“San Agustín repite una frase que siempre me ha impresionado. Dice: “Tengo miedo cuando pasa el Señor”. ¿Por qué? “Porque tengo miedo de que pase y no me dé cuenta”. Y el Señor pasa en nuestra vida como ha sucedido aquí, en la vida de Pedro, de Santiago, de Juan».
En este caso el Señor ha pasado en la vida de sus discípulos con un milagro. Pero «no siempre Jesús pasa en nuestra vida con un milagro». Aunque «se hace siempre oír. Siempre».
Ante el milagro de Jesús, «Simón, que era tan espontáneo, fue a Él: “Señor, aléjate de mí que soy pecador”. Lo sentía verdaderamente, porque él era así. ¿Y Jesús qué le dice? “No temas”».
«Bella palabra ésta, muchas veces repetida: “No tengáis miedo, no temáis”. Y después, y aquí está la promesa, le dice: “Te haré pescador de hombres”. Siempre el Señor, cuando llega a nuestra vida, cuando pasa por nuestro corazón, nos dice una palabra y nos hace una promesa: “Ve adelante, valor, no temas: ¡tú harás esto!”». Es «una invitación a seguirle».
«Cuando oímos esta invitación y vemos que en nuestra vida hay algo que no funciona, debemos corregirlo» y debemos estar dispuestos a dejar cualquier cosa, con generosidad. Aunque «en nuestra vida haya algo de bueno, Jesús nos invita a dejarlo para seguirle más de cerca. Es como sucedió a los apóstoles, que dejaron todo, como dice el Evangelio: “Y sacando las barcas a tierra, dejaron todo y le siguieron”».
La vida cristiana, por lo tanto, «es siempre un seguir al Señor». Pero para seguirle primero hay que «oír qué nos dice»; y después hay que «dejar lo que en ese momento debemos dejar y seguirle».
Finalmente está la misión que Jesús nos confía. Él, en efecto, «jamás dice: “¡Sígueme!”, sin después decir la misión. Dice siempre: “Deja y sígueme para esto”». Así que, si «vamos por el camino de Jesús es para hacer algo. Ésta es la misión».
Es «una secuencia que se repite también cuando vamos a orar». De hecho «nuestra oración debe tener siempre estos tres momentos». Ante todo la escucha de la palabra de Jesús, una palabra a través de la cual Él nos da la paz y nos asegura su cercanía. Después, el momento de nuestra renuncia: debemos estar dispuestos a «dejar algo: “Señor, ¿qué quieres que deje para estarte más cerca?”. Tal vez en aquel momento no lo dice. Pero nosotros hagamos la pregunta, generosamente». Finalmente, el momento de la misión: la oración nos ayuda siempre a entender lo que «debemos hacer».
He aquí entonces la síntesis de nuestro orar: «Escuchar al Señor, tener el valor de despojarnos de algo que nos impide seguirle inmediatamente, y finalmente emprender la misión».
(Fuente: L’Osservatore Romano, 6 de septiembre de 2013)
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