Nos encontramos en una época en la que la depresión y la angustia son las enfermedades más graves de la sociedad, donde las utopías y grandes ideales han caído. Vivimos en una época en la que se tiene mucho miedo a perder lo que tenemos, a perder a los que queremos. La inmadurez afectiva y el vacío de valores permanentes, sólidos, es la constante en muchas personas. Las crisis, la CRISIS, nos agobia, nos oprime, nos estresa, porque la entendemos como un momento de cambios negativos, de desastre, de derrotas.
En medio de estos momentos se nos presenta de nuevo la celebración del Triduo Pascual. Cristo redimió al género humano y dio perfecta gloria a Dios principalmente a través de su misterio pascual: muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida. El Triduo Pascual de la pasión y resurrección de Cristo es, por tanto, la culminación de todo el año litúrgico. Este comienza con la misa vespertina del jueves santo, alcanza su cima con la vigilia pascual y concluye con la oración de vísperas del domingo de pascua; estos tres días forman una unidad, y como tal deben ser considerados. La Palabra de Dios de esta celebración de la Cena del Señor con la que comenzamos el triduo, nos sitúa en el Misterio que transforma la vida de las personas que vivimos en esta época.
Si nos fijamos en la primera lectura leemos: “Y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer”. Según el evangelio de Juan, Jesús murió en el momento en que se sacrificaban los corderos para la cena de Pascua. Tras su muerte, la primera comunidad nos ha legado la interpretación que el mismo Jesús dio a su entrega, comprendida desde el ritual de la cena pascual que hemos escuchado en la primera lectura. Jesús ocupa el lugar del cordero pascual ¿Por qué? Para transformar el mayor acto de iniquidad, la conspiración y ejecución del inocente, en el mayor acto de amor. Para decir la palabra definitiva sobre cómo es Dios, quién es el ser humano y lo que está llamado a ser.
Jesús nos ama hasta el extremo, no con cualquier amor, sino con el amor con el que Dios nos Ama. Esto es muy importante. No podemos comprender todo lo que esta pasando y lo que va a pasar, si no lo vemos desde el amor de Dios. Jesús supera los rituales judíos de la pascua y se ciñe para servir a los apóstoles. El Señor nos ama desde el servicio a nosotros, sirviéndonos. ¿La gente de hoy ama así?¿Nosotros amamos sirviendo a los que amamos?
Su amor “extremista” hace que se entregue totalmente hasta quedarse Él en el pan y el vino, que lo convierten en su Cuerpo y en su Sangre; San Pablo relata ese momento en la carta a los Corintios según la tradición de la comunidad cristiana. No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Amigo que le ha traicionado, amigos que le van a dejar sólo, le van a negar, que huyen y se desdicen muertos de miedo. Así es la humanidad y Jesús, nos ama, ama a la humanidad a la que quiere salvar. No se si somos conscientes de las dimensiones infinitas de este amor y sus consecuencias para nosotros. Es un misterio cuya postura ante el solo puede ser la de acogerlo y vivirlo con fe.
El Señor en medio de todo esto nos dice “amaos como yo os he amado”. Nuestro mundo necesita que nosotros vivamos este amor de servicio, misericordioso, fraternal, que entrega la vida. Necesita que nosotros, nuestras comunidades, con nuestro testimonio les ayudemos a darse cuenta de que tenemos la gracia y la capacidad de reaccionar ante el pecado, la incoherencia y la desproporción como lo hicieron aquellos que le fallaron al Señor en su noche más oscura, recapacitando. La humanidad agraciada por Cristo puede levantarse de sus caídas, reconocer sus errores y ser capaz de lo mejor. Vivamos su voluntad: Amaos.
Archimadrid
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