Queridos amigos, hoy inicia la Cuaresma, el tiempo que precede y nos prepara a la celebración de la Pascua. Es un tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las "armas de la penitencia cristiana": la oración, el ayuno y la limosna.
El comienzo de estos cuarenta días de penitencia –que finalizan el Jueves Santo- se caracteriza por el símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Proviene de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica: el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios.
Las cenizas en la Biblia
En la Biblia, las cenizas son signo de la condición de fragilidad y debilidad del hombre. Por ejemplo, cuando Abraham dice: “Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor” (Gen 18,27). O cuando Job afirma: “Me he convertido en polvo y ceniza” (Job 30,19).
Pero las cenizas son también el signo exterior del pecador que se arrepiente de sus malas acciones y decide pedir perdón al Señor y cambiar de vida.
Es el caso de los habitantes de Nínive, que se convierten gracias a la predicación de Jonás: “Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando:
«Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida». Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño. Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su trono, se quitó su vestidura real, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre ceniza” (Jonás 3,5-9).
En el libro de Judith leemos que, para hacer penitencia y pedir el auxilio del Señor, “todos los israelitas que habitaban en Jerusalén, hombres, mujeres y niños, se postraron ante el Templo, cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron sus sayales ante la presencia del Señor”.
El rito de las cenizas hoy
La Iglesia ha conservado el rito de la imposición de las cenizas como signo de la actitud del corazón penitente que estamos llamados a asumir en el camino cuaresmal. Recibir la ceniza es, por tanto, un gesto de gran significado interior: abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
Las cenizas que nos impone el sacerdote se obtienen quemando ramos de olivo bendecidos el Domingo de Ramos del año anterior. Antes, el sacerdote acompañaba la imposición con las palabras “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”, tomadas del Génesis, 3,19, cuando Dios expulsa a Adán del Paraíso tras el pecado original.
Pero después de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II se utiliza la frase del Evangelio de San Marcos 1,15: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. Se expresa así tanto la dimensión penitencial de la Cuaresma como el aspecto positivo de conversión y retorno a Dios.
Durante la Cuaresma hemos de dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida traducida en buenas obras, en renuncia a lo superfluo, en solidaridad con los que sufren y ayuda a los necesitados.
Por una larga tradición eclesial, el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo pascual.
La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4).
En particular, hoy miércoles hemos de guardar ayuno y abstenernos de comer carne; los viernes de Cuaresma son días de abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario