Se ha dicho acertadamente que el Concilio Vaticano II ha sido el concilio de la maternidad espiritual de María, como el de Éfeso fue el de su divina maternidad, porque compendia en el concepto de influjo materno, todos los vínculos que unen a María con la Iglesia, íntimamente unida a su Hijo, no solo en su ser de Dios hombre, sino en su obrar salvífico: "en la restauración de la vida espiritual de las almas" (LG,61).
Esta insistencia del Concilio en la maternidad espiritual tuvo un intrínseco complemento en la proclamación de Pablo VI al final de la 3ª sesión del Concilio de María como Madre de la Iglesia, que expresa en síntesis maravillosa el singular puesto de la Virgen en ella. Se ponía así a plena luz la armoniosa integración de las dos tendencias mariológicas –cristotípica y eclesiotípica- lograda en el C.VIII de la "Lumen Gentium", pero que precisaba de esta explicitación del título, que no fue recogido en el texto de la Constitución conciliar por reticencias minimistas debidas a prejuicios de escuela de la tendencia eclesiotípica, que no admitió una trascendencia de María respecto a la Iglesia, por no considerarla compatible con su condición de miembro más excelso de la misma y a ella inmanente.
En el Congreso mariológico de Lourdes de 1958 se enfrentó esta corriente con la cristotípica, que, al subrayar el paralelismo con Cristo, veía en María, ante todo, la asociación da su obrar salvífico en la adquisición y distribución de los frutos de la Redención; la cual funda una trascendencia de María respecto a la Iglesia por ser su causa no sólo ejemplar sino también eficiente, subordinadamente a Cristo, como Madre de la misma. La LG es un compromiso entre los dos sistemas enfrentados, en el que integra las aportaciones de la Mariología eclesiotitímica (María, hija de Sion…) a la doctrina clásica de la celebración de María eficiente, próxima y objetiva a la Redención de Cristo, tradicional desde S. Ireneo.
(from Vatican Radio)
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