Queridos peregrinos,
saludo a todos con gran afecto, especialmente a ustedes que han recorrido largo camino para llegar hoy, junto con los queridos hermanos Obispos y los sacerdotes, a la capital espiritual del País.
Si Czestochowa está en el corazón de Polonia, significa que Polonia tiene un corazón materno; significa que cada latido de vida se da junto a la Madre de Dios. A Ella confían ustedes todo: el pasado, el presente, el futuro, las alegrías y las angustias de su vida personal y de aquellas de su amado País. Esto es muy hermoso.
Para mí es muy hermoso recordar haber hecho este camino con ustedes, el año pasado, cuando me puse bajo la mirada de la Madre, cuando puse mis ojos en aquellos de la Virgen, confiando a su corazón lo que estaba en mi corazón y en el de ustedes. Conservo viva y grata la memoria de aquellos momentos, la alegría de haber ido también yo peregrino a celebrar, bajo la mirada de la Madre, los 1050 años del bautismo de Polonia.
Hoy otra ocasión de gracia los reúne en gran número: hace trecientos años el Papa concedió colocar las coronas papales sobre la imagen de la Virgen de Jasna Gora, su Reina. Es un gran honor tener por Madre una Reina, la misma Reina de los Ángeles y de los Santos, que reina gloriosa en el cielo. Pero da aún más alegría el saber tener por Reina a una Madre, amar como una Madre a Aquella que llamamos Señora. La sagrada imagen muestra de hecho que María no es una Reina distante sentada en un trono, sino la Madre que abraza al Hijo y, con Él, a todos nosotros sus hijos. Es una Madre verdadera, con el rostro marcado, una Madre que sufre porque verdaderamente se lleva al corazón los problemas de nuestra vida. Es una Madre cercana, que jamás nos pierde de vista; es una Madre tierna, que cada día nos lleva de la mano por el camino.
Esto es lo que les deseo experimentar en el solemne Jubileo que están celebrando: que sea el momento favorable para sentir que ninguno de nosotros es huérfano, en este mundo de orfandad ninguno de nosotros es huérfano, porque cada uno tiene cerca a una Madre, Reina insuperable de ternura. Ella nos conoce y nos acompaña con su estilo típicamente materno: dócil y valiente al mismo tiempo; jamás invasivo y siempre perseverante en el bien; paciente frente al mal y activo en el promover la concordia.
Que la Virgen les dé la gracia de alegrarse juntos, como familia reunida alrededor de la Madre. En este espíritu de comunión eclesial, hecho aún más fuerte por el lazo único que une Polonia al sucesor de Pedro, les imparto de corazón la Bendición Apostólica. Y pido a todos ustedes, por favor, de rezar por mí.
Gracias
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