¿Por qué no describimos con sinceridad nuestra vida? ¿Cómo es cuando la vivimos desde nosotros mismos y cuando la ponemos viviendo en amistad con el Señor? En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos ofrece una oportunidad única para dejar la mediocridad y crecer en amistad con Cristo
La misión evangelizadora nos pide a todos los discípulos de Cristo que asumamos el desafío de volver a Dios de todo corazón, es decir, la conversión. Una conversión personal y pastoral que no podremos tener sin la amistad sincera, abierta y permanente con Jesucristo. Una amistad que Él nos ofrece siempre, que es incondicional; pero nos deja la libertad para aceptarla o no. ¿Por qué no describimos con sinceridad nuestra vida? ¿Cómo es cuando la vivimos desde nosotros mismos y cuando la ponemos viviendo en amistad con el Señor? ¿Por qué no hacemos la prueba? En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos ofrece una oportunidad única para dejar la mediocridad y crecer en amistad con Cristo. ¿Estás dispuesto? Te ofrezco la Palabra de Dios: escucha al Señor. A tu vida vienen muchas palabras y las has escuchado. Unas te han interesado y otras no. Hoy te invito a que escuches a Dios, pues Él quiere decirte algo y que llegue a lo más profundo de tu corazón.
Mi deseo para quienes leáis y meditéis estas palabras mías es que, en esta Cuaresma del año 2017, os deis cuenta de una necesidad que el Papa Francisco subraya en la exhortación apostólica Evangelii gaudium: «vivir en la alegría del Evangelio». Requiere de nosotros la conversión sincera de nuestra vida, pasar del pecado a la gracia, de nuestros proyectos al proyecto que Dios tiene para los hombres… que nos convirtamos para «llevar a todos los hombres la alegría del Evangelio». Y que, como Iglesia que somos del Señor, demos respuesta a los nuevos desafíos que tiene el ser humano en todas las latitudes de la tierra. No sabe quién es, se siente perdido y la Iglesia, en nombre del Señor, sale a su encuentro. No lo hace con recetas ni con imposiciones, sino con la ternura de un Dios que quiere que el hombre descubra su imagen y viva según ella, ofreciéndole el rostro de Jesucristo con la novedad que da la alegría del Evangelio. Novedad «en su ardor, en sus métodos y en su expresión», como dijo san Juan Pablo II en un viaje a Centroamérica.
¿De qué conversión nos habla hoy el Papa Francisco? De la que vivió la samaritana, de la que cambió la vida de Zaqueo. Se trata de asumir una opción cristiana con toda radicalidad y entusiasmo, con ardor, sin complejos de ningún tipo, con el impulso que nace de un corazón convertido en el que la Palabra de Dios siempre es un don y el hermano con el que me encuentro en el camino, otro, sea quien sea. Lo nuevo es haber encontrado a Jesucristo. También hay que darse cuenta de que, el gran método para ayudar a los demás a que se encuentren con Jesucristo y lo conozcan, somos nosotros mismos, siendo testigos valientes y audaces, coherentes y significativos en nuestros modos de vivir y de comprometernos. De tal modo que descubramos que cada uno de nosotros se ha de convertir en método para que, quien se encuentre a mi lado, se encuentre con Cristo y así le llevemos la alegría del Evangelio. Y también tenemos que emplear la nueva expresión, que no es buscar privilegios o utilizar coacciones para dar a conocer al Señor, sino tener un lenguaje significativo y entendido por quien vive entre nosotros. Es una novedad que habla de obras, de acciones concretas que llegan al corazón del hombre sin pronunciar palabra. Contagiemos pasión por nuestro hermano, por el que nos encontremos en el camino. El más pobre que encontremos. Démosle plenitud y alegría y nuestro compromiso siempre
Os propongo tres tareas que, a mi modo de ver, son esenciales para volver a Dios de corazón:
1. Vive una experiencia de Iglesia radical: cuando digo experiencia de Iglesia, te hablo de la comunidad cristiana. Acércate a una comunidad concreta, conócela, quiérela. La conversión la tenemos que realizar en un marco eclesiológico profundamente vivido y querido. Viene bien hacer algunas consideraciones sobre este marco en el cual debemos realizar la conversión: a) Hay que vivir una experiencia eclesial en la que la consideración de la Iglesia como misterio de comunión es esencial. No basta la consideración jurídica, política, cultural o educativa. En la Iglesia contemplamos la comunicación de Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo y el poder vivificador del Espíritu Santo, en orden a la salvación del mundo, el perdón de los pecados, la renovación del corazón del hombre por la fe, la esperanza y el amor cristianos. La Iglesia es una comunidad de fe, esperanza y amor. b) Tiene que ser una experiencia eclesial en la que la unidad de la verdad de la fe y el amor se proclaman. No se puede poseer la verdad cristiana más que abriendo el corazón, la mente y la vida entera al Señor y a todos los hombres que son rostros concretos de Cristo. La verdad se realiza en el amor, que se hace concreto en obras.
2. Asume el compromiso de vivir ese triple diálogo del que nos habla el Concilio Vaticano II: la renovación propiciada por el Concilio capacita mejor a la Iglesia para poder responder a la situación nueva de la historia en que nos encontramos. ¿Qué sería, sin la posibilidad que nos dio el Concilio, de la toma de conciencia de la Iglesia sobre sí misma y sobre su misión en este mundo concreto? Tengo la seguridad, de que la Iglesia experimenta más y mayor profundidad de audacia evangelizadora en la medida en que acoge con obediencia fiel y dinamismo creativo todas las orientaciones del Concilio Vaticano II. Recuerdo aquí lo que Juan XXIII escribió en la constitución Humanae salutis: «Lo que se pide hoy a la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la fuerza perenne, vital y divina del Evangelio». El Concilio hizo un triple diálogo: de la Iglesia con sus fieles; de la Iglesia con los hermanos no unidos visiblemente, y de la Iglesia con el mundo contemporáneo. ¿Estamos dispuestos a realizar ese triple diálogo? Cada uno lo tiene que hacer según sus posibilidades, pero todos tenemos la obligación ineludible de realizarlo.
3. Vive trabajando en áreas concretas en la Iglesia particular en la que estás: lleva la Buena Nueva a todos los ambientes, transfórmalos desde dentro con la fuerza del Evangelio: criterios de juicio, valores determinantes, puntos de interés, pensamiento, fuentes inspiradoras y modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios. Proclama que Jesucristo ofrece la salvación a todos los hombres como don de gracia y de la misericordia de Dios. Concreta ese trabajo trabajando según tú puedas… En el mundo de la infancia, haciendo todo lo posible para que llegue a los niños el mensaje del Evangelio, que puedan crecer en todas las dimensiones de la vida desde él. En el mundo de los jóvenes, a quienes tenemos que entregar la liberación que produce el Evangelio, que no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios. En el mundo de la familia; hemos de ayudar a las familias cristianas a que vivan que son una comunidad de vida y amor que custodia, revela y comunica el amor de Dios.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid
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