Sor Emmanuel Maillard, autora espiritual y miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas, vecina de Medjugorje desde 1989, ha estado varios días en distintas ciudades de España. En Madrid ha hablado sobre el sentido del sufrimiento
«Cada criatura experimenta el dolor en mayor o menor medida», dijo sor Emmanuel en la parroquia de San José de la Montaña, y «cada vez que recibimos una enfermedad o un sufrimiento interior, en nosotros se abre una herida, y esa herida sangra y nos hace vulnerables. El demonio se acercará y querrá infectar esa herida con el veneno de la desesperación: “Ya no puedes más, suicídate”… O el odio: “Véngate de aquella persona…” O la duda del amor de Dios: “¿No decías que Dios te amaba…? A Dios no le interesas, pierdes el tiempo con Él…” O amargura, o angustia…».
Sor Emmanuel pidió en cambió «escuchar la voz de Jesús, que se acerca a nosotros en el silencio del corazón, y nos dice: “No tengas miedo, estoy contigo, conozco tu sufrimiento. Mira mis manos y mis pies y mi costado: Yo también sufrí mucho. Abandónate en mi. Juntos saldremos de esta”».
Cuando esto sucede, «Jesús nos dice: “Dame tu herida, ofréceme tu sufrimiento” Y si lo hacemos, para Él va a ser un regalo y un tesoro inestimable. Él cogerá tu herida y se la pondrá sobre las suyas. Y lo hará de tal forma que mi herida se fundirá con la suya. Y como va a ser suya, será transformada en una herida divina. Por eso mi herida ya no va a producir amargura y negatividad, sino paz y consolación. De las heridas de Jesús no salió amargura, odio ni ira, sino paz y misericordia, y también la sanación, la vida, la resurrección. Hay que meter nuestras heridas en las de Jesús».
Además, cuando uno ofrece su sufrimiento al Señor, «participa en la obra de la redención, y le ayuda de alguna manera a salvar muchas almas, participando en su obra más hermosa, y eso me dará alegría. La alegría procede del amor por Jesús».
Sor Emmanuel ofreció asimismo el sentido de la participación en la Eucaristía, algo más que una mera consolación psicológica o espiritual: «En la Misa el sacerdote vierte unas gotas de agua en el vino del cáliz. Esas gotitas de agua representan mi ofrenda: mis sufrimientos, mis alegrías, mis penas, mis seres queridos… Si en un vaso de vino pones unas gotas de agua, el agua desaparece, se diluye completamente en el vino. Por eso, cuando unos minutos más tarde esa copa se transforma en la sangre de Cristo, ¿qué pasa con esa gota de agua? Como se ha diluido en el vino, será también sangre de Cristo. Y unos minutos más tarde, el sacerdote elevará el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ofrecer de nuevo a Jesús al Padre, como en el Gólgota. Es la ofrenda de su Hijo junto con mi ofrenda. ¿Y qué hace el Padre? Esa ofrenda le conmueve tanto que derrama en el mundo ríos de alegría, de consuelo, de paz, de sanación… Son las gracias de la salvación. ¿Veis la importancia de poner la Misa en el centro de nuestra vida?», afirmó sor Emmanuel, que concluyó atestiguando que «el sufrimiento no tiene más sentido que el cristiano».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Alfa y Omega
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