leído que tuvo lugar una cosa del género. Había habido mensajes vía radio por parte de otras naves que señalaban en la ruta a un iceberg. Pero, en el trasatlántico tenía lugar entonces una fiesta y un baile; no se quiso molestar a los pasajeros. Así que no se tomó ninguna precaución dejando cualquier decisión para la mañana siguiente. Mientras tanto, la nave y el iceberg estaban marchando a gran velocidad la una contra el otro, hasta que tuvo lugar durante la noche un tremendo choque y se inició el gran naufragio.
Esto nos hace pensar en aquello que dijo Jesús en otra parte del Evangelio, hablando de la generación del diluvio: “La gente comía y bebía y se casaba hasta el día en que… llegó el diluvio y se los llevó a todos” (Mateo 24, 38-39).
Terminamos con una palabra de Jesús que, también en esta ocasión, nos abre el corazón a la confianza y a la esperanza: “Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes”.
(De la homilía para el I domingo de Adviento)
No hay comentarios:
Publicar un comentario